—PUEDE besar a la novia, excelencia.
Atticus se agachó y besó a Olivia en la mejilla. Quizá le habría dado un discreto beso en los labios, pero la mirada de Ian le dejó claro que corría peligro de terminar en el suelo de la parroquia si se atrevía a hacer tal cosa. Claro que, si se lo preguntara a su hermano, éste lo negaría por completo.
Olivia regresó a la mansión Marlborough en el mismo carruaje que Trenton y la señora Tacher, que la felicitó emocionada por la boda. Ian y Atticus lo hicieron a caballo, pero antes de montar se quedaron hablando unos minutos.
—Almorzaremos juntos en el comedor —dijo Atticus— y luego Olivia quiere pasar la tarde con Trenton. Antes de cenar, le diré que necesito descansar un poco. Seguro que no le extrañará y así podéis cenar vosotros dos solos.
—No es necesario. Además, que yo recuerde, me pediste que me acostara con ella, no que la sedujera.
—Cenaréis juntos —sentenció su hermano, fulminándolo con la mirada—. Y yo bajaré más tarde, cuando sirvan los postres. Así Olivia verá que me he recuperado.
—¿Por qué quieres que cene con ella?
—Porque cuando me casé con Alicia cenamos solos esa noche y fue muy… romántico —contestó, apretando los dientes—. No quiero compartir ese recuerdo con nadie, ni siquiera contigo o con Olivia. ¿Lo entiendes ahora? —le preguntó furioso—. Cenarás con ella y yo me uniré a vosotros más tarde —repitió, recuperando la compostura—. Olivia me ha dicho que prefiere quedarse en su dormitorio, así está más cerca de Trenton, y yo he aceptado. Me encargaré de que estén todas las luces apagadas y de que el fuego de la chimenea no alumbre. Luego, tú… —Movió la mano y dio la frase por terminada.
—Luego yo voy y la engaño del modo más vil posible, convirtiéndola a ella en una adúltera y a ti en un cornudo. ¿De verdad es eso lo que quieres, Atticus?
—Es la única salida —repitió, mirándose la rosa blanca de la solapa.
—Está bien —dijo Ian resignado—. Lo haré. —Montó en su caballo y se fue como alma que lleva el diablo.
Atticus acarició el morro de su montura y fue a ver la tumba de Alicia.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, cariño. —Se besó dos dedos y los colocó en la lápida—. Pronto estaré contigo.
El almuerzo fue muy tenso, a pesar de que la cocinera se había esmerado en preparar todos sus platos preferidos. «Qué distinto de la boda de Alicia», pensó Olivia sin ningún rencor. Ella había tomado esa decisión a conciencia y ahora ya no podía echarse atrás. La tarde transcurrió de un modo mucho más agradable; pasó todas aquellas horas con Trenton. Primero pasearon por el jardín y después fueron a visitar al Capitán y se sentaron un rato bajo su sombra.
—¿Por qué te has casado con él?
A Olivia le dio un vuelco el corazón al descubrir a Ian medio tapado por el tronco del viejo roble.
—¿Por qué te has casado con él? —repitió, saliendo a la luz y colocándose delante de ella.
—Porque me lo pidió —«Y tú no»— y porque me pareció que era lo mejor para Trenton.
—¿Estás enamorada de mi hermano? —formuló la pregunta y dio un paso hacia ella.
—No es asunto tuyo —le respondió a la defensiva. El calor que emanaba del torso de Ian amenazaba con quemarla y su mirada se le estaba clavando en el corazón—. ¿Por qué te fuiste sin despedirte? —le preguntó y, tal como había temido, él se apartó.
—Tenía asuntos que resolver en Londres.
—Comprendo. —«Seguro que lo estaba esperando alguna de sus mujeres».
Sin poder evitarlo, Ian se le volvió a acercar. Estaba tan furiosa, tan guapa. Sostenía a Trenton en brazos y todavía llevaba el vestido rosa con el que se había casado. Dios, Olivia habría tenido que casarse de blanco, con velo y ramo de flores, y en cambio no había tenido nada de eso. ¿Por qué había sacrificado ese sueño?
—¿Trenton está bien? —preguntó, buscando una excusa para no apartarse de ella.
—Sí, no ha vuelto a tener fiebre —respondió Olivia, algo sorprendida por el cambio de tema.
—Estos días que he estado fuera, le he echado de menos —confesó y se mordió la lengua para no añadir que a ella también.
Olivia apartó la mirada del pequeño y la fijó en Ian.
—Serás un buen padre —dijo, sin saber por qué—. Cuando tengas hijos, quiero decir.
En ese instante, Ian supo con absoluta certeza que sin Olivia a su lado jamás tendría hijos.
«¿Qué he hecho, Dios mío? ¿Qué he hecho?». La irremediabilidad de la situación lo golpeó con tanta fuerza que estuvo a punto de caer de rodillas.
