8

OLIVIA se despertó con la cabeza hecha un lío, el corazón destrozado y el cuerpo lánguido. No abrió los ojos hasta que unos insistentes rayos de sol la obligaron a hacerlo y, en cuanto se desperezó, se dio cuenta de que una doncella había estado allí y le había dejado una bandeja con el desayuno. Y se había llevado el cuenco con agua y la toalla que su esposo había dejado en el suelo, después de hacerle el amor, pensó sonrojada.

—Mi esposo —dijo en voz alta.

Se vistió sola; era evidente que era tarde y no quería molestar a nadie. Eligió un vestido azul con pequeñas flores blancas en los puños y el escote. Después de lo de la noche anterior, le parecía hipócrita seguir llevando luto; quería y echaba muchísimo de menos a su hermana, no le hacía falta ir vestida de negro para pensar en ella. Ya vestida, abrió la puerta que comunicaba con el dormitorio de Trenton y vio que el pequeño no estaba. Probablemente la señora Tacher se había hecho cargo del niño para que ella pudiera dormir. Qué vergüenza. Bajó la escalera y, al llegar al vestíbulo, los gritos que provenían del despacho de Atticus la detuvieron en seco.

—¡Todavía no puedes irte!

—¡Te he dicho que no pienso quedarme aquí ni un segundo más!

Atticus e Ian estaban discutiendo y, a juzgar por lo roncas que ambos tenían las voces, hacía rato que se estaban gritando.

—Me dijiste que te quedarías un mes. —Ése era Atticus.

—Eso fue antes. —Ian.

«¿Antes de qué?».

—Eres un egoísta, Ian —dijo su hermano mayor.

—No es verdad.

—Toda la vida has pensado sólo en ti —prosiguió Atticus.

—No es verdad. —Ian se defendió con la misma frase.

—Oh, sí, sin duda eres muy generoso con tu tiempo y con tu dinero —continuó el otro.

—Atticus, te lo advierto.

—Pero en lo que se refiere a ti, a tu corazón, eres un egoísta —sentenció el duque de Marlborough.

—Cállate. Tú sí que eres egoísta. Y además un manipulador. Te encanta controlar la vida de los demás, juegas con nosotros como si fuéramos títeres.

—Todavía estás borracho, Ian —sentenció Atticus—. ¿Cuántas botellas te bebiste anoche?

—No las suficientes.

Se hizo el silencio y Olivia, que seguía en medio del vestíbulo, creyó que habían dejado de discutir. Ella siempre había creído que ambos hermanos se llevaban muy bien, nunca se había imaginado que fueran capaces de intercambiar unas palabras tan envenenadas.

—Si tantas ganas tienes de irte, vete —dijo Atticus—, pero piensa que quizá no vuelvas a vernos.

—¿Me estás echando? —preguntó Ian con la voz menos firme de lo que hubiera querido.

—No, eres tú el que se va. Jamás pensé que te diría esto, pero eres un cobarde.

—¿Yo soy un cobarde? Tú sí que lo eres. Le pediste a Olivia que se casara contigo porque tienes miedo de estar solo. No lo hiciste por Trenton, lo hiciste por ti.

—¡Y tú no se lo pediste ni trataste de impedírmelo, porque tienes miedo de estar enamorado!

—Ya te he dicho que te calles, Atticus —lo advirtió Ian.

Olivia no podía verlos, pero estaba convencida de que ambos tenían los puños apretados, listos, incluso ansiosos, por pelearse.

—¿O si no qué? ¿Qué me harás, Ian? Tú nunca te enfrentas a los problemas. Cuando una situación es demasiado emotiva, demasiado intensa, sales huyendo.

Olivia escuchó claramente el ruido de alguien cayendo al suelo y abrió la puerta del despacho. Ian se estaba mirando perplejo el puño derecho, como si no pudiera creerse lo que acababa de hacer y Atticus estaba sentado en el suelo, frotándose la mandíbula.

—¡Atticus, Ian! ¿Qué pasa?

Los dos se dieron media vuelta hacia la puerta y se avergonzaron de que ella los hubiera pillado comportándose de ese modo.

—No pasa nada, Olivia —le dijo Atticus—. Ha sido un pequeño malentendido. —Se secó la sangre que le salía del labio con el puño de la camisa. Al menos, esa vez tendría una excusa que justificara la mancha.

—¿Estás bien? —Ella se le acercó y le ayudó a levantarse y Atticus tuvo la satisfacción de ver que su hermano apretaba los dientes.

—Sí, no te preocupes.

Olivia le limpió la herida con el pañuelo que siempre llevaba encima y, al acariciarle la mejilla, tuvo la sensación de que la piel era distinta de la que había tocado la noche anterior. Y no le causaba ningún efecto estar tan cerca de él. Qué raro. Le colocó bien un mechón de pelo para estar segura. Nada. No sintió nada, ni el más ligero cosquilleo en el estómago.

—Me iré dentro de una semana, ni un día más —accedió Ian—. Ni un día más —repitió antes de irse del despacho hecho una furia.

Olivia y Atticus se quedaron a solas y ella no pudo evitar sonrojarse. Después de lo que habían compartido la noche anterior, ¿por qué no sentía nada al estar ahora con él?

—Siento que hayas tenido que ver eso —dijo Atticus, ordenando los papeles del escritorio.

—¿Qué ha sucedido? —le preguntó ella, que empezó a colocar bien los cojines que se habían caído al suelo con la pelea.

—Ian me ha dicho que quiere irse hoy mismo y yo le he dicho que no puede hacerlo.

—¿Por qué?

«Porque tenéis que estar juntos», pensó Atticus.

—Porque necesito que me ayude con unos asuntos. Negocios. A él se le dan mucho mejor que a mí.

