2

OLIVIA llevaba a Trenton en brazos y a su lado caminaba Ian, que iba cargado con una cesta que les había preparado la cocinera de la mansión. A pesar de que todavía era invierno, brillaba el sol y no había ni una nube en el cielo, así que decidieron alargar el paseo. Primero habían ido a la iglesia y si a Ian le extrañó que quisiera quedarse un rato frente a la tumba de su hermana charlando y contándole cosas acerca de Trenton, no dijo nada. Todo lo contrario. Al parecer, se había equivocado mucho al juzgarlo, pensó Olivia, y a media mañana decidió que cuando surgiera la oportunidad le preguntaría por qué había hecho aquel comentario sobre ella el día de la boda de Alicia y Atticus.

Ian nunca se había sentido tan bien con nadie como con Olivia. Era lista, dulce y sincera. Decía lo que pensaba y tenía una opinión tan bien formada de las cosas que dejaría en ridículo a casi todos los miembros de la Cámara de los Lores. Y el olor de su pelo amenazaba con volverlo loco. Y si su piel era en realidad tan suave como aparentaba, él se moriría si alguna vez llegaba a tocarla. Sujetó el asa de la cesta con fuerza para evitar caer en la tentación de hacer exactamente eso.

—Creo que conozco el lugar perfecto para sentarnos un rato —dijo ella—. En la parte trasera de la mansión, cerca del camino que conduce al pueblo hay un roble que…

—Un momento, señorita, ese roble es mío —la interrumpió Ian con una sonrisa.

—¿Tuyo?

—Sí, se llama Capitán.

—¿Le pusiste nombre a un árbol?

—No es un árbol cualquiera —respondió él haciéndose el ofendido—. Cuando Atticus y yo éramos pequeños, solíamos jugar por el jardín. Mi hermano es ocho años mayor que yo, pero aun así le gustaba estar conmigo. O quizá lo hacía porque, si no, yo no lo dejaba tranquilo.

—Seguro —bromeó Olivia.

—Un día nos estábamos peleando porque los dos queríamos ser el capitán del ejército, un ejército que consistía en letales soldaditos de plomo. Estábamos junto a ese roble y mi padre vino y nos dijo que dejáramos de discutir, que el árbol era el capitán y que más nos valía hacerle caso. Ese día, mi padre se quedó a jugar con nosotros y nos olvidamos del árbol, pero una semana más tarde fui allí y me senté junto al Capitán a leer un libro. Y lo he hecho desde entonces. Tienes razón, es el lugar perfecto para descansar un rato —añadió sin cuestionarse demasiado por qué lo hacía tan feliz que a Olivia aquel viejo roble también le pareciera especial.

Recorrieron el resto del camino en silencio y no volvieron a hablar hasta llegar al árbol.

—¿Todavía no lo has cogido en brazos? —le preguntó Olivia, refiriéndose a Trenton.

—No.

—¿Quieres hacerlo?

—¿Ahora? —preguntó él, ilusionado y aterrorizado al mismo tiempo.

—Ahora —respondió ella con una sonrisa—. Deja la cesta en el suelo. —Esperó a que Ian se liberase de su carga antes de continuar—. Tienes que sujetarle bien la cabeza. Se acercó y, con cuidado, le entregó al pequeño. —Así, lo estás haciendo muy bien.

Ian nunca había estado tan tenso. Nunca había sujetado algo tan precioso entre sus manos. Notó a Olivia pegada a él, asegurándose de que Trenton estaba cómodo y bien sujeto. Respiró hondo y la mezcla del olor de ella y el del recién nacido hizo que le diera un vuelco el corazón. Olivia se apartó despacio e Ian levantó la cabeza. Sus miradas se encontraron bajo aquel roble y los dos supieron que aquél no era un instante cualquiera.

—Gracias —dijo él a falta de otra cosa. Tenía la garganta seca y pronunciar aquella palabra le había costado mucho.

Olivia debía de tener el mismo problema, porque no dijo nada y se agachó a abrir la cesta. Sacó una manta y la extendió en el suelo y luego empezó a sacar el resto de las cosas y a colocarlas encima. A pesar de que sólo eran dos, había comida para cuatro personas y cuando creía que ya lo había sacado todo —pan, queso, copas—, algo en el fondo de la cesta le llamó la atención: un cuaderno.

—¿Qué es esto?

—Es mi cuaderno —respondió Ian—. Siempre lo llevo conmigo por si se me ocurre algo. Creo que se ha quedado dormido.

