No había despachos jurídicos en el quinto piso del edificio Bendini. El comedor de los socios y la cocina ocupaban el sector oeste, algunas salas de archivo descoloridas y cerradas, que no se utilizaban, ocupaban el centro y un grueso muro de hormigón cercaba el resto del piso. En el centro del mismo había una pequeña puerta metálica, con un pulsador junto a la misma y una cámara encima, que conducía a una pequeña sala, donde un guardia armado vigilaba la puerta y una pared llena de pantallas de circuito cerrado. Un pasillo zigzagueaba entre un laberinto de abarrotados despachos y oficinas, donde diversos personajes desempeñaban su labor secreta, que consistía en vigilar y acumular información. Las ventanas que daban al exterior estaban selladas con pintura y cubiertas por persianas. La luz del sol no tenía posibilidad alguna de penetrar en la fortaleza.
DeVasher, jefe de seguridad, ocupaba el mayor de los pequeños y sencillos despachos. El diploma solitario que colgaba de la pared desnuda daba fe de sus treinta años de servicio como detective, en el departamento de policía de Nueva Orleans. Era de talla media, un poco barrigón, ancho de hombros y de pecho, con una enorme cabeza perfectamente redonda, que sólo sonreía con gran reticencia. Llevaba el cuello de su arrugada camisa afortunadamente desabrochado, permitiendo que su abultado cuello colgara a sus anchas. Una gruesa corbata de poliéster colgaba de la percha, junto a una desgastada chaqueta azul.
El lunes por la mañana, después de la visita de McDeere, Oliver Lambert se detuvo frente a la pequeña puerta metálica y miró fijamente a la cámara. Pulsó dos veces el botón, esperó y por fin pasó el control de seguridad. Cruzó apresuradamente la abigarrada sala y entró en el abarrotado despacho. DeVasher soltó una bocanada de humo de su Dutch Masters en dirección a un cenicero extractor y barajó los papeles de su escritorio, hasta hacer visible la madera de su superficie.
—Buenos días, Ollie. Supongo que quieres hablar de McDeere.
DeVasher era la única persona del edificio Bendini que le llamaba Ollie cara a cara.
—Sí, entre otras cosas.
—Bien, se lo ha pasado de maravilla, le ha impresionado la empresa, le ha gustado Memphis y probablemente firmará el contrato.
—¿Dónde colocaste al personal de vigilancia?
—Ocupábamos las dos habitaciones adyacentes en el hotel. Evidentemente, había aparatos de escucha en la habitación, en el coche, en el teléfono, etcétera. Como de costumbre, Ollie.
—Concretemos.
—De acuerdo. El jueves llegaron tarde y se acostaron. Tuvieron una pequeña discusión. El viernes por la noche le contó todo lo referente a la empresa, las oficinas, el personal y dijo que eras un individuo realmente encantador. Pensé que te gustaría saberlo.
—Sigue.
—Le habló del elegante comedor y de su almuerzo con los socios. Le contó los detalles de la oferta y estaban encantadísimos. Mucho mejor que sus demás ofertas. Ella quiere una casa con acceso propio, aceras, árboles y jardín posterior. Le dijo que podría tenerla.
—¿Algún problema con la empresa?
—A decir verdad, no. Comentó la ausencia de negros y de mujeres, pero no parecía preocuparle.
—¿Y su esposa?
—Se lo pasó de maravilla. Le gustó la ciudad y se hizo muy amiga de la esposa de Quin. Visitaron casas el viernes por la tarde y vio un par que le gustaron.
—¿Tienes las direcciones?
—Por supuesto, Ollie. El sábado por la mañana cogieron el coche de la empresa y circularon por toda la ciudad. Le impresionó el cochazo. El chófer evitó las peores zonas y visitaron más casas. Creo que eligieron una, en el mil doscientos treinta y uno de East Meadowbrook. La mujer de la inmobiliaria, Betsy Bell, se la mostró. Piden ciento cuarenta, pero aceptarán una oferta inferior. Necesitan vender.
—Es una parte muy bonita de la ciudad. ¿Cuántos años tiene la casa?
—De diez a quince. Mil metros cuadrados. Estructura de aspecto colonial. Lo suficientemente atractiva para uno de tus muchachos, Ollie.