—¿Y por eso se ha enfadado tanto? Ian no es así.

—No, no es así —convino Atticus, relajándose un poco al comprobar que Olivia conocía bien a su hermano.

—Bueno, seguro que todo se arreglará —dijo ella—. Estaba enfadado, pero ha dicho que se quedaría una semana, ¿no?

—Sí, se quedará una semana.

—¿Y te basta con eso?

—Tendrá que bastarme, ¿no te parece? Aunque quizá entonces sea Ian quien no quiera irse.

—Quizá —dijo Olivia extrañada; aquella conversación era de lo más rara—. ¿Sabes dónde está Trenton? Me gustaría estar un rato con él.

Atticus miró a Olivia y se dio cuenta de una cosa: aquella breve conversación con ella lo había tranquilizado mucho y eso que no era ni su esposa ni su amante, sino sencillamente una amiga. Si Olivia hablaba con Ian, seguro que su hermano también se serenaría.

—Sí, creo que está en el establo.

—¿En el establo?

—Sí, la señora Tacher quería enseñarle los caballos.

—¿Te importa que vaya a verle?

—En absoluto.

Olivia se despidió con una sonrisa y Atticus pensó que era una lástima que la señora Tacher se hubiese llevado a Trenton de paseo al pueblo. Por suerte, Ian siempre que se enfadaba, iba a desahogarse al establo.

Ian dio otro puñetazo al saco de arena. Años atrás, había llenado un saco de alfalfa con arena del camino y lo había colgado de una de las vigas del establo. Había visto algo parecido en su primer viaje a Nueva York, cuando Verlen lo llevó a ver un combate de boxeo. El invento quizá no tuviera demasiado sentido y probablemente no era nada digno pelearse con un saco que ni siquiera podía defenderse, pero a él lo relajaba. En esos momentos, ese saco era lo único que se interponía entre él y el pescuezo de su hermano.

Atticus tenía parte de razón, pensó, tras dar otro puñetazo, pero eso no le daba derecho a restregárselo por la cara. Él ya había cumplido con su parte del trato, le había hecho el amor a Olivia. Otro puñetazo. Ahora tenía que irse. Tenía que irse ya. Cuando la había visto entrar en el despacho, había tenido que clavar los pies en el suelo para no correr hacia ella y abrazarla. Quería preguntarle cómo estaba, preguntarle si estaba bien o si le dolía algo. Quería besarla. Otro puñetazo. Y otro. Le dolía la mano del golpe que le había propinado a la pared la noche anterior, pero agradecía sentir dolor en alguna parte del cuerpo, así quizá dejaría de sentirlo en el alma.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

—¿Olivia? —Dejó de golpear al pobre saco y se acercó a la bala de paja en la que había dejado la camisa y una toalla. Se secó el sudor del rostro y se puso la camisa, pero antes de que pudiera abrocharse un botón, ella descubrió su escondite.

—Ian, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó y sus ojos se clavaron en el torso de él.

Olivia tuvo que flexionar los dedos para contener el impulso de acariciarlo y su estómago, que se había negado a reaccionar delante de Atticus, empezó a dar saltos.

—Vengo aquí cuando necesito desahogarme. —Eligió la última palabra con poco cuidado.

—¿Y dónde está Trenton? —le preguntó ella y, con un gesto inconsciente, se pasó la lengua por el labio inferior.

«¿Cómo sería atrapar una de aquellas gotas de sudor? ¡Olivia!», se riñó, sonrojándose. Él la estaba observando como un león a una gacela y ella se puso tan nerviosa que levantó una mano y jugó nerviosa con su trenza. Al hacerlo, una de las marcas que tenía en el hombro quedó al descubierto durante un instante y, aunque se la tapó en seguida, estaba convencida de que Ian había visto el mordisco de su hermano.

—Trenton se ha ido al pueblo. La señora Tacher quería ir a visitar a su hija y Atticus le ha dicho que podía llevarse al niño —le explicó Ian, que tuvo que tragar saliva varias veces para poder hacerlo. Olivia lo estaba volviendo loco, ver cómo se lamía el labio a punto estuvo de matarlo, pero ver la marca que él le había dejado en el hombro fue más de lo que pudo soportar—. Si me disculpas, tengo que irme.

—Ian. —Ella lo detuvo al pronunciar su nombre—. ¿Estás bien?

Oh, no, si además empezaba a ser cariñosa con él, estaba perdido.

—¿Por qué lo preguntas? —quiso saber, sin darse media vuelta. Darle la espalda era lo único que se le había ocurrido para tratar de controlarse.

—Cuando Alicia y yo discutíamos, después siempre me sentía fatal. No es fácil tener un hermano mayor perfecto, ¿no crees?

—Alicia no era perfecta.

—Ni Atticus tampoco.

Ian respiró hondo y se volvió despacio.

—Gracias, Olivia —le dijo sincero. Era tan poco lo que podía darle, que no dudó en entregarle su gratitud.

Ella eliminó la distancia que los separaba y se detuvo a escasos centímetros de él, que respiró hondo y se recordó que no podía hacer nada más.

—No sé si servirá de algo, pero a mí me gustaría que te quedaras —confesó Olivia. Levantó una mano y le acarició la mejilla y, en cuanto rozó la piel de Ian, echó el brazo hacia atrás como si la hubiera atravesado un rayo. No podía ser.

—Tengo que irme —dijo él al ver que ella abría los ojos, confusa y asustada.

—Claro. Yo… yo iré… —carraspeó, sus dudas eran tan inquietantes que ni siquiera podía hablar—… iré a pasear un rato.

Salió del establo sin mirar atrás, pero tuvo la sensación de que los ojos de Ian la siguieron hasta perderla de vista.