Carlos se vuelve rápidamente y ve a Joona Linna en la puerta. El abrigo largo y negro del comisario está salpicado de copos brillantes de nieve.
—Joona no siempre tiene razón, que lo sepáis —dice Carlos—, pero, claro…, esta vez…
—¿O sea que Joona era el único que pensaba que Jurek Walter tenía un cómplice? —pregunta Nathan Pollock.
—Eh, sí…
—Y muchos pusieron el grito en el cielo cuando insistía en que la familia de Samuel Mendel también eran sus víctimas —dice Anja discretamente.
—Así es —afirma Carlos—. Joona hizo alarde de sus ideas, no cabe duda… Por aquel entonces me acababan de hacer jefe y a lo mejor no escuchaba a las personas adecuadas, pero ahora ya lo sabemos… y podemos continuar para…
Se queda callado y mira a Joona, que está entrando en la sala de reuniones.
—Vengo directo del hospital Södersjukhuset —dice.
—¿He dicho algo que no sea correcto? —pregunta Carlos.
—No.
—Pero piensas que podría decir algo más —sugiere Carlos con un mirada bastante ruborizada que pasea por el resto de los presentes—. Joona, han pasado trece años, ha llovido mucho desde entonces.
—Sí.
—Y aquella vez tenías toda la razón, ya lo he dicho.
—¿En qué tenía razón, exactamente? —pregunta Joona, tranquilo, mirando al jefe.
—¿En qué? —repite Carlos en tono agudo—. En todo, Joona. Tenías razón en todo. ¿Te basta con eso? A mí me parece suficiente…
Joona sonríe un segundo y Carlos se sienta dando un suspiro.
—El estado general de Mikael Kohler-Frost ha mejorado mucho y he tenido la oportunidad de hacerle preguntas en un par de ocasiones… Obviamente, tenía la esperanza de que Mikael pudiera identificar al cómplice.
—A lo mejor es demasiado pronto —dice Nathan pensativo.
—No… Mikael no tiene ningún nombre, ni detalles de ningún tipo…, ni siquiera una voz, pero…
—¿Está traumatizado? —pregunta Magdalena Ronander.
—Sencillamente, no lo ha visto nunca —aclara Joona mirándola.
—Entonces ¿seguimos sin tener nada de nada? —susurra Carlos.
Joona sigue avanzando en la sala y su sombra se desliza sobre la mesa de reuniones.
—Mikael llama a su secuestrador «el hombre de arena»… Se lo comenté a Reidar Frost y él me explicó que el nombre viene de un cuento que le contaba la madre por la noche… El hombre de arena es una especie de somnífero personificado que tira arena a los ojos de los niños para que se duerman.
—Sí, exacto —dice Magdalena y sonríe—. La prueba de que el hombre de arena ha estado en tu habitación es la arenilla que tienes en los ojos cuando te despiertas.
—El hombre de arena —dice Pollock pensativo y escribe algo en su bloc de notas negro.
Anja coge el teléfono de Joona cuando éste se lo pasa y lo conecta a la red inalámbrica de audio.
—Mikael y Felicia Kohler-Frost son medio alemanes. Roseanna Kohler llegó de Schwabach a los ocho años —empieza Joona.
—Que está al sur de Núremberg —aclara Carlos.
—El hombre de arena es el John Blund de la madre —continúa Joona—. Y cada noche, antes de la oración, les contaba una historia sobre él… Con los años, la madre mezcló la historia de su propia infancia con un montón de fantasías y fragmentos del vendedor de barómetros y las niñas autómatas de E. T. A. Hoffmann… Mikael y Felicia sólo tenían diez años el chico y ocho la niña y creyeron que había sido el hombre de arena quien se los había llevado.
Los hombres y mujeres alrededor de la mesa ven a Anja preparar la reproducción del relato de Mikael. Tienen el rostro serio. Van a escuchar, por primera vez, el testimonio de la única víctima viva de Jurek Walter.
—O sea, que no podemos identificar al cómplice —dice Joona—. Con lo que sólo nos queda el lugar de los hechos… Si es que Mikael puede llevarnos hasta allí…