HACÍA una semana que se había ido de la mansión Marlborough e Ian no podía dejar de pensar en Olivia. De noche se despertaba con el corazón desbocado y el cuerpo empapado de sudor; imágenes de ella casándose con Atticus lo asaltaban constantemente y cuando conseguía librarse de ellas, se veía a sí mismo besándola y haciéndole el amor. Fuera cual fuese el contenido del sueño, se despertaba furioso y alterado. «Tendría que haberla besado, quizá así podría dejar de pensar en ella», se decía constantemente. De día era incluso peor; si leía el periódico, la buscaba con la mirada para comentarle una noticia; si iba a pasear, se volvía hacia la derecha —el lugar que la joven solía ocupar— para decirle algo; si se planteaba acostarse con alguna cortesana, ninguna conseguía despertarle el más mínimo interés. Si sentía todas esas cosas, ¿por qué no le había dicho a su hermano que se alejara de Olivia? ¿Por qué no le había dicho a Atticus que la quería para él? «Porque tienes miedo», le susurró aquella voz que no dejaba de carcomerle la conciencia.
El octavo día, consiguió pasar varias horas sin pensar en Olivia y se dijo que lo estaba superando, que la estaba olvidando y que lo que había creído sentir por ella era sólo fruto de las circunstancias. Ambos tenían las emociones a flor de piel tras la muerte de Alicia y el cariño que los dos sentían por Trenton los había confundido. Sí, todo iba a volver a su ansiada normalidad. A él todavía no le había llegado el amor, pero cuando eso sucediera, estaría preparado.
Casi consiguió creérselo. Casi. Pero entonces apareció Atticus.
Atticus observó a Olivia durante toda la semana. Tras la abrupta partida de Ian, su joven cuñada tuvo los ojos rojos durante un par de días. Era evidente que había estado llorando, pero cuando él se atrevió a preguntar por el motivo del llanto, ella le respondió que echaba de menos a su hermana, lo que sin duda alguna era cierto, pero el culpable de esas lágrimas era Ian y no Alicia. Olivia cuidaba a Trenton con devoción y cuando el niño dormía, se dedicaba a llenar su cuaderno de ideas para mejorar la vida de las jóvenes que acudían a la academia. Como de costumbre, cenaban y almorzaban juntos y en todas las ocasiones mantenían conversaciones agradables y sinceras. Atticus no sentía ninguna atracción por Olivia, jamás la había sentido ni la sentiría; cuando la miraba, sólo veía a la hermana pequeña de su amada esposa. De no ser porque estaba convencido de que era el único modo de hacer que aquellos dos se dieran cuenta de lo que sentían el uno por el otro, jamás se hubiera atrevido a hacer lo que hizo. Lo había organizado todo para ir a Londres al día siguiente, tenía que hablar con su hermano antes de que éste partiera rumbo a Nueva York, así que no tuvo más remedio que pedirle a Olivia que se casara con él.
—¿Qué has dicho? —le preguntó ella, atónita tras escuchar su proposición.
—Te he preguntado si quieres casarte conmigo —repitió Atticus, esforzándose por mantener la calma.
—¿Te has vuelto loco? —Lo miró realmente preocupada por su salud mental—. Soy tu cuñada.
—Lo sé, por eso mismo te lo he pedido —contestó, sin aclarar nada.
—No sé qué pretendes, Atticus, pero no tiene ninguna gracia. Alicia era mi hermana y te quería con locura; hasta ahora creía que tú también a ella.
—Y así es —afirmó él con absoluta convicción, si de algo no tenía ninguna duda, era de eso. Vio que Olivia iba a levantarse del sofá en el que ambos estaban sentados y le cogió la mano—. Escúchame un momento, por favor.
Ella lo miró a los ojos y lo que vio en ellos la impulsó a sentarse, aunque todavía con algo de reticencia.
—Te escucho.
—Alicia fue, es, el amor de mi vida, pero Trenton necesita una madre. Tú tienes que volver a la academia, ambos sabemos que no puedes quedarte aquí para siempre. Ahora nadie dice nada, el período de luto todavía está vigente, pero si te quedases más tiempo, empezarían a murmurar. Mi reputación no sufriría, el mundo es así de injusto, pero la tuya sí. Y con la reputación por los suelos no podrías seguir con tu labor. ¿Qué credibilidad tendría la supuesta amante del duque de Marlborough? —Vio que ella fruncía el cejo y supo que estaba convenciéndola—. No importaría que no fuéramos amantes, la aristocracia no se preocupa por una nimiedad como la verdad. Te condenarían públicamente y echarían a perder todo lo que has logrado. Cásate conmigo, Olivia. Juntos podemos darle un hogar a Trenton.
