'LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ' Y OTRAS BATALLAS CAMPALES
La historia del cine, sobre todo la que tiene a Hollywood como protagonista, es pródiga en rodajes conflictivos, plagados de peleas, tropiezos, accidentes, celos, pasiones… verdaderas carreras de obstáculos cuya singladura es tan extraordinaria como las propias películas que acaban engendrando entre sangre, sudor y lágrimas. Conocer su historia es saber de los sacrificios duros y crueles que unos hombres y mujeres, borrachos de fama y prestigio, fueron capaces de hacer para vivir por nosotros en la pantalla los sueños que nunca fuimos capaces de afrontar.
Estas batallas campales han dado origen a tantos filmes que se necesitarían miles de páginas para catalogarlos, sin que probablemente pudiera cerrarse el inventario. De aquellas aventuras cinematográficas se han escrito libros, se han hecho películas, se han redactado autobiografías y han opinado todos los que estuvieron presentes y los que creyeron haber estado, desde los productores hasta los guionistas, pasando por los directores y los actores, frecuentes protagonistas de estas historias. Gente como el calavera Errol Flynn, la dominante Bette Davis, el insufrible Marlon Brando, el perfeccionista William Wyler, el atormentado Montgomery Clift, el misterioso Alfred Hitchcock, el déspota Michael Curtiz, el odiado Kirk Douglas, la vulnerable Judy Garland, el incomprendido Orson Welles, la ambiciosa Joan Crawford, el polémico Burt Lancaster, la desdichada Rita Hayworth, el egocéntrico Steve McQueen, la difícil Faye Dunaway, el megalómano Francis Ford Coppola, el inclasificable Jack Nicholson… Mitos que han destilado la épica y la lírica con que el tiempo ha empolvado la historia de Hollywood, esa “factoría de sueños” que ha llenado de estrellas y fantasías inolvidables nuestra memoria cinéfila.
Lo que el viento se llevó es el filme que más y mejor se presta para ilustrar este recorrido por los rodajes más conflictivos, polémicos e infernales de la historia de Hollywood. Nunca una película generó tanta leyenda. La búsqueda de la protagonista adquirió tintes épicos y en su realización intervinieron cinco directores, tres operadores y un sinfín de guionistas. Todos pusieron su granito de arena para que Selznick, el verdadero artífice de la cinta, moldeara a su gusto este monumento de celuloide.
Ejemplos hay para todos los gustos. Títulos como Alma en suplicio, un oscarizado melodrama protagonizado por una actriz famosa por su fuerte temperamento, Joan Crawford, aunque su más sangrienta batalla la libraría con otra estrella tan fuerte, desalmada y pasional como ella, Bette Davis. De su incendiaria relación en ¿Qué fue de Baby Jane? se podría sacar material suficiente para una delirante novela, negra, por supuesto.
¿Acaso se podía ser más malvada que Baby Jane? Este soberbio personaje, el más excesivo, enloquecido y patético de Davis, puso la guinda a su leyenda de “arpía” de la pantalla. Su leyenda de mujer de “armas tomar”, en cambio, venía ya de muy lejos. Concretamente de principios de los años cuarenta, cuando rodó La loba, en cuyo plató dirimió sus diferencias con un antiguo amante, William Wyler, dispuesto a devorarla mientras bordaba una obra maestra.
No menos sangrantes fueron las disputas que tuvieron lugar en Duelo al sol, de nuevo con Selznick convertido en epicentro de un terremoto de proporciones épicas, o en Escala en Hawai, escenario de una pelea a puñetazos entre dos viejos amigos, John Ford, cegado por el exceso de alcohol, y Henry Fonda, celoso guardián de un papel que había interpretado en la escena un millón de veces.
Para los que estén buscando un ejemplo de película accidentada, Ambiciosa es algo así como encontrar el vellocino de oro. Es un filme tan inenarrablemente gafado que sólo podemos pensar que todos los que trabajaron en el proyecto debieron de perder completamente el juicio durante varios meses.