Ella dejó el cuaderno en el suelo y se puso en pie. Sí, Trenton se había quedado dormido en brazos de su tío y se lo veía feliz.

—Déjalo aquí —le dijo, agachándose para improvisar una cama para el pequeño. Colocó el trozo de manta que sobraba y se quitó el chal que llevaba alrededor de los hombros para utilizarlo como manta. Ian depositó a Trenton con mucho cuidado y luego ella lo tapó. Él tardó apenas unos segundos en quitarse la americana y ofrecérsela a Olivia.

Ella se quedó mirando la chaqueta como si no supiera qué hacer.

—Vamos —insistió Ian—, refresca un poco y no querrás ponerte enferma. Trenton te necesita —afirmó, seguro de que así la convencería.

Y lo hizo.

Olivia aceptó la prenda y se la colocó sobre los hombros. Ian sonrió confuso. ¿Por qué sentía tanta satisfacción? Al fin y al cabo, sólo se había puesto su chaqueta. «Sí, pero cuando tú vuelvas a ponértela, quizá olerá como ella», le susurró una voz en su mente.

—La cocinera se ha vuelto loca, hay comida para cuatro días —comentó Olivia en un intento de aligerar el ambiente y para ver si así dejaba de pensar en lo bien que olía aquella chaqueta. Igual que Ian.

—Sí, mi madre solía decir que la señora Smith quería vendernos a peso —contestó él con la misma intención.

—¿Siempre vivisteis aquí? —preguntó ella, cada vez más interesada en saber más cosas de Ian.

—Sí, a mi madre no le gustaba la ciudad y mi padre trataba de complacerla en todo. Y Atticus y yo también preferíamos estar aquí.

—Hablas de esa época con mucho cariño.

—A veces pienso que fueron los mejores años de mi vida. Mis padres siempre estaban juntos, Atticus y yo nos peleábamos por todo, pero jugábamos hasta cansarnos, a pesar de que nuestros preceptores nos perseguían constantemente. Sí —suspiró con añoranza—, tuve una infancia feliz. ¿Y tú?

Olivia se quedó pensando la respuesta durante unos segundos, sorprendida de que Ian hubiera sido tan sincero y tratando de controlar los latidos de su corazón, que amenazaba con salírsele del pecho.

—Mi madre murió cuando yo tenía diez años y mi padre la siguió dos años después.

—Lo siento, no lo sabía. —Sabía que Alicia y Olivia habían perdido a sus padres, pero no cuándo ni cómo.

—Fue difícil, a pesar de que Alicia siempre me cuidó y procuró que no me faltase nada. —Se secó una lágrima que se le había escapado al hablar de su hermana—. Y entonces apareció la tía Harriet.

—¿La tía Harriet? —De ella sí que no había oído hablar.

—Era una hermana de mi abuela. Al parecer, se pelearon y dejaron de hablarse, por eso ni Alicia ni yo sabíamos nada de ella, pero cuando se enteró de que nos habíamos quedado solas, vino a buscarnos. Fue quien nos enseñó a leer, a escribir y a valernos por nosotras mismas. Creo que en su caso tuvo que aprenderlo a la fuerza y quería evitar que a nosotras nos sucediera lo mismo. No sé qué habríamos hecho sin ella.

—Parece una gran mujer —dijo Ian sincero.

—Lo era —afirmó Olivia, notando que le caía otra lágrima, pero ésta no tuvo tiempo de secársela, porque él levantó una mano y se la atrapó con el pulgar.

En cuanto tocó la piel de Olivia se dio cuenta de lo que había hecho. Su cuerpo había tomado el mando y había reaccionado sin pedirle permiso a su cerebro. Ver esa segunda lágrima, cuando el día anterior ella no había derramado ninguna, prendió algo dentro de él y lo hizo reaccionar sin más. Olivia tenía la piel suave, pero a diferencia de cualquier otra mujer que hubiese tocado antes, la suya era cálida y le hacía sentir un cosquilleo bajo los dedos. Notó que la lágrima se fundía entre la yema de su dedo y la mejilla de ella y pensó que una pequeñísima parte de la joven estaba dentro de él. Apartó la mano, pero cerró los dedos para tratar de retener aquella sensación.

—¿Cuándo murió? —preguntó Ian, refiriéndose a la tía Harriet.

—Hace un par de años. Ella fue la que convenció a Alicia de que aceptase el puesto de dama de compañía de lady Winswory, en cuya casa conoció a Atticus.