—¿Me estás proponiendo un matrimonio de conveniencia? —La proposición de Atticus le había parecido una atrocidad, pero por desgracia tenía razón. Si se quedaba allí más tiempo, a los ojos de la nobleza eso equivaldría a ser su amante. Y ella no podía correr el riesgo de perder su reputación, era lo único que tenía. Y no podía hacerle eso a Trenton, el pequeño también saldría perjudicado, y también Atticus. Si se casaba con él, podría seguir cuidando de Trenton y al mismo tiempo seguir dando clases en la academia.
—Me temo que no es tan fácil —le explicó él—. Si nos casamos y no consumamos el matrimonio, alguien podría impugnarlo. Y no sólo eso. Si impugnaran el matrimonio y demostraran que es verdad, quizá entonces cuestionarían también mi matrimonio con Alicia y la paternidad de Trenton. No, tendríamos que consumarlo, aunque fuera sólo una vez. Esa decisión la dejaría totalmente en tus manos. Piénsalo, Olivia, es lo único que te pido.
—Yo, no… —Estaba tan atónita que no podía ni hilvanar una frase.
—Una cosa más. Quiero que sepas que puedes rechazar mi proposición de matrimonio sin ningún cargo de conciencia. Tú siempre serás la tía de Trenton y mi cuñada y si estuvieras enamorada de otro, me complacería mucho conocerlo y acompañarte al altar —aclaró Atticus con la esperanza de que ella le dijera que así era—. Dime, Olivia, ¿estás enamorada de alguien? ¿Hay alguien especial en tu vida?
Ella lo miró a los ojos y, en los suyos, Atticus vio reflejados multitud de sentimientos distintos: sorpresa, rabia, tristeza. No iba a decírselo, lo supo antes incluso de que abriera la boca.
—No, no hay nadie.
—Entonces, te pido por favor que pienses en lo que te he dicho. Mañana tengo que ir a Londres, debo resolver unos asuntos con mi abogado. Puedes darme la respuesta cuando regrese. —Le soltó la mano y se puso en pie. No había llegado ni a la puerta cuando Olivia volvió a hablar.
—Sí.
Él se quedó petrificado y dio media vuelta.
—¿Sí? —Quizá estaba hablando de otra cosa.
—Sí, Atticus, me casaré contigo.
Su hermano y su cuñada lo matarían antes que la tuberculosis, pensó Atticus con un sentido del humor algo macabro en el trayecto hacia Londres. Jamás se habría imaginado que las cosas llegarían hasta ese extremo, pero ahora ya no podía dar marcha atrás. Tenía que seguir adelante con su plan… y rezar para que alguno de los dos entrara en razón antes de que fuese demasiado tarde. El carruaje con el escudo de los Marlborough se detuvo enfrente de la casa de Ian, pero su ocupante se quedó dentro. Pensando. Armándose de valor; se le había ocurrido una idea, algo descabellada y muy arriesgada. Una locura, aunque probablemente era la única opción posible, pero ¿y si Ian y Olivia no estaban enamorados como él creía? No, imposible, había visto el modo en que su hermano miraba a la joven, lo había visto apretar los puños y tratar de contener la rabia cuando le dijo lo que pretendía hacer. Y también había visto la tristeza y la resignación en la mirada de Olivia.
Se sentía mareado y tenía la espalda empapada de sudor, más de lo habitual. Respiró hondo y trató por enésima vez de encontrar otra solución, quizá si tuviera más tiempo… No, tenía que seguir adelante. La idea se le ocurrió cuando Olivia mencionó la posibilidad del matrimonio de conveniencia y al principio le pareció absurda. Imposible. Desesperada. Pero a medida que iba hablando con ella, y tras las horas que había pasado solo en el carruaje, llegó a la conclusión de que era su mejor baza. Respiró hondo y abrió la puerta. Había llegado el momento de jugar su última carta.
—Milord, su hermano está aquí —le anunció a Ian Joseph, el mayordomo.
—¿Atticus está aquí? —preguntó ilusionado. A él tampoco le había gustado irse de Marlborough de aquel modo—. Hágale pasar en seguida.
El sirviente se retiró con una leve reverencia y regresó al vestíbulo en busca del duque de Marlborough.
—Por aquí, excelencia, su hermano está en el salón. —Joseph abrió la puerta y segundos después la cerró para dejarlos a solas.
—Atticus, qué sorpresa. —Ian se levantó de la butaca en la que estaba leyendo, otro intento en vano de no pensar en Olivia, y fue a abrazar a su hermano mayor—. ¿A qué debo el honor de tu visita? ¿Le ha sucedido algo a Trenton? —preguntó entonces, preocupado.
Atticus le devolvió el abrazo antes de responder.
—No, Trenton está bien. He venido a verte porque tengo que hablar contigo.
—¿Sobre qué? —preguntó, retrocediendo hasta su escritorio.