—Ian, ¿estás bien? —le preguntó Olivia, levantando una mano para tocarle la mejilla. Pero él se apartó antes de que pudiera hacerlo y la miró como si la estuviera viendo por primera vez.
—Estoy bien —farfulló—. Tengo que irme.
En menos de un segundo, montó a lomos de su caballo, que había estado pastando junto al camino, y se alejó de allí.
«¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?». Eran las palabras que Ian no podía dejar de repetirse en su mente. Él era el único culpable de lo que le estaba sucediendo, él y sus absurdos miedos, él y sus teorías sobre que todavía no estaba preparado para el amor. Era un cobarde, un estúpido, y Olivia se merecía a alguien mucho mejor. Se merecía a alguien como Atticus. Tenía que hablar con él, tenía que hablar con su hermano en seguida.
—¿Dónde está mi hermano? —le preguntó a Jeffreys al entrar en la mansión.
—En su dormitorio, milord —respondió el mayordomo.
—Gracias. —Subió los escalones de dos en dos y entró sin llamar.
Atticus estaba sentado en la cama, leyendo unos documentos, pero apartó la vista de los mismos al verlo entrar.
—No puedo hacerlo, Atticus —dijo Ian sin ningún preámbulo al cerrar la puerta—. No puedo. Olivia no se merece que la engañemos de ese modo.
Atticus jamás se había sentido tan orgulloso de su hermano como en ese momento, pero tuvo que ocultarlo. A juzgar por la desesperación que teñía sus palabras, parecía a punto de confesarle que estaba enamorado de Olivia, así que tenía que seguir adelante con su plan.
—No tenemos elección, Ian. Ya te dije que a mí me resulta imposible consumar el matrimonio.
—Quizá a ella no le importe. —«No le importará. No le importará».
—Abercrombie cree que podemos tener problemas —mintió—. Mi abogado me ha escrito diciendo que nuestros primos se han enterado de lo de la boda con Olivia y han empezado a hacer preguntas. Nuestros sirvientes nos son leales, pero seguro que tarde o temprano encontrarían a alguien que les dijera que ella y yo vivimos como hermanos. No puedo correr ese riesgo.
—No puedo, Atticus.
—Ian, nunca te he pedido nada.
—Lo sé.
—¿Acaso quieres que se lo pida a otro? Veamos, déjame pensar, Damien Crecious, sí, creo que es igual de alto que yo y que tiene más o menos mi complexión. Está soltero y me parece recordar que tiene una finca cerca de aquí. Quizá si se lo pido…
—Ni se te ocurra, Crecious es un canalla. —A decir verdad, Damien había estudiado con él y era un tipo bastante honrado. Era conde, pero igual que Ian tenía otras inquietudes. Tenía mucho éxito con las mujeres, pero por desgracia para las mamás casamenteras, estaba decidido a seguir soltero.
—Entonces, ¿qué sugieres que haga, Ian?
Éste se pasó nervioso la mano por la cara y, en cuanto echó en falta la barba, recordó por qué se la había afeitado.
—Asegúrate de que la habitación esté a oscuras —fue lo único que dijo antes de volver a dejarlo solo.
Atticus se quedó mirando la puerta unos segundos y luego volvió a repasar su testamento.
Olivia se dirigió a cenar con el corazón en un puño. Atticus le había dicho que necesitaba descansar un rato y que bajaría a tomar los postres. Iba a cenar sola con Ian. En su noche de bodas. Había elegido un vestido color morado para la ocasión, la tela estaba adornada con pequeñas mariposas de cristal y el escote en forma de caja la favorecía, o eso le había dicho Alicia. Llevaba un chal del mismo color alrededor de los hombros y el pelo recogido en una trenza en lo alto de la cabeza. Quizá tendría que haber cambiado de atuendo al saber que iba a estar sola con Ian, pero no lo hizo y no se cuestionó los motivos.
Ian se puso en pie al verla entrar. Desde que la conocía, y exceptuando el vestido rosa con el que se había casado y que había llevado también para la boda de su hermana, siempre la había visto de luto. «O en camisón», pensó, al recordar aquel par de noches. Estaba preciosa, radiante. ¿Se había vestido así para él o para Atticus? Dios, ahora tenía celos de su propio hermano. Ella le sonrió tímida y, con esa sonrisa, Ian se convenció de que había elegido aquel vestido para él. Quizá se estuviera engañando, pero iba a seguir haciéndolo el resto de la noche. Ian iba a fingir que estaban juntos de verdad, que lo que sucedía entre ellos era real y no una farsa. Iba a fingir que era su esposa, el amor de su vida, aunque fuera sólo una noche.
—Estás preciosa —dijo, al ponerse en pie.
—Gracias —respondió ella, sonrojándose—. Atticus está descansando, bajará dentro de un rato.
—Lo sé, he estado con él. Me ha dicho que le dolía la cabeza —afirmó Ian—. Seguro que sólo está cansado.
