58

No había nadie en la máquina de café, y el testigo luminoso que indicaba que se encontraba en funcionamiento estaba apagado. Henry Mowlam sacudió la cabeza y metió una moneda de una libra en la máquina de refrescos. Una Coca-Cola Light cayó con estruendo al cajón. Metió la mano para cogerla.

Mientras regresaba a su escritorio engulló más de la mitad de la lata. Lo necesitaba, necesitaba mantenerse despierto. Echó un vistazo al material que iba llegando, tanto textos como vídeos, y volvió a centrar su atención en la imagen del satélite. Mostraba un enorme círculo formado por una nube blanca. Parecía inofensiva, pero Henry sabía lo que había provocado. En su recorrido desde el Cáucaso había matado a cinco personas en Armenia y a doce en Siria. Hacía un siglo que no se recordaba una tormenta de tal envergadura, o eso decía el servicio meteorológico israelí.

Y en medio de todo aquello, habían sonado las alarmas de ataque aéreo en Tel Aviv. Los israelíes se estaban poniendo nerviosos. Se había extendido el rumor de que la tormenta sería la tapadera ideal para que los enemigos de Israel organizasen un ataque aéreo.

Henry repasó las comunicaciones escritas del Mossad. Eran escasas, de una lentitud exasperante. La última actualización era de hacía quince minutos.

Se bebió el resto de la Coca-Cola. Había sido un enorme error permitir que Mark Headsell llevase a cabo una operación por su cuenta para investigar aquella pista sobre Susan Hunter. Lo mínimo que debería haber hecho sería ordenarle aguardar hasta que hubiese una unidad militar israelí disponible.

Henry arrojó a la papelera la lata vacía, que cayó con estrépito. Era absolutamente frustrante saber que lo único que podía hacer era esperar y esperar.

Una hoja de papel cayó sobre su escritorio a unos centímetros de su mano derecha.

—He hecho bien en regresar —dijo la sargento Finch.

Henry se volvió, alzó la cabeza para mirarla y levantó las cejas.

—Tu amigo, lord Bidoner —la sargento hizo una pausa y se inclinó hacia él—, acaba de ser identificado como el principal financiador de una cadena de televisión que ha emitido en su espacio informativo un vídeo que se está convirtiendo en viral en doce países musulmanes.

Henry miró el folio que la sargento había arrojado sobre su mesa. Eran un montón de alarmantes estadísticas de YouTube referentes a una lista de países. Se volvió a mirar a la sargento Finch, que tenía esa irritante expresión de superioridad en la cara. Sin duda no tardaría en alardear de que mantener vigilado a Bidoner había sido idea suya.

—¿Un vídeo de noticias en YouTube?

Ella se inclinó aún más sobre él.

—Sí, Henry. Un vídeo que, además, explica nuestra pequeña filtración de esta tarde. —Miró a derecha e izquierda y se aproximó más a él, tanto que percibió el aroma a limón del champú de la sargento—. El vídeo proclama que se han encontrado nuevas pruebas que demuestran que Israel está usando esta crisis para reprimir las reivindicaciones del islam sobre Jerusalén.

—¿Qué pruebas?

La sargento Finch se incorporó y retrocedió un paso.

—Afirman que Israel está detrás de los asesinatos cometidos en la iglesia del Santo Sepulcro —dijo, mirando las pantallas de la mesa de Henry.

—¿Tenemos controlada la operación Susan Hunter? Hay un montón de gente intentando incendiar las cosas ahí fuera.

—La teníamos —respondió Henry—. Hasta que esa maldita tormenta se cargó nuestros sistemas de rastreo en tiempo real. He intentado recuperar la conexión. Deje que eche otro vistazo —dijo volviéndose hacia la pantalla—. Me cago en la puta.