—Le he pedido a Olivia que se case conmigo —dijo sin más, porque tras pensarlo hasta la saciedad no había encontrado el modo de suavizar la noticia.
Ian se quedó quieto un instante y después, con gesto inconsciente, se frotó la barba.
—¿Y ella qué ha dicho?
«Ha dicho que no. Ha dicho que no».
—Ha aceptado.
Ian tuvo que sujetarse a la mesa que tenía delante. Por suerte, su hermano no podía verle las manos, ni los nudillos, que tenía blancos de la fuerza con que se estaba sujetando. «Ya está. El destino ha decidido por ti».
—¿Y cuándo es la boda? —se obligó a preguntar como si no le importase.
—De eso precisamente quería hablarte. La boda será dentro de dos semanas.
—¿Dos semanas? —Ian sintió una arcada—. ¿Tan pronto?
—Olivia quiere regresar a la academia cuanto antes, así podrá poner en orden sus cosas. Los dos hemos pensado que será mejor así. —«Y, además yo me estoy muriendo», pensó Atticus—. Será una ceremonia sencilla, pero quiero que seas mi padrino.
«Di algo, Ian, di algo».
—También quería pedirte algo más —dijo Atticus, sentándose—. Algo más delicado.
El joven lo miró a los ojos y vio que su casi infalible hermano mayor estaba nervioso.
—¿De qué se trata?
—¿Por qué no te sientas? —sugirió Atticus.
—Estoy bien de pie, gracias.
—Está bien. —Respiró hondo otra vez—. Pero te pido por favor que antes de decir nada me dejes terminar. ¿De acuerdo?
—¿Qué diablos quieres pedirme, Atticus? Suéltalo de una vez.
Él bajó la vista y buscó la alianza que llevaba en la mano izquierda, como si así Alicia pudiera darle fuerzas. Tras unos segundos, levantó la cabeza y miró a Ian a los ojos.
—Quiero pedirte que te acuestes con Olivia en nuestra noche de bodas.
Ian se quedó helado. Era imposible que su hermano le hubiera pedido lo que creía que le había pedido. Imposible y, a pesar de todo, una pequeña parte de él estaba convencida de que lo que había oír decir era exactamente eso. Se acercó a Atticus y se sentó a su lado.
—¿Acabas de pedirme que me acueste con tu futura esposa en vuestra noche de bodas?
—Así es.
—Te has vuelto loco —afirmó y empezó a ponerse en pie. E igual que había hecho con Olivia, Atticus lo detuvo.
—Escúchame, por favor. He hablado con el señor Abercrombie y me ha dicho que si bien no hay ningún impedimento legal para que me case con ella, podría haber alguien que pusiera en duda la autenticidad de nuestra unión. Y si llegara a cuestionarse mi matrimonio con Olivia, acto seguido sucedería lo mismo con Alicia y con la paternidad de Trenton.
—¿De verdad crees que alguien puede cuestionarse que eres el padre de Trenton y que tú y Alicia estabais casados? Por Dios, Atticus, si te casaste delante de todo Londres.
—Lo sé, pero no estoy dispuesto a correr ningún riesgo con mi hijo, y tú sabes perfectamente que a nuestros queridos primos les encantaría ponerme en ese aprieto. Lo único que me importa es que Trenton sea feliz. Ha perdido a su madre y Olivia es lo mejor que puedo ofrecerle. Y no permitiré que nadie cuestione tampoco el honor o la reputación de ella. Nuestro matrimonio tiene que ser legal. Tenemos que consumarlo.
—Pues consúmalo tú —soltó Ian furioso y se puso en pie. Se acercó al mueble donde guardaba el whisky y se sirvió una copa sin ofrecerle otra a su hermano. Si se acercaba a él con una botella, quizá se la rompiera en la cabeza. Lo que le estaba proponiendo era una atrocidad.
—Yo no puedo —dijo Atticus entre dientes.
—¿Qué has dicho? —Ian se dio media vuelta de golpe.
—He dicho que no puedo —repitió su hermano, sonrojándose.
Ian se sirvió otra copa. Doble.
—¿Qué quieres decir con que no puedes? —Aquel tema estaba resultando tan peliagudo que no quería medias tintas.
—Quiero decir que no puedo. Cuando Alicia estaba de seis meses, salí a cabalgar y sufrí una caída muy aparatosa. No le dije nada a nadie porque no quería que Alicia se preocupase, pero el doctor que me visitó me dijo que había sufrido un daño irreparable. —Todo eso era mentira, lo que sucedía era que Atticus, tras perder a su esposa, había perdido el deseo por estar con ninguna mujer.
—¿Se lo has dicho a Olivia?
—No. Ella insinuó la posibilidad de que el nuestro fuese un matrimonio de conveniencia —explicó Atticus e Ian suspiró aliviado—. Pero le dije que teníamos que consumarlo, al menos una vez.
