9

OLIVIA entró en la mansión y le preguntó a Jeffreys si Trenton y la señora Tacher habían regresado. El mayordomo le informó diligentemente de que no y también le comunicó que su excelencia tampoco se encontraba en casa. Ella habría podido quedarse, pero tras su encuentro con Ian estaba muy alterada, no sabía qué le estaba pasando. ¿Qué clase de mujer se quedaba indiferente al ver a su esposo después de haber sentido tanta pasión en sus brazos y en cambio se alteraba ante el torso de otro hombre?

—Yo también iré a pasear —le dijo a Jeffreys y fue a por su cuaderno y un lápiz. Cogió también un chal por si refrescaba y le dijo a la cocinera que no hacía falta que le preparase nada para comer, que regresaría a tiempo para la cena.

Mientras caminaba sola por el prado, recordó que Alicia, la mañana después de su boda, le dijo que reconocería a Atticus en cualquier parte, aunque le vendaran los ojos o le ataran las manos o le impidieran escuchar su voz. Olivia pensó entonces que era una tontería, un comentario romántico pero carente de sentido; sin embargo, después de las caricias de la noche anterior, le parecía de lo más lógico. Si un hombre y una mujer se entregaban el uno al otro con tal abandono, sin duda sus cuerpos tenían que reconocerse en cualquier circunstancia. Quizá a ella le sucediera con el tiempo o quizá no le sucediera nunca, y ése fuera su castigo por haberse casado sin amor.

Llegó al roble, a pesar de que no había tomado conscientemente la decisión de dirigirse hacia allí y se sentó junto a una de las raíces del Capitán. Abrió su cuaderno y repasó las anotaciones que había ido tomando en días anteriores. Había recibido una carta de la señorita Morris, la directora que Alicia y ella habían contratado para la academia, en la que le decía que todo iba a las mil maravillas, pero que seguían echándola de menos. La señorita Morris había resultado ser toda una sorpresa; al principio le pareció muy fría, pero a medida que había ido conociéndola había descubierto que poseía un gran corazón… que alguien había destrozado.

—Hola.

Olivia levantó la cabeza y se topó de nuevo con el torso de Ian, aunque esta vez estaba oculto bajo una camisa blanca.

—Hola —lo saludó.

—No sabía que estabas aquí —dijo él—. Iré a otra parte.

—No —saltó Olivia al instante, convencida de que tenía que quedarse allí con ella—. No hace falta.

Ian se sentó también en la hierba y sacó su cuaderno y un tintero.

—¿Puedo ver el tintero? —le pidió ella—. Yo también tengo uno, pero siempre me mancho tanto que al final he optado por utilizar lápices.

—Yo también me mancho —confesó él con una sonrisa y le enseñó los dedos sucios de tinta—, pero me gusta más escribir con pluma.

—Ya. ¿Qué estás escribiendo? —preguntó, interesada de verdad por sus proyectos.

Ian sintió una punzada en el corazón; habría podido tenerlo todo y había dejado que la felicidad se le escurriera de las manos.

—Ideas que tengo para la fábrica y las inversiones de Nueva York —contestó él.

—¿Cuándo te irás?

—No lo sé.

—Pero volverás, ¿no?

—No lo sé.

—Tienes que volver —afirmó ella, asustada.

—No, la verdad es que no.

—Por supuesto que tienes que volver, yo… —balbuceó—. Atticus y Trenton te echarán mucho de menos.

—Y yo a ellos —respondió sincero, mirándola a los ojos—, pero tengo la sensación de que todos estaréis mejor sin mí.

—No digas tonterías, Ian —dijo sin pensarlo y se sonrojó al instante—. Perdón.

—No, no pasa nada. —Ian no pudo contenerse más y le deslizó un dedo por la trenza, lo detuvo al llegar al hombro y luego siguió hasta donde estaba la marca del mordisco. No se veía, la tela del chal la ocultaba a la perfección, pero él sabía el lugar exacto donde se encontraba—. Ellos estarán bien. —«Te tienen a ti», pensó.

—¿Y tú?

—Yo ¿qué?

—¿Tú estarás bien?

Él apartó la mano y desvió la mirada hacia la copa del roble.

—No lo sé, lo intentaré —confesó y tragó saliva para contener las ganas que tenía de gritar—. Tú no te preocupes por mí, ¿de acuerdo?

—¿Cómo quieres que no me preocupe por ti, Ian? —le preguntó algo furiosa.

Él volvió a mirarla y rezó para no olvidar nunca su rostro.

—Me tengo que ir, acabo de acordarme de que tengo que… —Se quedó en blanco y desistió—. Me tengo que ir.

Se puso en pie y regresó hacia la mansión. Se quedaría una noche más. La última y al día siguiente se iría para siempre.

