PRÓLOGO

Desocupado lector, que tienes la paciencia de leerme y esperar nuevos disparates, ¿creerás si te digo que llevo camino del hidalgo manchego leyendo tanta barbaridad? Porque, aparte de contagiarme de las faltas de ortografía, entre pitos y flautas son ya treinta y cuatro años espigando barbaridades, dieciocho desde la publicación de la Antología del disparate (que se sigue vendiendo casi como el primer día), y cinco o seis prólogos hablando de los problemas de la enseñanza. Total, casi una tesis doctoral disparatada (algunas cuestan menos) capaz de volver loco al más pintado.

Y si el hidalgo manchego desvelávase por entender y desentrañar el sentido de aquellas frases de sus libros, que le parecían de perlas, tales como: «La razón de la sinrazón que a mi razón se me hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura», y con las cuales (como con el lenguaje de nuestros políticos actuales) llegó con razón a perder el juicio; de la misma manera, uno, después de más de treinta años de espigar las más disparatadas «perlas», ¿no es también para que la sesera se le enflaquezca?

Porque, por ejemplo, veamos las peregrinas cosas que se le ocurren nada menos que decir a un chico de primero, ante la pregunta Clases de vientos, que podía haber contestado simplemente diciendo que pueden ser constantes, periódicos y variables: «Podemos describir que hay varias clases de vientos; así como en Geografía se clasifican, en Ciencias también. Primero, viento de boca: éstos son muy peligrosos, aunque en general ningún viento venga bien. Cuando le da el viento, bien para un lado bien para otro, puede ser que el individuo quede inútil para toda la vida. Segundo, viento de estómago: éste cuando ataca también hace que el ser o individuo sufra mucho. A los animales no racionales suele ocurrirles que si se "cojen" del nido, bien está que sean pájaros. Pues cuando se tiene poco cuidado en criarlos, les entra un viento en el buche, que el animal tiene que morir. Lo mismo le puede ocurrir a cualquier clase de animal.» Señores, con la mano en el corazón, ¿no es esto para volverse chalupa?

Claro que uno no puede quejarse, pues de la Antología del disparate ya van trece ediciones, y es que el asunto disparatil no cesa, y los disparates estudiantiles, así como los problemas docentes, a la vez que los políticos, se suceden vertiginosamente desde el cambio, reforma, ruptura o lo que esté sucediendo en España, es decir, en «este país», según la terminología actual. Y como siempre, con todo este follón, los que pagan el pato son los chicos, desde los párvulos hasta los universitarios, y por supuesto que los disparates, tanto de los alumnos como de los que no lo son, van últimamente en progresión geométrica en España.

Efectivamente, en los últimos años, todos los problemas de la enseñanza se han multiplicado y se han exacerbado. La selectividad; las huelgas de los profesores no numerarios o PNN; la creciente politización y consiguiente pérdida de convivencia en los centros docentes y en los claustros; la gratuidad de la enseñanza; los precios de los colegios y de los libros de texto; el número de asignaturas, que es de carcajeo; las discusiones sobre la libertad de enseñanza; la cuestión de la religión en los programas (con la Iglesia hemos topado, Sancho); y, para colmo, las maravillosas definiciones modernas para los chicos pequeños, que llegan al bachillerato sin saber dónde está el río Miño, del estilo de estas dos: «El metro es la longitud igual a 1 650 763,73 longitudes de onda en el vacío de la radiación correspondiente a la transición entre los niveles 2p y 5d del átomo de criptón 86», y «Ángulo es un par de semirrectas o sus vectores al que se asocia como medida el conjunto de números que difieren entre sí en un múltiplo de 2 pi». Como verán, esto, para chicos y para grandes, es peor que aquello de «la razón de la sinrazón». Pues así está todo en la enseñanza.

Total, que entre unas cosas y otras, la enseñanza se está poniendo divertidísima (y conste que yo aún me divierto dando clase), y de los tiempos en que ser catedrático era ser todo un señor, se ha pasado tan ricamente a ser «un trabajador de la enseñanza». ¡Vamos, como para estar deseando la jubilación!

Málaga. Semana Santa. 1982.