—Lo sé. Si tu tía Harriet siguiera viva, le daría personalmente las gracias. —Pero no sólo porque su hermano hubiese conocido a su esposa, que lo había hecho muy feliz, sino también porque, gracias a eso, él mismo estaba teniendo la oportunidad de conocer a Olivia.

—Las echo mucho de menos —confesó ésta—. A las dos, a Harriet y a Alicia. Ahora estoy sola en el mundo.

—No estás sola —afirmó él cogiéndole la mano—. Tienes a Trenton. —«Y a mí», pensó, pero no se atrevió a decirlo en voz alta.

Olivia desvió la vista hacia los dedos que tenía entrelazados con los suyos y notó que empezaba a temblar. Había observado fascinada los cambios que se habían producido en Alicia tras conocer a Atticus y tenía la certeza de que a ella jamás le sucedería nada igual; pero lo que estaba sintiendo en aquellos momentos se parecía muchísimo a lo que su hermana le había contado.

Por suerte o por desgracia, Trenton eligió aquel momento para despertarse y hacer notar su presencia y Olivia lo cogió en brazos al instante.

Terminaron el almuerzo más o menos en silencio, compartiendo alguna que otra anécdota, pero ninguna tan intensa y, después, Ian recogió las cosas mientras ella acunaba a Trenton. Regresaron a la mansión y, al entrar, Jeffreys le dijo a Ian que tenía una carta urgente. Éste tardó unos segundos en reaccionar, como si se hubiese olvidado de quién era o de qué tenía que hacer realmente y miró a Olivia y a Trenton. Durante unos instantes había creído que aquélla era su vida.

—Gracias por invitarme a pasar el día con vosotros, Olivia. —Le hizo una leve reverencia y le dio un cariñoso beso en la frente a su sobrino. Luego, cogió la carta que Jeffreys le ofrecía en una bandeja de plata y se fue hacia el salón.

La misiva, tal como Ian había temido, era de Verlen y en ella le decía que el prototipo que habían encargado estaría listo antes de tiempo. Lo esperaba en Londres en dos semanas, así podrían revisarlo juntos y, si todo iba según lo acordado, podrían partir rumbo a Nueva York al cabo de un mes. Unos meros días atrás la noticia la habría parecido bien, lo habría alegrado incluso. Verlen y él habían encargado a un renombrado ingeniero londinense que buscara el modo de hacer más seguras las máquinas que iban a utilizar en sus fábricas. Que el prototipo estuviera listo era buena señal, debería alegrarse, pero se sentía como si tuviera una losa encima del pecho. No quería irse y era la primera vez que le sucedía algo así. Dobló la carta y se la guardó en el bolsillo. Respiró hondo y se dijo que no tenía que decidir nada en ese momento. Seguro que el desconcierto que sentía se debía al funeral, que ver a su hermano tan abatido lo había afectado más de lo que creía. Al cabo de unos días, todo volvería a la normalidad.

Pasaron los días y la normalidad no regresó. Su lugar lo ocuparon los sudores en las manos, los escalofríos en la espalda y los nudos en el estómago. Todo eso sentía cada vez que Olivia Roscoe le sonreía, o lo miraba, o paseaba con él por el jardín. Había pasado una semana y, aunque Ian seguía sin reconocer lo que estaba sintiendo, la sensación empezaba a gustarle. Le gustaba ver los ojos castaños de ella por encima del borde de la taza de té, le gustaba ver cómo fruncía el cejo cuando leía una noticia que le desagradaba y le gustaba oírla cantarle a su sobrino.

Por su parte, a Olivia también parecía resultarle agradable estar con él. Cuando estaban en el salón con Atticus y Trenton, solía sentarse cerca de Ian para así poder charlar. Le había contado lo de la academia y él se había ofrecido a ayudarla con lo que fuese necesario. También le había contado que recientemente se le había ocurrido un nuevo método para enseñar a leer a sus alumnas y que estaba impaciente por probarlo. Ian la había escuchado fascinado y no sólo por lo que decía, sino también por el modo en que le brillaban los ojos al contarle sus sueños.