—¿Y si después de «la boda» —dijo con sarcasmo—, Olivia cambia de opinión y quiere un matrimonio de verdad?
—Dudo que eso suceda, pero llegado el caso, no me importaría que se buscase un amante. Siempre que fuese discreta, por supuesto.
Ian iba a vomitar.
—¿Acaso no te das cuenta de que lo que me estás pidiendo es una atrocidad, Atticus?
Éste lo miró y se arriesgó todavía un poco más.
—Probablemente, pero no puedo pedírselo a nadie más.
—Podrías no casarte con ella.
—Si no me caso con Olivia, dentro de poco ella tendrá que volver a instalarse en los aposentos que tiene en la academia. Si sigue en Marlborough, pronto asumirán que es mi amante. O la tuya —añadió y vio que en el fondo de los ojos de Ian prendía una llama—. Y si ella se va, Trenton perderá a la única madre que ha conocido. Otra vez. No pienso permitirlo. Olivia sabe que no la amo, pero ella tampoco me ama a mí.
—¿Te lo ha dicho?
—Basta con mirarla —contestó Atticus, diciéndole a su hermano con los ojos que era idiota—. Ha aceptado casarse conmigo porque está convencida, igual que yo, de que es lo mejor para Trenton. Ian, tú también quieres a Trenton.
—Por supuesto, ya sabes que mataría por él.
—No te pido que mates, todo lo contrario. Olivia renunciará al amor por ser una buena madre y yo a cambio ni siquiera puedo ofrecerle el pobre sustituto de la pasión. ¿No crees que se merece saber lo que es? Aunque sólo sea por una noche.
—¿Y cómo piensas engañarla? ¿Acaso crees que es idiota, o ciega? —No iba a aceptar. No iba a aceptar, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de ella entre sábanas blancas.
—Olivia no es ni ciega ni idiota, pero es inocente. Tú y yo nos parecemos muchísimo. Si no fuera por la barba, tú serías una copia perfecta de mí, sólo que unos años más joven. Cierto, tenemos el color de pelo y de los ojos distinto, pero a oscuras nadie notaría la diferencia. Tendrías que afeitarte, eso sí. Y no podrías decirle nada, como tú bien has dicho, no es ciega ni idiota, pero tampoco es sorda.
Ian se frotó la barba. Llevaba años sin afeitársela y, a pesar de lo que dijeran los rumores, se la había dejado crecer para no parecerse tanto a su hermano mayor. Pero al final se había acostumbrado y ahora le resultaba imposible imaginarse sin ella.
—Es una locura, Atticus. No puedo hacerlo y tú no deberías pedírmelo.
—¿Por qué no puedes acostarte con ella, Ian? Tan sólo serán unos minutos —lo provocó.
«Unos minutos. Con Olivia no me bastaría con toda la vida».
—No puedo.
—Ian, si sientes algo por ella, dímelo. Dímelo y me haré a un lado.
Su hermano le sostuvo la mirada. Aquél era el momento perfecto para decirle que sí, que quería que se hiciese a un lado, que Olivia podía ser el amor de su vida, pero que por desgracia había llegado antes de tiempo. Aquél era el momento de decirle que necesitaba tiempo para estar seguro de lo que sentía. Pero se mantuvo en silencio. Si ella había aceptado casarse con Atticus sin más, quizá era que no sentía nada por él.
—No es eso, Atticus —le explicó—, lo único que sucede es que no quiero ser yo quien te traicione de ese modo. Ambos sabemos el efecto que tiene la infidelidad en un hombre y no quiero ser yo el que te haga tanto daño.
—¿Lo dices por papá? Mi madre le fue infiel a nuestro padre porque era una egoísta, porque no lo quería, ni a él ni a mí. Lo que yo te estoy pidiendo es algo completamente distinto, Ian. Y jamás te lo echaría en cara. Jamás.
—Esto es lo que dices ahora, pero quizá dentro de unos meses te recuperes de los efectos de la caída y entonces cambiarás de opinión.
—No, eso no sucederá. Te lo aseguro. —«Me habré muerto antes»—. Mírame, Ian, sé que te estoy pidiendo algo muy importante, pero por favor, piénsalo. Hazlo por Trenton. —«Y por ti y por Olivia», añadió mentalmente. Se puso en pie y comprobó que su hermano no tenía intenciones de hacer lo mismo—. La boda será dentro de dos semanas, en Marlborough, y tanto si accedes a ayudarme como si no, quiero que estés allí.
—¿Te casarás igualmente con Olivia aunque no me acueste con ella? —Antes de formular la pregunta no había caído en la cuenta de que quizá aquélla fuera la solución perfecta.
—Sí, por supuesto. Ya se lo he pedido y ya te he dicho que nuestra prioridad es Trenton.
—¿Y la noche de bodas?
—Supongo que tendría que encontrar otra solución, ¿no?