Olivia se quedó un rato más sentada bajo el roble y luego también regresó a la casa. Trenton ya había vuelto de su visita al pueblo y disfrutó bañándolo y dándole de comer. Después de acostarle, se aseó un poco y bajó para cenar con Atticus e Ian. Durante la cena, los dos hermanos no se hablaron con la cordialidad habitual en ellos, pero al menos no volvieron a pelearse e incluso fueron amables el uno con el otro. Al terminar, Jeffreys les preguntó si querían algo más y los tres rechazaron el ofrecimiento. Olivia fue la primera en retirarse y Atticus e Ian apenas se quedaron unos minutos más.

Ian había decidido no decirle a su hermano que se iría al día siguiente. Después del altercado de la mañana, no quería que su última conversación con él fuese una pelea, así que le escribiría una carta y quizá dentro de unos años, de muchos años, volviera a verlo. De Olivia tampoco se despediría, ni siquiera por carta. ¿Qué podía decirle? ¿Que la amaba pero que había sido un cobarde y no se lo había dicho a tiempo? ¿Que la amaba y había accedido a hacerle amor con engaños? Escribió la carta a Atticus y esperó a que todos estuvieran dormidos; luego esperó un poco más para estar seguro. No quería correr ningún riesgo con la reputación de Olivia y, cuando estuvo convencido de que él era el único despierto, salió al pasillo y se dirigió a su antiguo dormitorio.

Primero se detuvo unos minutos junto a la cuna de Trenton y se despidió de él con un beso y una lágrima. Seguro que sería un gran hombre y seguro que él se arrepentiría de no haberlo visto crecer, pero no le quedaba elección. Después, caminó sigilosamente hasta la puerta que comunicaba con la habitación de Olivia y la abrió. Ella estaba dormida, así que, con sumo cuidado, Ian apartó las sábanas y se tumbó a su lado. La abrazó por la espalda y le dio un beso en la nuca y luego otro en el hombro.

Olivia suspiró en sueños y poco a poco se fue despertando. Se había quedado dormida pensando en él, esperando ansiosa para ver si entraba en su habitación, pero tras varias horas se dio por vencida y se durmió. Sin embargo, ahora la estaba besando, podía sentir sus labios recorriéndole la espalda, su mano subiéndole por el muslo. Su cuerpo todavía inexperto reaccionó al instante y se pegó al de su esposo, que le mordió el lóbulo de la oreja.

Olivia suspiró e Ian le giró la cara con una mano y la besó. Había decidido que no iba a conformarse con el beso de la noche anterior; si iba a tener que pasarse el resto de su vida sin ella, la besaría hasta saciarse. Acumularía todos los besos en su memoria y los iría gastando uno a uno.

Olivia le devolvió el beso con toda la pasión y la confusión que llevaba días sintiendo y se dio media vuelta para poder abrazarlo. Sus cuerpos estaban pegados, sus corazones latían al unísono y sus caderas se movían al mismo ritmo. Entonces dejó de cuestionarse nada. Él era el amor de su vida. Él y nadie más. Su corazón no estaba confuso y su cuerpo tampoco.

—Te…

Él no la dejó terminar la frase. Devoró sus labios con tal desesperación que Olivia temió perderse en su boca. No dejó de besarla ni un instante y le hizo el amor como si jamás pudiera volver a tocarla. Le recorrió el cuerpo con las manos, besó cada centímetro de su piel y la poseyó de maneras que ella ni siquiera había imaginado que existieran. Cada vez que terminaban, creía que él se levantaría y se iría, pero volvía a besarla y volvía a hacerle el amor con más ternura y pasión que la vez anterior. No supo cuántas horas estuvo allí, pero sí que nunca podría olvidarlas y si él creía que cuando se despertaran podría seguir ignorándola estaba muy equivocado.

Ian se despertó y vio que Olivia seguía durmiendo en sus brazos. Le había hecho el amor durante horas, desesperado por vivir en una noche lo que supondría toda una vida a su lado. La había besado hasta que creyó que sus labios se fundirían con los suyos y luego la besó una vez más. Tenía que irse, seguro que estaba a punto de amanecer. Salió de la cama y cogió su ropa. La miró una última vez y se fue. No la besó, si lo hacía no se iría, volvería a meterse en la cama y dejaría que los pillaran allí.

Abandonó su dormitorio tal como había entrado: a escondidas y con el corazón destrozado.

Atticus sabía que se le estaba acabando el tiempo. Esa misma tarde, el doctor Lundrop lo había visitado a escondidas y se lo había confirmado. Como todas las noches, estaba de pie frente a la ventana, con la mirada perdida en el cielo, y empezó a toser. Le quemaban los pulmones, no podía respirar. Tosió. Escupió sangre. Y le falló el corazón.

El estruendo despertó a Olivia, que, asustada, salió corriendo al pasillo. Allí se encontró a Ian a medio vestir, que también la miró alarmado.

—¿Qué ha sido eso? —le preguntó ella.