Atticus estaba sentado en la butaca más cercana a la chimenea y observaba con atención lo que estaba sucediendo frente a él. Ian y Olivia se estaban enamorando y ninguno de los dos parecía darse cuenta. Él sabía que su hermano estaba convencido de que todavía no le había llegado el turno en el amor. Menuda tontería; el amor lo había abatido sin ni siquiera intentarlo. Y poco antes de morir, Alicia le había contado que Olivia tenía miedo de enamorarse. Al parecer, su querida tía Harriet había sido muy desgraciada en el amor y la joven había decidido esquivar el sentimiento a toda costa. Atticus volvió a mirar a la pareja y, a juzgar por el modo en que ambos movían las manos, supuso que estaban hablando de política. Fascinante. Estaban hechos el uno para el otro y no tenían ni idea. Ojalá Alicia estuviera allí. Ella sabría qué hacer, pero como él estaba completamente perdido, decidió no hacer nada y dejar que el amor siguiera su curso. Craso error. Ian y Olivia llevaban una semana sin separarse y ninguno de los dos había hecho nada para cambiar la naturaleza de su relación. Sí, ella lo miraba a escondidas y se sonrojaba y sí, él aprovechaba cualquier excusa para ponerle una mano en la espalda o para acercarse a ella, pero nada más. Ian tendría que irse dentro de poco. Aunque su hermano no le había dicho nada, Atticus sabía que había recibido un par de cartas de su socio. Olivia también tenía que volver a la academia y él se estaba muriendo, así que quizá no podía dejarlo todo en manos del destino. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? Ninguno de los dos se tomaría nada bien que interviniese. Cerró los ojos, ocultar su enfermedad le costaba cada vez más, y descansó un rato. Quizá así, un ángel de la guarda lo visitara en sueños y le echase una mano.

El llanto de Trenton la despertó a medianoche. Los cuatro, Atticus, Ian, el niño y ella se habían acostado a las diez y a Olivia le había costado mucho dormirse, porque no podía dejar de pensar en Ian. Por más que tratara de negarlo, le había entregado su corazón. Ian Harlow no era en absoluto como ella había creído. Era dulce, inteligente, sincero, honrado. Y, al parecer, Olivia no le interesaba lo más mínimo. Ella sabía lo que sucedía en la otra punta del globo, pero no sabía cómo seducir a un hombre. Y tampoco tenía a quién recurrir. Un par de días atrás, había estado tentada de hablar con Atticus, pero descartó la idea por descabellada. No se imaginaba a sí misma pidiéndole consejo a su cuñado sobre cómo seducir a su hermano. Se sonrojó sólo de pensarlo. Al final se durmió y, apenas una hora después, Trenton la despertó. El niño no solía despertarse, algo iba mal. Corrió a su lado con el corazón en la garganta y en camisón, sin preocuparse por su atuendo.

Entró en la habitación y cogió al pequeño en brazos. Gritaba a pleno pulmón y estaba ardiendo.

—Tranquilo, Trent —le susurró, acunándolo entre los brazos—. Tranquilo.

El niño no dejaba de llorar, tenía las manitas apretadas y las mejillas mojadas por las lágrimas.

—¿Qué le pasa? —preguntó Ian, apareciendo por la puerta en pijama y también sin bata.

—No lo sé —respondió ella. Al ver lo asustada que estaba, Ian corrió a su lado y la rodeó con los brazos. La reconfortó durante unos segundos y después se separó para tocar al pequeño—. Está ardiendo.

—Lo sé.

Ian reaccionó en seguida.

—Iré a buscar agua fría. Tú desnúdalo. Tenemos que bajarle la fiebre. —Desapareció y regresó unos minutos más tarde con un barreño lleno de agua.

Olivia ya había desnudado a su sobrino, que seguía llorando desconsolado.

—Tráelo aquí —le dijo Ian, y luego, con cuidado, metieron al niño en el agua. Era tan pequeño que pudieron acomodarle en el barreño—. Vamos, Trenton —le dijo Ian—, ya verás como te pones bien.

—Tranquilo, Trent —susurró de nuevo Olivia y le dio un beso en la frente. Tan sólo llevaba unos instantes en el agua y la temperatura ya le empezaba a bajar—. Vas a ponerte bien —afirmó.

—Creo que ya puedes vestirlo —dijo Ian. Tanto él como ella estaban empapados y tenían las manos metidas en el agua para sujetar al pequeño. Sus dedos no paraban de rozarse—. Pero no lo abrigues demasiado.

—Esperaré un poco más. —Trenton ya no lloraba con tanta rabia, ahora sólo sollozaba un poquito y los párpados parecían pesarle—. El aya me dijo que había niños que, a esta edad, tenían dolores muy fuertes de barriga y fiebres, pero pensaba que a él no le sucedería —le explicó a Ian.