—Claro. Será mejor que empecemos, creo que nos han preparado un festín —comentó Olivia.
—Bueno, ya sabes cómo es la cocinera —le sonrió él—. ¿Te acuerdas de la cesta de pícnic que nos preparó aquel día?
—Por supuesto que me acuerdo, habríamos podido dar de comer a un regimiento.
Él la miró a los ojos, y le dio un vuelco el corazón al ver que ella también recordaba con cariño esa mañana. Y aquella frase fue lo único que ambos necesitaron para olvidarse durante un rato de que Olivia se había casado y de que él no lo había impedido. Estuvieron casi una hora contándose lo que habían hecho durante los días que no se habían visto y, entre frase y frase, Ian aprovechaba para deleitarse con la sonrisa de ella, y ella se perdía en los ojos de él. Estaban sentados el uno frente al otro, en uno de los extremos de la mesa, la silla de la presidencia estaba vacía, pues ese lugar pertenecía a Atticus. Con la excusa de acercarle la copa, Ian le rozó los dedos en un par de ocasiones y la delicada caricia bastó para prender su deseo. Olivia se alegró de haberse puesto guantes hasta el codo, pues los dedos de Ian le habían puesto la piel de gallina. No debería reaccionar así, estaba mal, se reprendió, pero no pudo evitarlo.
Él le estaba contando que había visto el prototipo para la nueva fábrica cuando se abrió la puerta y apareció Atticus. Ian quiso morirse y, cuando Olivia apartó la mano que en un gesto inconsciente había ido acercando hacia él, supo que estaba en el infierno. Atticus los saludó a ambos y se disculpó por no haber estado presente durante la cena. Luego, ocupó su silla y los tres degustaron el delicioso pastel de moras que la cocinera había preparado para la ocasión. El tema de conversación giró, como siempre, alrededor de Trenton y, cuando los sirvientes retiraron los cubiertos, Olivia les anunció que los dejaba solos y que se iba a sus aposentos. Los dos caballeros se despidieron con una leve reverencia, pero ella miró a Atticus por última vez antes de salir y se sonrojó.
«Esa mirada es mía, me pertenece a mí», pensó Ian y tuvo que sujetarse a la mesa para no correr tras Olivia y reclamársela.
Una vez estuvieron a solas, los dos hermanos fueron al salón para tomarse la copa que ambos necesitaban.
—Todo está listo —anunció Atticus—. Sube dentro de media hora.
Ian no dijo nada y se sirvió otro whisky.
—¿Viste a Verlen cuando estuviste en Londres?
Sorprendido por el radical cambio de tema, Ian tardó unos segundos en responder.
—Sí, todo va según lo previsto. Verlen regresó a Nueva York hace unos días, creo que tenía algo de prisa por volver allí. —Todavía recordaba la mirada de Bradshaw Verlen al confesarle que estaba casado.
—¿Y tú cuándo irás?
—Tengo billete para el próximo barco que va hacia allí. Dentro de un mes —contestó.
—Un mes.
—Así es. No sé cuánto tiempo me quedaré allí, Atticus. Después de todo esto —movió las manos sin dar voz a sus palabras—… no sé cuándo regresaré.
—Haz lo que tengas que hacer, Ian, pero prométeme que, pase lo que pase, no desaparecerás de nuestras vidas. Por favor.
—Te lo prometo —concedió él, y se acercó a la ventana que daba al jardín. Desde allí podía verse la silueta del viejo roble—. ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Lo que quieras —respondió su hermano.
—¿Qué crees que opinaría Alicia de todo esto?
Atticus respiró hondo y eligió bien las palabras:
—Ella querría lo mejor para Trenton y para Olivia.
—¿Y esto es lo mejor?
—Por ahora, sí.
—Me cuesta creerlo.
—Confía en mí —le pidió su hermano—. Deberías ir con Olivia, cuanto más tiempo esté sola, más nerviosa se pondrá. En mi noche de bodas, Alicia…
—Es tu noche de bodas, Atticus —lo interrumpió Ian apretando los puños—. No la mía. No lo olvides. —«Porque a mí me resulta imposible olvidarlo».
—Tienes razón, disculpa. De todos modos, deberías subir ya. Recuerda, no digas nada. A oscuras no sabrá que eres tú, pero si hablas…
—No diré nada.
Se apartó de la ventana y salió del salón sin mirar a su hermano. Subió la escalera y comprobó que no hubiera nadie en el pasillo que, tal como le había asegurado Atticus, también estaba a oscuras. Se detuvo frente a la puerta del dormitorio de Olivia y se aferró al marco. El corazón le latía desbocado, le sudaban las manos y le temblaba el pulso. Jamás se había sentido así; su cuerpo estaba ansioso por descubrir el de ella, pero su alma y su corazón le gritaban que no podía engañarla de ese modo. «No tienes elección», se repitió. Levantó la mano y llamó.
—Adelante.