—¿Estás seguro de que ésa es la que quieren?
—De momento eso parece. Hablaron de volver dentro de un mes, para ver otras casas. Tal vez te convenga invitarlos de nuevo, cuando acepte la oferta. Como de costumbre, ¿no es cierto?
—Claro, nos ocuparemos de ello. ¿Qué le ha parecido el sueldo?
—Está muy impresionado. El más elevado que le han ofrecido hasta ahora. Hablaron mucho del dinero: sueldo, pensión, préstamo hipotecario, BMW, primas, etcétera. Les parecía increíble. Esos jovenzuelos deben de estar en las últimas.
—Así es. ¿Crees que le hemos convencido?
—Apostaría cualquier cosa. En un momento dado comentó que tal vez la empresa no fuera tan prestigiosa como las de Wall Street, pero que sus abogados eran igualmente competentes y mucho más agradables. Estoy convencido de que firmará el contrato.
—¿Sospecha algo?
—En realidad, no. Es evidente que Quin le dijo que se mantuviera alejado del despacho de Locke. Le dijo a su esposa que nadie entraba en aquel despacho, a excepción de algunas secretarias y un puñado de socios. Pero dijo que, según Quin, Locke era un excéntrico de pocos amigos. Sin embargo, no creo que sospeche nada. Ella dijo que la empresa parecía interesarse por cosas que no eran de su incumbencia.
—¿Por ejemplo?
—Asuntos personales. Hijos, el trabajo de las esposas, etcétera. Parecía algo irritada, pero creo que era una simple observación. El sábado por la noche le dijo a Mitch que no estaba dispuesta a tolerar que un puñado de abogados decidieran cuándo podía trabajar y tener hijos. Pero no creo que esto sea un problema.
—¿Se da cuenta de lo permanente que es este lugar?
—Creo que sí. No habló en ningún momento de pasar aquí algunos años y seguir en otro lugar. Creo que ha captado el mensaje. Quiere llegar a ser socio, como todos los demás. Está sin blanca y quiere dinero.
—¿Y durante la cena en mi casa?
—Estaban nerviosos, pero se lo pasaron bien. Les impresionó mucho tu casa y les encantó realmente tu mujer.
—¿Sexo?
—Todas las noches. Parecían una pareja en su luna de miel.
—¿Qué hacían?
—Recuerda que no podíamos verlo. Por el sonido, parecía normal. Nada retorcido. Pensé en ti, en lo mucho que te gusta ver imágenes, y lamenté no haber instalado algunas cámaras para el viejo Ollie.
—Cierra el pico, DeVasher.
—Tal vez en la próxima ocasión.
Guardaron silencio mientras DeVasher examinaba un cuaderno. Apagó el puro en el cenicero y sonrió para sí.
—En conjunto —dijo—, son un matrimonio estable. Parece que les une una gran intimidad. Tu chófer ha dicho que fueron cogidos de la mano durante todo el fin de semana. Ni una sola palabra fuera de lugar en tres días. Una pareja bastante ejemplar, ¿no te parece? Aunque, ¿quién soy yo para comentarlo? Llevo ya tres veces casado.
—Es comprensible. ¿Cuál es su actitud respecto a los hijos?
—Dentro de un par de años. Ella quiere trabajar un poco antes de quedar embarazada.
—¿Qué opinión te merece ese individuo?
—Excelente, es un tipo muy decente. También muy ambicioso. Parece tener mucho afán y no se rendirá hasta alcanzar la cima. Está dispuesto a arriesgarse y a quebrar algunas normas, si es necesario.
—Eso es lo que me gusta oír —sonrió Ollie.
—Dos llamadas telefónicas. Ambas a Kentucky. Nada destacable.
—¿Qué hay de su familia?
—No la mencionó en ningún momento.
—¿Ni palabra de Ray?
—Todavía le estamos buscando, Ollie. Danos un poco de tiempo.
DeVasher cerró la ficha de McDeere y abrió otra mucho más gruesa. Lambert se frotó las sienes y dirigió la mirada al suelo.
—¿Qué hay de nuevo? —preguntó, en un tono muy suave.
