La pantalla del ordenador portátil de Mark Headsell emitía un brillo azul. Había atenuado las luces de la suite del decimoquinto piso del Cairo Marriot, en la calle El Gezira, nada más entrar en ella.
El hotel era un monumento difícil de ignorar si se quería echar abajo un símbolo de la decadencia occidental, pero como apenas había sufrido un rasguño en la Primavera Árabe que había derrotado a Mubarak y su familia, probablemente fuese el lugar más seguro de toda aquella turbulenta ciudad.
Estar a tan solo cuarenta y cinco minutos del aeropuerto también ayudaba, igual que el hecho de que estuviese construido en una isla del Nilo y contase con un excelente servicio de habitaciones, y con bares repletos de expatriados. Uno incluso podía engañarse a sí mismo durante una hora en el pub Harry’s y creer que estaba de vuelta en Londres.
Lo que mantenía a Mark fuera del pub aquella noche era una serie de publicaciones en Twitter que un colega muy perspicaz había estado rastreando. La que le interesaba a él especialmente era una que había sido publicada una hora antes desde una ubicación desconocida de Israel.
Quienquiera que estuviese publicando los tuits tapaba bien su rastro. La dirección IP falsa que utilizaban había sido localizada, pero solamente les había dejado una dirección genérica de un proveedor de internet israelí. La persona que estaba entrando para publicar los tuits estaba siendo muy cuidadosa. Ya solo eso activaba las alarmas de advertencia.
«Estamos preparados para que nazca la camada» era el último mensaje. Por sí mismo era un tuit de lo más inocente que podía hablar de palomas, por ejemplo, pero el tono enigmático de los otros mensajes publicados por la misma fuente eran más preocupantes, igual que los problemas que estaban teniendo para localizar la procedencia de los mensajes.
El hecho de que Twitter se pudiese controlar desde cualquier lugar del mundo significaba que podía utilizarse para recibir señales referentes a cuándo comenzar toda una serie de actividades. Aquello no era algo nuevo: la revolución de los Claveles de 1974 en Portugal se había desencadenado con la emisión por radio de la canción de ese país en el concurso de Eurovisión de aquel año; la utilizaron como señal.
Y ahí era donde las cosas se ponían interesantes. Su colega se las había arreglado para descubrir que más de un centenar de personas en todo Egipto estaban siguiendo esta particular serie de mensajes.
Y la mayor parte de la gente que buscaba y seguía aquel hilo de Twitter estaba registrada en direcciones IP de bases militares o fuerzas aéreas egipcias. Fue aquella última novedad la que movió a su compañero a pasarle los detalles de lo que habían estado investigando, y a poner un «Urgente» en la línea del asunto.
Si las fuerzas aéreas egipcias estaban planeando algo, una fuente en Israel podía resultarles útil.
Pero ¿qué estaban planeando?