Lord Bidoner recogió sus cosas. Había pedido que una limusina lo llevase al aeropuerto de Heathrow. El hecho de que se hubiese lanzado un ataque aéreo contra las bases aéreas egipcias bastaría para sembrar el pánico en el mercado de valores. Y aquel vídeo conspiratorio que se estaba volviendo viral causaría un escándalo generalizado.
El ataque sobre Egipto conduciría a que en el nuevo parlamento egipcio se exigiese la renuncia al tratado de paz con Israel, el apoyo público a la resistencia palestina y la libre circulación de mercancías a Gaza desde Irán.
El discurso ya estaba en manos de las personas adecuadas y sería fácil sembrar la indignación; eso se había demostrado una y otra vez. Lo único que hacía falta para agitar las cosas debidamente era el apoyo de uno o dos medios de comunicación conocidos.
La guerra de Oriente Medio, predicha durante tanto tiempo, estaba encaminada.
Y, con suerte, cuando sus bases en la región fuesen atacadas y aumentase el número de heridos, el ejército estadounidense se dejaría de diplomacias y haría algo simbólico, tal vez incluso destruir los lugares más sagrados del islam.
La reacción a aquello sería como patear un avispero.
Entonces ambos bandos sufrirían, y la población mundial se reduciría de un modo muy adecuado… mediante el sacrificio de la guerra.
Desafortunadamente, no tenía ni idea de si Arap conseguiría salir de Israel. Aquel hombre era útil, aunque un poco impulsivo. Pero ahora había otros que cumplirían sus órdenes. Tenía amigos en Nueva York que apreciarían sus capacidades y contactos. Y si Arap terminaba siendo un cabo suelto, también se ocuparía de eso.
Además tenía otros motivos para ir a Nueva York.
Aquí tenía moscas alrededor, miembros de los servicios de seguridad británicos que llevaban un tiempo molestándolo. Y ahora se habían filtrado historias sobre financieros que obtenían provecho de los horrores de la guerra; historias que se publicarían en los medios británicos en cuestión de horas.
Se pediría una investigación oficial. Los ministros del Gobierno de Su Majestad expresarían su indignación.
Ahora que había descifrado el significado del símbolo del cuadrado y la flecha, los Estados Unidos eran el mejor lugar hacia el que orientar la búsqueda que había emprendido.