—No son buenas noticias, Ollie. Estoy convencido de que ahora Hodge y Kozinski trabajan juntos. La semana pasada el FBI consiguió una orden judicial y registró la casa de Kozinski. Descubrieron los aparatos de escucha. Le dijeron que había micrófonos en su casa pero, evidentemente, no saben quién los instaló. Kozinski se lo contó a Hodge el viernes pasado, mientras se ocultaban en la biblioteca del tercer piso. Había un micrófono cerca de donde estaban y captamos algunas cosas. No fue mucho, pero sabemos que hablaron de los aparatos de escucha. Están convencidos de que hay micrófonos por todas partes y sospechan de nosotros. Eligen con mucho cuidado el lugar donde hablan.
—¿Por qué se molestaría el FBI en obtener una orden judicial?
—Buena pregunta. Probablemente para satisfacernos a nosotros, para que todo tenga un aspecto realmente correcto y legal. Les inspiramos respeto.
—¿Qué agente?
—Tarrance. Evidentemente, él es quien dirige la operación.
—¿Es bueno?
—Normal. Joven, novato, con excesivo entusiasmo, pero competente. No llega a la altura de nuestros hombres.
—¿Cuántas veces ha hablado con Kozinski?
—No hay forma de saberlo. Sospechan que les escuchamos y toman muchas precauciones. Estamos al corriente de cuatro reuniones durante el último mes, pero sospechamos que han celebrado otras.
—¿Cuánto se ha divulgado?
—No mucho, espero. Todavía se están tanteando. La última conversación que captamos tuvo lugar la semana pasada y no dijo gran cosa. Está muy asustado. Se lo ruegan muy encarecidamente, pero no obtienen gran cosa. Todavía no ha tomado la decisión de cooperar. No olvides que fueron ellos quienes se lo propusieron. O, por lo menos, eso suponemos. Le dieron un buen susto y estaba dispuesto a hacer un trato. Ahora se lo piensa dos veces. Pero sigue en contacto con ellos y eso es lo que me preocupa.
—¿Lo sabe su esposa?
—No creo. Sabe que actúa de un modo extraño y él le dice que se debe a presión en el despacho.
—¿Qué hay de Hodge?
—Todavía no ha hablado con los federales, que sepamos. Él y Kozinski hablan mucho o, mejor dicho, susurran. Hodge no se cansa de repetir que está aterrorizado del FBI, que no juegan limpio y que utilizan mil artimañas. No dará un paso sin Kozinski.
—¿Qué ocurre si se elimina a Kozinski?
—Hodge se convertirá en su nuevo hombre. Pero creo que todavía no hemos llegado a ese punto. Maldita sea, Ollie, no se trata de un agresivo malhechor que se interponga en nuestro camino. Es un joven muy agradable, con hijos y todo lo demás.
—Tu compasión me conmueve. Supongo que imaginas que esto me divierte. Maldita sea, prácticamente los he criado yo a esos chicos.
—En tal caso, los volveremos a su redil, antes de que las cosas se salgan de quicio. En Nueva York empiezan a sospechar, Ollie. Formulan muchas preguntas.
—¿Quién?
—Lazarov.
—¿Qué les has dicho, DeVasher?
—Se lo he contado todo. Es mi obligación. Quieren que vayas a Nueva York pasado mañana, para hablar a fondo del tema.
—¿Qué se proponen?
—Quieren respuestas. Y hacer planes.
—¿Planes para qué?
—Planes preliminares para eliminar a Kozinski, Hodge y Tarrance, si fuera necesario.
—¡Tarrance! ¿Te has vuelto loco, DeVasher? No podemos eliminar a un poli. Reaccionarán mandando al ejército en pleno.
—Lazarov es un idiota, Ollie. Ya lo sabes. Es un imbécil, pero no creo que debamos decírselo.
—Creo que yo lo haré. Me parece que iré a Nueva York y le diré a Lazarov que está completamente loco.
—Buena idea, Ollie. Muy buena idea.
Oliver Lambert se incorporó de un brinco y se dirigió a la puerta.
—Sigue vigilando a McDeere durante un mes.
—Por supuesto, Ollie. Tranquilo. Firmará. No te preocupes.