Durante el resto del día, Anders Rönn intenta concentrarse en las nuevas rutinas de las rondas de reuniones de arriba, en la sección 30, en los planes de tratamiento individuales y en las pruebas de altas, pero su cabeza vuelve una y otra vez a la carta que tiene en el bolsillo y a lo que Jurek le ha dicho.
A las cinco y diez de la tarde, Anders abandona la sección de psiquiatría forense y sale al aire libre. La oscuridad del invierno se cierne sobre el recinto del hospital.
Anders se calienta las manos en los bolsillos de la chaqueta, corretea por los adoquines y llega al gran aparcamiento que hay delante de la entrada principal.
Cuando llegó por la mañana, aquello estaba lleno de coches. Ahora está casi vacío.
Entorna los ojos y ve que hay alguien detrás de su coche.
—¡Eh! —grita Anders y acelera el paso.
El hombre se vuelve, se pasa la mano por la boca y se aparta del coche. Es el jefe de servicio, Roland Brolin.
Anders aminora la marcha en el último tramo y saca la llave del bolsillo.
—Estás esperando una disculpa —afirma Brolin con una sonrisa forzada.
—Preferiría no tener que hablar con la dirección del hospital sobre lo que ha ocurrido —dice Anders.
Brolin lo mira a los ojos, alarga la mano izquierda y la abre.
—Dame la carta —dice relajado.
—¿Qué carta?
—La carta que Jurek quería que encontraras —responde—. Un papelito, un trozo de periódico, un pedazo de cartón.
—He encontrado un cuchillo, que es lo que estábamos buscando.
—Eso era un cebo —dice Brolin—. ¿No creerás que Jurek Walter está dispuesto a exponerse a todo ese dolor por nada?
Anders mira al jefe de servicio, que con una mano se seca el sudor del labio.
—¿Qué hacemos si el paciente quiere una cita con un abogado? —pregunta.
—Nada —susurra Brolin.
—Pero ¿te lo ha pedido alguna vez?
—No lo sé, no lo habría oído, siempre me pongo tapones —dice Brolin sonriendo.
—Pero es que no entiendo por qué…
—Tú necesitas este trabajo —lo corta el médico—. He oído que fuiste el peor de tu promoción, tienes deudas considerables, sin experiencia, sin referencias.
—¿Has acabado?
—Sólo tienes que darme la carta —responde Brolin, y aprieta los dientes.
—No he encontrado ninguna carta.
Brolin lo mira a los ojos durante un momento.
—Si alguna vez encuentras una carta —dice—, tienes que dármela sin leerla.
—Entendido —asiente Anders y abre el coche.
A Anders le da la impresión de que el jefe de servicio parece un tanto aliviado cuando él se sienta, cierra la puerta y arranca el motor. Lo ignora cuando Brolin da unos golpecitos en la ventanilla con los nudillos, mete primera y se pone en marcha. Por el retrovisor, lo ve de pie mirando, sin sonreír, cómo el coche se aleja.