Eran las tres en punto en Londres. Henry había telefoneado a su esposa para decirle que se fuera de compras sin él.
Estaba leyendo un informe en la pantalla. Trataba sobre lord Bidoner.
No había enviado la notificación a sus colegas de recopilación de datos electrónicos para que disminuyesen la vigilancia sobre Bidoner. Pensaba hacerlo el lunes. Y si hasta entonces ocurría algo relacionado con Bidoner que amenazase la seguridad nacional, ni siquiera tendría que hacerlo.
Aquello le venía a la perfección.
¿Bastaría con aquel informe? Trataba acerca de los intereses comerciales de lord Bidoner. Apuntaba que formaba parte de la junta directiva del fondo de protección Dragón de Ébano. No había nada ilegal en aquello. El Dragón de Ébano era uno de los mayores fondos de protección del mundo.
Sin embargo, lo que sí resultaba preocupante era el lugar que ocupaba recientemente el fondo en una serie de empresas asociadas con Israel. El mercado de valores israelí abría los domingos, como siempre, a las nueve de la mañana hora local, las siete en Londres. El jefe de la Comisión de Valores israelí había presentado una solicitud el día anterior a los directores financieros de tres empresas importantes, que probablemente se lucrarían en caso de guerra, para que explicaran por qué habían emitido recientemente miles de millones en nuevas acciones.
También estaba teniendo lugar una subasta extraordinaria de acciones de defensa en Wall Street.
El correo de la Comisión de Valores israelí había sido interceptado y el vínculo con Ébano como nuevo inversor principal había sido identificado por el sistema automatizado de recopilación de datos electrónicos.
Para un observador objetivo, realmente parecía que Ébano se estaba afianzando en una posición cuyo valor aumentaría en caso de que se desatase una guerra en la que Israel estuviese implicado. Todas y cada una de las empresas identificadas se beneficiarían de pedidos masivos de las fuerzas de defensa israelíes en caso de conflicto, así como de picos inmediatos en el mercado de valores de los que podrían sacar provecho.
¿Se vendería Ébano una vez que se duplicase su inversión? ¿Ganaría miles de millones en cuestión de días?
Cerró el documento y lo etiquetó.
La parte difícil, realmente difícil, iba a ser demostrar lo que acababa de teorizar. Revelar cómo los inversores podían beneficiarse de una posible guerra supondría todo un escándalo. Debía considerar si filtrar o no los detalles de lo que había averiguado. Henry buscó los datos de contacto de un periodista que apreciaría enormemente un soplo como aquel. A continuación telefoneó a la sargento Finch.