XXXI. DE CÓMO SE EVAPORÓ EL MILLÓN

El 22 de septiembre, poco antes del mediodía, Monty dobló el informe dirigido a Swearengen Jones, se lo metió en el bolsillo y salió a la calle. Minutos antes, una camioneta de reparto se había llevado un paquete misterioso. La señora Gray no pudo ocultar su sorpresa, y las respuestas de Brewster a sus preguntas apenas la ayudaron a esclarecer el enigma: era imposible contarle a la dama que ese paquete tan grande contenía los recibos que probarían la veracidad de su informe cuando se reuniera con Jones. Brewster había utilizado unos resguardos especiales para todas las compras; los pequeños talonarios se los habían hecho por encargo, y tanto él como sus empleados los habían llevado a todos sitios. Todo aquel que recibía dinero suyo firmaba un recibo por la cantidad correspondiente, por pequeña que fuese, Únicamente los limpiabotas y los vendedores de periódicos se habían visto exentos de esta formalidad; las propinas a camareros, porteros, taxistas, etc., habían quedado registradas y formaban una categoría aparte. El día 23 por la mañana, Brewster entregaría los recibos justificativos del desembolso de los últimos dólares, y a las nueve completaría el informe.

Se despidió de Peggy con un beso y le dijo que estuviese lista a las cuatro para dar un paseo en coche. Luego fue a ver a Joe Bragdon y Elon Gardner, con quienes había quedado para comunicarles su intención de casarse al día siguiente.

—No puedes permitírtelo, Monty —estalló valientemente Joe—. Peggy es demasiado buena. No serías justo con ella.

—Hemos decidido emprender juntos una nueva vida a partir de mañana. Esperad a ver lo que ocurre. Creo que os voy a sorprender. Por cierto, hoy tengo que conseguir la licencia y hablar con un pastor. Va a ser una ceremonia sencilla, como comprenderéis. Joe, tú puedes ser mi padrino si quieres; y cuento contigo, Gardie, para que firmes como testigo. Mañana cenaremos en casa de la señora Gray, y os aseguro que no habrá muchos invitados. Pero de eso hablaremos más tarde. Ahora, chicos, he de pediros dinero para pagar la licencia y al pastor. Os lo devolveré mañana por la tarde.

—¡Cielo santo! —exclamó Gardner, perplejo ante la desfachatez de su amigo.

Los tres se fueron a tramitar la licencia, que acabó pagando Bragdon. Gardner, por su parte, prometió que se ocuparía de que el eclesiástico estuviese en casa de la señora Gray a la mañana siguiente. Monty les pidió además —y lo hizo muy serio— que no le contaran a Peggy estas dos gestiones. Después se dirigió a toda prisa al despacho de Grant & Ripley.

Los abogados ya habían recibido los lotes de recibos.

—¿Ha llegado Jones a la ciudad? —preguntó nervioso nada más saludarlos.

—Hemos preguntado en todos los hoteles y no hay ninguna reserva a su nombre —respondió Grant con un gesto de preocupación; pero Brewster no lo notó.

—Llegará esta noche, supongo —dijo ufano.

Lo que no le contaron, sin embargo, fue que todos los telegramas remitidos a Swearengen Jones en las últimas dos semanas habían sido devueltos sin reclamar al despacho de Nueva York. La compañía de telégrafos les había informado de que el señor Jones estaba en paradero desconocido: no se le había visto en Butte desde el 3 de septiembre. Los abogados esperaban a cada hora noticias de la gente de Montana a la que habían telegrafiado pidiendo información y consejo. Estaban muy agitados, pero Brewster, en su entusiasmo, no lo advirtió.

—Esta mañana vino un hombre alto con barba preguntando por usted, señor Brewster —dijo Ripley, que estaba inclinado sobre su mesa, estudiando unos documentos.

—¡Ah! Sería Jones, estoy seguro. Siempre lo he imaginado con una barba larga —dijo Monty en tono aliviado.

—No lo era. Conocemos bien al señor Jones. A aquel hombre, sin embargo, no le habíamos visto nunca; además se negó a dar su nombre. Dijo que acudiría por la tarde a casa de la señora Gray.

—¿Tenía aspecto de policía o de cobrador? —preguntó Monty, riéndose.

—Parecía un mendigo.

—Bueno, olvidémonos por ahora de él —dijo Monty mientras se sacaba el informe del bolsillo—. ¿Les importaría revisar este informe, caballeros? Quiero saber si se puede presentar tal como está al señor Jones.

Grant cogió, tembloroso, la hoja cuidadosamente doblada que le tendía Brewster. Los abogados se miraron fugazmente con gesto desesperado.

—Naturalmente, este informe no es más que un resumen de los gastos, pero todos están bien clasificados, y los recibos que tienen ahí están ordenados de tal modo que el señor Jones pueda comprobar fácilmente todas las cifras que figuran en el informe. Por ejemplo, donde dice «puros», he hecho constar la cantidad total que se fue con el humo. Los recibos son una declaración pormenorizada de los gastos.

