El mal mundo reúne dos relatos líricos y complementarios. Hablan del amor masculino —de un ardiente amor masculino— que se da lejos de lo que suele tenerse por homosexualidad al uso. No fuera, sino lejos. Un amor adolescente, sin fronteras. Y otro amor —igualmente arrebatado— de chicos marginales que, en su sensibilidad, muy viril, han anulado sin embargo las más impuestas fronteras sociales. Son amores cotidianos y raros, singulares y frecuentísimos. Amores que intentan abolir —desde lo muy masculino— el entendimiento del sexo y la ternura como compartimentos estancos e infranqueables. Son relatos de carne, de sexo, de labios y —si se mira atentamente— también de amor y amistad. El erotismo no puede ser una negación de la caricia.

Están escritos al comienzo de la primavera y final del verano de 1998. No niegan —no les ofende— ser prosa de poeta. Al contrario. Soy fiel a un clima de excepcionalidad, tan pura como la vida. Mario Benedetti habló de «la pureza de los impuros». Y el gran Christopher Marlowe pidió «shadowing more beauty», más belleza sombría. Las falsas contradicciones de los que saben mucho.

L. A. de V.

Madrid, 1 de octubre de 1998