—Se pondrá bien, ya lo verás. Es muy afortunado de tenerte —añadió, como si supiera que Olivia no se sentía lo suficientemente preparada como para cuidar del pequeño. Y entonces se puso en pie y fue a buscar una toalla para envolver a Trenton.

Ella le entregó al pequeño y se emocionó al ver lo mucho que Ian lo quería. El modo en que lo cogió y lo llevó a la cuna para poder vestirle dejó claro que sentía devoción absoluta por el niño. Si sentía tal afecto por su sobrino, quizá conseguiría que sintiera algo parecido por ella, pensó, pero acto seguido se recriminó por tener ese pensamiento. En esos momentos, lo primero era Trenton, ya tendría tiempo más adelante para soñar despierta. Cuando regresara a la academia. Echó los hombros hacia atrás para desprenderse de parte de la tensión que se notaba en ellos y fue a vestir al pequeño.

—¿Crees que deberíamos despertar a Atticus? —preguntó Olivia.

—No, es mejor que descanse. —Ian no se lo había dicho a ella, pero estaba preocupado por su hermano mayor. Atticus estaba cada vez más delgado y, aunque éste no lo sabía, él lo había oído toser en un par de ocasiones. Y no podía quitarse de la cabeza aquella camisa manchada de sangre. Jeffreys había tratado de escondérsela, pero Ian la había visto de todos modos. Tos, sangre, fiebre, sólo podía querer decir una cosa, que se negaba a creer. Si Atticus estuviera enfermo se lo habría dicho, ¿no?

—Sí, tienes razón. —Con Trenton completamente dormido en brazos, Olivia se sentó en la mecedora—. Me quedaré aquí.

—De acuerdo. —Ian apartó el barreño de agua y dobló la toalla, que dejó encima de una silla—. ¿Quieres que me quede? —En realidad no quería irse.

—No hace falta. —Quería que se quedase. Quería que se quedase a su lado y le dijese que Trenton estaba bien. Quería que volviera a abrazarla como antes.

—Dejaré la puerta abierta por si me necesitas. —Los pies de Ian decidieron acercarse a Olivia—. No te preocupes. —Levantó una mano y le acarició la mejilla—. Mañana estará bien.

Llevó la misma mano hacia abajo y tocó a Trenton. Se agachó con la intención de darle un beso a su sobrino, pero a medio camino se encontró con la mirada de Olivia y se quedó petrificado. El corazón le golpeaba las costillas, no podía respirar. Ella se pasó la lengua por el labio inferior. ¿A qué sabría? Se moría de ganas de descubrirlo. ¿Le devolvería el beso? Se acercó un poco más, sus respiraciones se mezclaron; vio que a Olivia le temblaba el pulso y supo que a él también. Aquellos ojos castaños se le estaban metiendo en el alma y si dejaba que se quedasen allí, ya no podría vivir sin ella. Y tuvo miedo. Se agachó y besó a Trenton en la frente y se apartó, incapaz de seguir cerca de Olivia.

—Buenas noches —dijo.

Ella no contestó. No podía. Él había estado a punto de besarla y al final no lo había hecho. No tendría que dolerle tanto, se dijo. Al fin y al cabo, Ian no le había prometido nada, pero a su corazón no lo consolaba eso, porque, durante un segundo, se había atrevido a creer que los ojos de él le prometían el mundo entero.

Atticus regresó a su dormitorio unos segundos antes de que Ian abandonara el de Trenton. Los llantos de su hijo lo habían despertado y había corrido a su lado, pero al parecer su enfermedad estaba haciendo mella en él, porque fue el último en llegar. Y lo que vio lo dejó tan atónito que se quedó en el umbral, petrificado. No hizo ningún esfuerzo por ocultarse, sencillamente, Ian y Olivia estaban tan preocupados por el niño y tan pendientes el uno del otro que no lo vieron allí en el pasillo. Cuidaron de Trenton como si fuera su propio hijo, y luego Ian reconfortó a Olivia igual que habría hecho él con Alicia, pero su hermano se había acobardado en el último instante y no la había besado. ¿Qué diablos les pasaba a aquellos dos? ¿Acaso no sabían que el amor hay que agarrarlo con uñas y dientes cuando se presenta? ¿Acaso no habían visto lo que les había sucedido Alicia y a él? Dios, estaba harto. El destino se había encargado de sentenciarlo a muerte, pero no se iría de este mundo hasta asegurarse de que el testarudo de su hermano y la tozuda de su cuñada eran felices. Por no hablar de su hijo. Atticus iba a encargarse de que, tras su partida, tuviese los mejores padres del mundo.