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Lord Bidoner estaba viendo el canal Sky News en su suite del hotel Saint George’s de Mayfair, Londres, sentado en la cama de dos por dos frente a la pantalla LCD que descendía del techo a una orden verbal pronunciada por él. El LCD tenía el marco blanco para hacer juego con la decoración del resto del cuarto.

En la pantalla se mostraban imágenes del ejército egipcio enfrentándose a una gran muchedumbre de manifestantes en la plaza Tahrir, en El Cairo. «Tres muertos en Egipto», rezaba el teletipo de la parte inferior.

Todo se estaba desarrollando según lo planeado. Había fracasado en su último intento de generar conflicto, pero esta vez los engranajes del odio se estaban moviendo más deprisa. Las autoridades no lo iban a tener tan sencillo para frenarlo. El cambio estaba llegando.

Cogió el iPad de la mesilla de noche coronada de mármol y comprobó sus mensajes entrantes. Estaba pendiente de recibir el informe del equipo de investigación. Revisó la lista de correos, pero aún no le había llegado. Apretó el puño y lo golpeó contra el colchón. Aquello no era bueno en absoluto.

Si Arap Anach sobrevivía a esta operación en Israel, tendría que ponerlo a impartir al equipo de investigación unas cuantas nociones de motivación. O eso o el propio lord Bidoner tendría que intervenir. Cerró los ojos y descansó la cabeza hacia atrás sobre el cabecero de seda acolchado.

Tenía que mantener la calma. Estaban cerca de lograr su objetivo. Después de lo que iba a ocurrir en Jerusalén, las cosas serían muy distintas. El miedo se volvería contagioso.