¿Y qué decir de las anécdotas surgidas de la producción de El mago de Oz?, salvo que darían para entretenerles durante horas. El asunto ha merecido libros enteros, y en éste le dedicamos una especial atención. Ahí va un aperitivo: Frank Morgan se pasó la mitad del rodaje borracho. Clara Blandick fue tan desgraciada como aparenta en la película: acabó viviendo como una ermitaña y finalmente se quitó la vida. L. B. Mayer llamaba cariñosamente a Judy Garland «mi pequeña jorobada». Ray Bolger, Jack Haley, Bert Lahr y Frank Morgan no eran los tíos bondadosos y entrañables que aparentan: todos ellos eran curtidos veteranos de la farándula y no regalaron a Judy ni un segundo de protagonismo; cuando la actriz ocupa el primer plano, no es porque los demás se retiren al segundo.
También circulan numerosas historias sobre la bajada a los infiernos de Judy Garland durante el rodaje de otro musical de culto: Cita en St. Louis, cuya producción se vio seriamente obstaculizada por las enfermedades y las tardanzas de la estrella, resultado de su creciente dependencia de los tranquilizantes y estimulantes.
Conocida es la obsesión de Alfred Hitchcock por las rubias, pero esta pasión rayó en la demencia en la filmación de Los pájaros. Dos miembros del equipo tenían orden de vigilar a Tippi Hedren cuando abandonaba el plató y anotar cuidadosamente dónde iba y a quién visitaba. El “mago del suspense” ordenaba a la actriz qué ropa llevar y lo que tenía que comer. Le sugería qué personas debía frecuentar y, antes de verlas, debía pedirle obligatoriamente permiso.
Tenemos además rodajes asolados por la estrella de turno: Con faldas y a lo loco, donde la confusión estaba a la orden del día por las continuas salidas de tono de Marilyn Monroe, una actriz problemática cuya deteriorada condición mental se veía agravada por su continuo consumo de drogas y alcohol. Nadie, y menos aún el acosado director, sabía con qué clase de Marilyn iba a tener que tratar de un día para otro, y cuando el proyecto llegó a su final, un aliviado Wilder confesó: «Estoy comiendo mejor. He podido dormir por primera vez en meses. Puedo mirar a mi esposa sin tener deseos de pegarla por ser una mujer».
Pero aún hay más. Afirman quienes estuvieron en ellos, que los rodajes de John Huston eran aventuras no menos apasionantes que las narradas en sus filmes. Y debía ser cierto, porque la simple relación de las anécdotas acontecidas durante la filmación de algunas de sus películas bastaría para llenar un capítulo entero de la historia del cine. Moby Dick es una de ellas. La reina de África, otra (de su producción se cuenta que fue accidentadísima, peligrosa y fatigante, convirtiéndose en el correlato perfecto de la ficción).
En muchas de estas películas, las dificultades que hubo que vencer durante el rodaje superaron en algunas ocasiones a las que se reflejaban en la pantalla. Y si no que se lo cuenten a los actores de El planeta de los simios, embutidos en máscaras y kilos de maquillaje, sudando la gota gorda en esos abrasadores días que pasaron en los desérticos parajes de Arizona. En otras, las dificultades técnicas fueron la culpables del caos. Es el caso de Tiburón.
Y esto no es todo. Sólo de apasionantes cabe calificar los rodajes de Chinatown, sembrado de infernales discusiones entre la siempre conflictiva Faye Dunaway y Roman Polanski; Los siete magníficos, escenario de un duelo sangriento entre una estrella consagrada, Yul Brynner, y un ambicioso actor dispuesto a todo con tal de adquirir ese rango, Steve McQueen; o el de Espartaco, marcado por explosiones de cólera y amenazas de dimisión. Aunque para conflictos los acaecidos en El Padrino. Hoy cuesta creerlo, pero en su momento ningún productor quería hacerse cargo del proyecto. Más complicado aún fue encontrar un director. Por no hablar del casting, realmente tormentoso, o de los esfuerzos de la comunidad italoamericana por bombardear el proyecto.
Otros capítulos de este libro, tan apasionantes como los anteriores, son los protagonizados por los rodajes de Sucedió una noche, Rebeca, De aquí a la eternidad, Sabrina, La ley del silencio, Lawrence de Arabia, Bonnie y Clyde, La guerra de las galaxias, El cazador… y la peor de todas las pesadillas, Apocalypse Now, una exótica aventura que terminó convirtiéndose en un infierno de proporciones desmesuradas, hasta el punto de hacer exclamar a Coppola: «Apocalypse Now no es una película. No trata del Vietnam. Es Vietnam».