EL doctor Lundrop confirmó que Atticus Harlow, duque de Marlborough, había fallecido tras padecer una corta y dolorosa enfermedad. Olivia e Ian se quedaron desolados, tanto por su muerte como por el hecho de que les hubiera ocultado que estaba tan enfermo. Ian despidió al doctor y, junto con Jeffreys, se encargó de los preparativos necesarios para que el cuerpo de su hermano descansase en paz. El mayordomo no se retiró hasta que se aseguró de que Ian no necesitaba nada más y aun entonces lo hizo a desgana. Aquel hombre los había visto crecer y era evidente que lamentaba profundamente la muerte de Atticus.
Ian regresó a su dormitorio; a pesar de todo lo sucedido, todavía no había amanecido. Él tenía la sensación de que habían transcurrido horas, días, desde que se había ido a hurtadillas de la habitación de Olivia, pero en realidad ni siquiera había salido el sol. Abrió la puerta y lo sorprendió encontrársela esperándolo. Sin preguntarle qué hacía allí, corrió hacia ella y se derrumbó en sus brazos. Lloró desconsolado y Olivia le abrazó durante todo el rato, le susurró palabras de cariño al oído y le dijo que todo iba a salir bien. Ian lloró y lloró y a ella se le rompió el corazón.
—Le dije cosas horribles —farfulló, haciendo referencia a la discusión que habían tenido en el despacho.
—Estoy convencida de que no te guardaba rencor. Atticus te quería y seguro que sabe que le dijiste todo eso sólo porque estabas enfadado.
—No sé qué haré sin él.
—Claro que lo sabes —afirmó ella, acunándole el rostro—. Por eso te afeitaste —dijo, cambiando de tema.
Ian cerró los ojos, incapaz de sostenerle la mirada y le confirmó sus sospechas.
—Sí, por eso me afeité.
—Me gustaba la barba.
—Volveré a dejármela crecer —dijo él al instante—. ¿Por qué eres tan comprensiva?
—Atticus ha muerto, Ian, mañana será un día horrible. ¿De verdad quieres tener esta conversación ahora?
—¿Qué quieres hacer? —le preguntó él, con el corazón en la mirada.
—Quiero estar contigo, quiero hacer el amor contigo sin tener que cuestionarme con quién estoy. Quiero que me beses y saber sin ninguna duda que eres tú quien me está besando. Quiero olvidarme durante un segundo de que mi hermana y tu hermano han muerto y de que tú y yo hemos estado a punto de perdernos para siempre. En cuanto a todo lo demás, no lo sé. Me has hecho mucho daño, Ian. Y tenemos mucho de que hablar, pero todo puede esperar a mañana.
—Mañana.
—Mañana.
—Gracias —dijo él, con nuevas lágrimas en los ojos—. No sé qué habría hecho si me hubieras pedido que me alejara de ti. Te necesito, Olivia. Te amo. —Vio que ella abría los ojos algo asustada y continuó—: Te amo y te amaré siempre, pase lo que pase mañana. Aunque me digas que no quieres volver a verme, aunque me digas que es demasiado tarde, aunque me digas que jamás podrás perdonarme, yo te amaré siempre. He tardado demasiado tiempo en comprenderlo, pero cuando te besé supe que jamás volvería a besar a otra.
—Me besaste a oscuras, podría haber sido cualquiera.
—No, sólo podrías haber sido tú.
Ian se apartó un poco y agachó lentamente la cabeza, era la primera vez que la besaba a plena luz. Era la primera vez que ella lo besaba a él, sabiendo que era Ian. Ese pensamiento le recordó a su hermano y se detuvo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Olivia.
—Cuando me besaste, ¿pensaste que estabas besando a Atticus? —Se mordió el labio inferior y en seguida se arrepintió de habérselo preguntado—. No, no hace falta que me respondas, perdí el derecho a saberlo cuando dejé que te casaras con él. Lo único que importa es que ahora quieras besarme a mí.
Olivia lo miró a los ojos y le entregó de nuevo el corazón.
—Ian, siempre deseé besarte a ti. Sólo a ti. ¿Te acuerdas de la noche que Trenton se puso enfermo? Creía que ibas a besarme.
—Iba a hacerlo; me arrepentí mil veces de no haberlo hecho —confesó.
—Traté de convencer a Atticus de que el nuestro fuese un matrimonio de conveniencia, pero él insistió en que teníamos que consumarlo. Supongo que ahora ambos sabemos por qué.
—Y no sabes cuánto se lo agradezco —murmuró Ian.
—Atticus insistió en que teníamos que consumarlo y yo me convencí de que sería un mero trámite. Él quería a mi hermana y yo me veía incapaz de traicionar su memoria, así que pensé que cumpliríamos con las formalidades necesarias y nada más. Cuando entraste en mi dormitorio, a pesar de que no te veía y de que no sabía que eras tú, mi cuerpo sí lo supo y reaccionó igual que hace siempre que estás cerca. Cuando me besaste, en mi mente te vi a ti y cuando te toqué la cara y no encontré la barba, a pesar de que ya te había visto sin ella, me sentí decepcionada. Cuando te fuiste y empecé a pensar en lo que había sucedido, no asocié aquellos besos y caricias con el nombre o el rostro de Atticus, era como si en mi mente ya supiera que era otro hombre. Siempre que pensaba en él, lo llamaba mi esposo.
—Tu esposo, no sabes cuánto me gustaría poder serlo yo —dijo emocionado.
—Mañana, Ian —le recordó ella—. Hablaremos de todo eso mañana. Ahora, hazme el amor.
Él no dijo nada más y se perdió en el cuerpo de Olivia. Le hizo el amor sin censurar ninguna reacción. La besó, la sujetó por las caderas y gritó su nombre al alcanzar el orgasmo, algo que hasta entonces nunca se había permitido. Le recorrió la espalda, las nalgas, los muslos, las piernas y besó todas y cada una de las pecas que no había visto a oscuras. Y luego hizo lo mismo con sus pechos, su estómago, su ombligo. A pesar de lo mucho que le había gustado hacerle el amor a oscuras, prefería hacerlo a plena luz del día. Cuando terminaron, se quedaron abrazos y ella no regresó a su habitación hasta asegurarse de que él se había quedado dormido.
A los dos los esperaban unos días muy difíciles y Olivia todavía no sabía qué iba a hacer con el resto de su vida.