Oyeron otro ruido y ambos identificaron su procedencia.

—Atticus.

Corrieron hacia su dormitorio y lo encontraron tumbado en el suelo, inconsciente en medio de un charco de sangre.

—¡Atticus! —Ian fue el primero en reaccionar, arrodillándose junto a él. Todavía respiraba. Le incorporó un poco y trató de hacerlo volver en sí. Su hermano tardó unos segundos, pero por fin abrió los ojos.

—Ian —balbuceó.

—¿Qué te pasa, Atticus? —preguntó él, sin acordarse ya de por qué habían discutido.

—Tuberculosis, me estoy muriendo.

—No —dijo con lágrimas en los ojos—. No es verdad. Dime que no es verdad.

—Lo siento —dijo su hermano, al que empezaban a fallarle las fuerzas—. Siento todo lo que os he hecho.

—No digas eso, Atti —lo llamó por el apodo que utilizaba de pequeño—. Tú me has dado el mejor regalo del mundo.

—Dile a Olivia…

—Estoy aquí —dijo ella, arrodillándose también a su lado. Hasta ese instante, se había quedado inmóvil frente al espejo. ¿Qué era aquello que se veía en el cuello?—. No te preocupes, Atticus, te pondrás bien.

Él sonrió con ternura.

—No, no me pondré bien. Y la verdad es que tengo ganas de morirme.

—No digas eso —lo riñó Ian.

—Así volveré a ver a Alicia. Olivia, Ian no…

—Lo sé —lo interrumpió ella.

—¿Lo sabes? —Esta vez la pregunta salió de labios de Ian.

—Tus manos, tengo una mancha de tinta en el cuello —le explicó, girando un poco la cabeza hacia un lado para que se la viera.

Ian cerró los ojos un instante y suplicó a quien quisiera escucharlo que ella lo entendiera, que lo perdonase, pero cuando los abrió, vio que Olivia sólo estaba pendiente de Atticus y que fingía que él ni siquiera estaba en la habitación.

—Tenemos que llevarlo a la cama —dijo—, allí estará más cómodo. Y hay que avisar al doctor Lundrop.

Ian ayudó a su hermano a levantarse y cuando éste estuvo cómodo, corrió a despertar a Jeffreys. El mayordomo mandó a uno de los lacayos con el carruaje en busca del doctor, pero todos sabían que llegaría demasiado tarde. Ian regresó junto a Atticus y se sentó en la cama, a su lado. De pequeños solían sentarse juntos, apoyados en el cabezal, para leer cuentos. Bueno, su hermano se los leía a él.

—Atticus, tendrías que habérmelo dicho —le riñó.

—Lo sé, pero no quería estropear vuestra historia de amor —dijo, antes de tener otro ataque de tos.

—Descansa —le pidió Olivia.

—Olivia, siento haberte engañado. Todo fue idea mía, te juro que Ian no quería. Deseaba daros una oportunidad; los dos os queréis tanto, que es una lástima que vuestros miedos y vuestro orgullo se interpongan en vuestra felicidad. Daos una oportunidad, por favor.

Ian notó cómo la vida iba abandonando su cuerpo y lo abrazó.

—Atticus, no me dejes —le pidió, sintiéndose de nuevo como un niño pequeño que adoraba a su hermano mayor.

—No te preocupes, Ian, yo estaré con Alicia y Trenton estará con vosotros. No le puedo pedir nada más a la vida. He sido muy feliz, sólo espero que vosotros también lo seáis.

—Dale un beso a mi hermana de mi parte —dijo Olivia y estrechó los dedos de aquel hombre tan valiente y generoso.

—Lo haré —le prometió él—. Y tú haz lo mismo con el mío. Cuida de Ian, te necesitará.

Olivia derramó una lágrima y asintió.

—Ian, escúchame —le pidió al ver que aquéllos eran los últimos segundos que le quedaban—. Idos a América, Olivia, Trenton y tú, seréis más felices allí. Podréis casaros de inmediato y educar a Trenton como si fuera vuestro hijo.

—Atticus, Trenton es duque, tu legado es…

—Mi legado es un pedazo de tierra, Ian. Idos a América y si cuando Trenton sea mayor queréis decirle que es duque, contádselo, estoy convencido de que haréis lo correcto.

—Atticus. —Ian no trató de controlar las lágrimas.

—Te quiero, Ian, y a ti también, Olivia, decidle a Trenton que su madre y yo lo quisimos con locura y que él fue la mejor parte de nuestras vidas.

—Se lo diré —prometió Ian.

Olivia sólo pudo asentir.

—Ahora creo que tengo que irme —dijo Atticus con una leve sonrisa—. Alicia me está esperando.

Ian abrazó a su hermano y lo acunó entre sus brazos hasta que llegó el doctor Lundrop y le obligó a soltarlo. El duque de Marlborough había muerto.