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Durante esa época, Joona sufrió tanta ansiedad que no podía dormir. Vigilaba a su familia, las acompañaba a todas partes, las llevaba y las iba a buscar, puso reglas especiales para el preescolar de Lumi, pero también sabía que a la larga aquello no serviría de mucho.

Joona no tuvo más remedio que mirar de frente al peligro.

No podía hablar con Samuel, pero tampoco podía permitirse callárselo a sí mismo.

Jurek Walter no había cometido sus crímenes en solitario. Alguien los había compartido con él. A pesar de la grandilocuente modestia de Jurek Walter, todo lo señalaba a él como líder. Pero, tras la desaparición de la familia de Samuel, era evidente que contaba con un cómplice.

Aquel compinche había recibido la misión de secuestrar a la familia de Samuel, y lo había hecho sin dejar rastro alguno.

Joona comprendía que ahora era su familia la que encabezaba la lista. Y, probablemente, si lo había podido alargar tanto, sólo se debía a la mera casualidad.

Jurek Walter no se apiadaba de nadie.

Joona habló varias veces con Summa al respecto, pero ella no se tomaba la amenaza con la misma seriedad que él. Aceptaba la preocupación de su marido y sus medidas de precaución porque creía que el miedo iría remitiendo con el tiempo.

Al principio, Joona albergó la esperanza de que las fuerzas policiales que habían estado buscando a la familia de Samuel Mendel acabaran atrapando al cómplice. Durante varias semanas se sintió como el cazador, pero ahora los roles se habían intercambiado por completo.

Sabía que él y su familia eran la presa, y la calma que les mostraba a Summa y a Lumi no era más que pura fachada.

Eran las diez y media de la noche; él y Summa estaban tumbados en la cama leyendo cuando el corazón de Joona comenzó a acelerarse por un ruido que oyó en la planta baja. Sabía que el programa de la lavadora aún no había acabado. Le había parecido oír una cremallera rascando el tambor, pero, de todos modos, no pudo evitar levantarse y comprobar que todas las ventanas y las puertas del piso de abajo estuvieran cerradas.

Cuando regresó al dormitorio, Summa había apagado su lámpara y se lo quedó mirando.

—¿Qué estabas haciendo? —le preguntó con suavidad.

Él se obligó a sonreír, estaba a punto de decir algo cuando oyeron el ruido de unos pasitos que se dirigían hacia la habitación. Joona se volvió y vio entrar a su hija. Tenía el pelo revuelto y llevaba el pantalón de su pijama azul celeste torcido un cuarto de vuelta sobre su cuerpo.

—Lumi, tienes que dormir —suspiró.

—Nos hemos olvidado de darle las buenas noches al gato —dijo ella.

Por la noche, Joona solía leerle un cuento y, antes de taparla, siempre miraban por la ventana y saludaban a un gato gris que dormía en el alféizar de la ventana del vecino.

—Vuelve a acostarte —dijo Summa.

—Ahora iré a verte —le prometió Joona.

Lumi murmuró algo y negó con la cabeza.

—¿Te llevo en brazos? —preguntó él, y la levantó.

La niña se aferró a Joona y él notó lo de prisa que le latía el corazón a su hija.

—¿Qué pasa? ¿Estabas soñando algo?

—Sólo quería saludar al gato —murmuró ella—. Pero había un esqueleto fuera.

—¿En la ventana?

—No, en el suelo —respondió—. Justo donde encontramos al erizo muerto…, me estaba mirando…

Joona la dejó rápidamente en la cama con Summa.

—Quedaos aquí —dijo.

Bajó corriendo en silencio por la escalera, no se molestó en ir a buscar su arma al armario de seguridad ni en ponerse zapatos, sino que se limitó a abrir la puerta de la cocina y a salir corriendo a la fría noche.

Allí no había nadie.

Fue hacia la parte de atrás de las casas, saltó la valla del vecino y continuó hasta la siguiente parcela. Todo el vecindario dormía en silencio. Volvió al árbol del jardín de atrás, donde en verano él y Lumi habían encontrado un erizo muerto.

No cabía la menor duda de que alguien había permanecido de pie en la hierba, justo al otro lado de la valla. Y, en efecto, desde allí se veía perfectamente la ventana de Lumi.

Joona entró de nuevo en casa, echó el cerrojo, cogió la pistola, lo inspeccionó todo y luego se acostó en la cama. Lumi se durmió casi al instante entre él y Summa y, al cabo de un rato, su mujer también se quedó dormida.