El sol entraba radiante a través de las ventanas de cristal de burbujas del palacio Wrangelska. El abogado de Jurek Walter explicaba que su cliente acumulaba tal malestar debido al juicio que no tenía fuerzas para dar cuenta de por qué se hallaba en el lugar del crimen en el momento de la detención.
Joona estaba citado como testigo y describió todo el trabajo de vigilancia y la detención. A continuación, el abogado defensor le preguntó a Joona si consideraba que existía alguna remota posibilidad de que la descripción del crimen que había hecho el fiscal pudiera basarse en una hipótesis equivocada.
—¿Puede haber sido juzgado mi cliente por el crimen de otra persona?
Joona se cruzó con la mirada angustiada del abogado y, al mismo tiempo, recordó la imagen de Jurek Walter empujando sin violencia a la mujer hacia adentro del ataúd cada vez que intentaba superar el borde.
—Te lo pregunto porque tú estabas allí —continuó el abogado—. ¿Podría ser que Jurek Walter, en realidad, estuviera intentando salvar a la mujer que se encontraba dentro de la tumba?
—No —contestó Joona.
Tras dos horas de discusión, el presidente del tribunal de apelación informó de que confirmaba la sentencia del tribunal de primera instancia. Jurek Walter no hizo el menor gesto cuando leyeron la dura condena. Lo iban a transferir a un centro de vigilancia psiquiátrica con especificaciones extraordinarias respecto al protocolo de alta.
Considerando su vinculación directa con varios casos abiertos, las restricciones que se le aplicaron eran excepcionalmente estrictas.
Cuando el presidente del tribunal hubo concluido, Jurek Walter se volvió para mirar a Joona. Su cara estaba cubierta de finas arrugas y sus ojos claros se clavaron en los del comisario.
—Ahora, los dos hijos de Samuel desaparecerán —dijo Jurek con voz queda—. Y su esposa, Rebecka, también. Pero…, no, escúchame, Joona Linna, la policía los buscará y cuando ésta se rinda, Samuel seguirá buscándolos y, al final, cuando entienda que no volverá a ver a su familia, se quitará la vida.
Joona se puso de pie para abandonar la sala.
—Y tu hija… —continuó Jurek Walter mirándose las uñas.
—Ten cuidado —le advirtió Joona.
—Lumi desaparecerá —susurró Jurek—. Y Summa también. Y cuando entiendas que nunca las encontrarás…, te ahorcarás.
Levantó la mirada y observó a Joona directamente a los ojos. Un velo de paz descansaba sobre su rostro, como si el orden ya se hubiera establecido.
En situaciones normales, el condenado volvería a estar bajo prisión preventiva a la espera de ser reemplazado y trasladado a algún centro penitenciario. Pero el personal de la cárcel de Kronobergshäktet tenía tantas ganas de deshacerse de Jurek Walter que se había encargado de ponerle un transporte de prisioneros directo desde el palacio Wrangelska hasta el hospital psiquiátrico penitenciario, veinte kilómetros al norte de Estocolmo.
Jurek Walter iba a estar en estricto aislamiento en el centro mejor vigilado de toda Suecia hasta no se sabía cuándo. Samuel Mendel había recibido las amenazas de Jurek como las vacuas palabras de un hombre derrotado, pero Joona no había logrado quitarse de la cabeza la idea de que Jurek las había pronunciado con total seguridad, como si se tratara de un hecho consumado.
Al no hallar más cadáveres, el caso quedó en receso.
No lo cerraron, pero se enfrió.
Joona se resistía a darse por vencido, pero las piezas del rompecabezas eran insuficientes y las huellas no conducían más que a callejones sin salida. A pesar de que Jurek Walter había sido detenido y juzgado, en realidad no sabían de él más de lo que sabían al principio.
Seguía siendo un enigma.
Un viernes por la tarde, dos meses después de celebrarse el juicio, Joona estaba con Samuel en Il Caffè, cerca de la comisaría, tomando un expreso doble. Ahora trabajaban en cosas distintas, pero solían verse a menudo y hablar de Jurek Walter. Analizaron muchas veces todo el material que tenían sobre él, pero no encontraron nada que hiciera pensar en un posible cómplice. Todo estaba a punto de convertirse en una de sus bromas, eso de sospechar y acusar a personas inocentes, cuando pasó lo inconcebible.