Ripley le quitó la hoja a su socio y, tras calmarse, empezó a leer en voz alta. El informe decía así:

Nueva York, 23 de septiembre de 19…

A la atención del Sr. SWEARENGEN JONES, albacea del difunto James T. Sedgwick, de Montana.

Con arreglo a las cláusulas del testamento, así como a las directrices establecidas por Vd. en cuanto albacea, le presento la relación de las sumas recibidas y desembolsadas en el año de mi vida que termina la medianoche del 22 de septiembre. La exactitud de las cifras consignadas en el presente informe se puede comprobar consultando los recibos adjuntos. En este momento no poseo un solo centavo del dinero de Edwin Peter Brewster, ni ningún bien que recuerde su legado. Le invito a examinar detenidamente las siguientes cantidades:

CAPITAL INICIAL $1 000 000,00
Infortunio de Lumber and Fuel 58 500,00
Desatino cometido con combates de boxeo 1.000,00
Escarmiento sufrido en Montecarlo 40 000,00
Errores cometidos apostando en carreras de caballos 700,00
Venta de seis cachorros de terrier 150,00
Venta de muebles y enseres personales 40 500,00
Intereses por fondos depositados en bancos 19 140,00
Total a gastar $1 160 040,00
GASTOS Y PÉRDIDAS
Alquiler de vivienda 23 000,00
Mobiliario para vivienda 88 372,00
Tres automóviles 21 000,00
Alquiler de seis automóviles 25 000,00
Pago a DeMille 1 000,00
Salarios 25 650,00
Compensación a heridos en accidente de coche 12 240,00
Pérdidas por crisis bancarias 113 468,25
Pérdidas en apuestas de carreras 4 000,00
Pantalla de vidrio 3 000,00
Regalos de Navidad 7 211,00
Franqueos 1 105,00
Telegramas 3 253,00
Artículos de papelería 2 400,00
Dos Boston terriers 600,00
Cantidad entregada a atracadores 450,00
Pérdidas por gira de la orquesta 56 382,00
Pérdidas por operaciones especulativas O. Harrison 60 000,00
Baile (en dos partes) 60 000,00
Regalos extra 6 000,00
Crucero en yate 212 309,50
Puros 1 720,00
Bebidas principalmente para otros 9 040,00
Ropa 3 400,00
Alquiler de una villa 20 000,00
Emisario 500,00
Fiestas 117 900,00
Almuerzos y cenas 38 000,00
Cenas y fiestas por estrenos teatrales 6 277,00
Alojamiento en hoteles 61 218,59
Billetes de tren y de barco 31 274,81
Donación a hospicio 5 000,00
Dos funciones de ópera 20 000,00
Reparaciones en el Flitter 6 342,60
Remolque del yate hasta Southampton 50 000,00
Tren especial a Florida 1 000,00
Alquiler de casa de campo en Florida 5 500,00
Cuidados médicos 3 100,00
Gastos de manutención en Florida 8 900,00
Hurto de objetos personales por parte del servicio 3 580,00
Impuesto sobre bienes muebles 112,25
Gastos domésticos 24 805,00
Otros gastos 9 105,00
TOTAL 1 160 040,00
SALDO DISPONIBLE $0

Atentamente,

MONTGOMERY BREWSTER

—Como ven, caballeros, el informe es bastante general; pero ahí están los recibos que justifican todos los gastos, menos algunos insignificantes. Puede que Jones piense que he dilapidado mi fortuna, pero le reto a él y a cualquiera a que demuestren que no he sacado partido al dinero. A decir verdad, me han parecido cien millones y no un millón. Si alguien les dice que es fácil gastarse un millón de dólares, respóndanle que venga a hablar conmigo. El otoño pasado pesaba ochenta kilos y no tenía ni una arruga, ni tampoco una sola cana; ahora peso algo más de sesenta, y ya ven el resultado de trabajar demasiado. Tardaría siglos en recuperarme físicamente, pero de momento me conformo con las vacaciones que me voy a tomar a partir de mañana. Por cierto, me caso por la mañana, justo cuando sea pobre, más de lo que lo seré nunca, creo. Me quedan unos cuantos dólares por gastar, y tengo que ponerme a ello enseguida. Mañana justificaré los gastos de esta tarde, que he incluido en el apartado «otros gastos». Tendré los recibos, descuiden. Hasta mañana por la mañana.

Se marchó: estaba impaciente por ver a Peggy, y además tenía miedo de discutir el informe con los abogados. Grant y Ripley movieron la cabeza con gesto incrédulo y guardaron silencio un buen rato.

—Más vale que tengamos noticias definitivas antes del anochecer —dijo Grant en tono preocupado.

—Quisiera saber cómo reaccionará si sucede lo peor —dijo Ripley, como si hablara solo.