[1] En aquellos tiempos, Elia Kazan era uno de los directores más exitosos e influyentes de Broadway y Hollywood, aunque su carrera vivía un momento delicado: su última película, Fugitivos del terror rojo, había fracasado y la anterior sobre Emiliano Zapata no había recuperado gastos. A pesar de su reputación, Kazan había perdido el favor de muchos compañeros por haber colaborado con el Comité de Actividades Antiamericanas durante las investigaciones de las actividades comunistas en la industria del cine. Al día siguiente de su comparecencia en el Congreso, el 10 de abril de 1952, el director publicó un anuncio a toda página en el “New York Times”, definiendo el comunismo como una «peligrosa conspiración foránea». En su autobiografía “Mi vida”, el director se justificaba diciendo que su pretensión había sido «romper el secretismo del Partido Comunista».
[2] La vida de Tony Mike de Vincenzo cambió el día que se opuso a colaborar en las prácticas corruptas de los chantajistas que operaban en la zona portuaria. Tras ser despedido, e incluido en su lista negra, se vio obligado a ganarse la vida vendiendo periódicos en la esquina de una calle. Requerida su presencia en la Waterfront Crime Commission, De Vincenzo testificó en contra de los mafiosos. Kazan estableció una analogía entre las experiencias de Tony Mike tras su declaración, y algunas de las suyas después de haber «mencionado nombres».
[3] «Sam volvía loco a Schulberg», declaró años más tarde Kazan. «Le decía: “Vamos a trabajar otra vez en el guión. Vamos a revisarlo. A ver si está bien”. Trabajó en el texto, recortándolo y estirándolo, y Budd estuvo genial. Nunca paraba, y juntos trabajaban sin descanso. Creo que, aunque tenían muchos enfrentamientos… Hay algo que cuento en mi libro, pero lo volveré a contar. Budd vivía en el campo, en Pensilvania, y una noche su mujer se despertó hacia las 3:00 de la madrugada… y miró en el baño. Budd se estaba afeitando, y le dijo: “¿Por qué diablos te afeitas a estas horas?”. El dijo: “Me voy a Nueva York”. Y ella: “¿Por qué te vas a Nueva York?”. Y él le respondió: “¡Me voy a Nueva York a matar a Sam Spiegel!”. Así de enfadado estaba. Sí que fue a Nueva York, pero no mató a Sam. Spiegel era un tipo duro. Duro, debido a su experiencia en Europa. Se libró por los pelos, imagino. Siguió con el trabajo y Budd también».
[4] Paul Newman todavía no tenía experiencia cinematográfica, pero en febrero de 1953 había protagonizado un exitoso montaje de “Picnic” dirigido por Joshua Logan en Broadway. También era miembro del Actors Studio, una institución venerada por Kazan. No en vano, muchos actores de La ley del silencio —Cobb, Malden, Steiger, Saint— eran discípulos del Método.
[5] «Fue un invierno frío, y la rodamos en invierno», explicó Kazan. «A medida que avanzábamos, entrábamos más en el invierno y hacía más frío. Y llovía. Pero nunca dejamos de rodar. Teníamos unos barriles enormes, y la gente se dedicaba a romper cajas. Los estibadores las tiraban en los barriles. Quemábamos las cajas para calentarnos. El frío ayudaba a las caras de los actores. Les daba un determinado aspecto. Las mejillas se les hundían. No tenían ese brillo encantador del éxito que tienen los grandes actores de Hollywood. Un hermoso rostro rosado y con hoyuelos. Eran seres humanos de aspecto miserable. Y eso incluye a Marlon Brando. Eva Marie Saint estuvo perfecta. Una delgada, pequeña y en apariencia desnutrida chica católica. Una chica excesivamente católica. Tuvimos un reparto fantástico. Pero cuando pienso en ello, fueron la persistencia de Budd y la insistencia de Spiegel las que ayudaron a hacer la película».
[6] «Por fuera es muy fuerte», dijo Kazan de Brando. «Le gustaban las calles y la gente. Le gustaban los estibadores. Se tumbaba en los tejados a hablar con ellos. Pero no era eso. Brando tiene un algo ambivalente, y esa ambivalencia consiste en una dureza exterior y un deseo tremendo de amabilidad y ternura. Las mejores escenas de la película, para mí, son las escenas de amor con Eva Marie Saint, cuando él le pide que le comprenda. Cuando están sentados en el café. Está fantástico en esas escenas. ¿Por qué? Porque es un tipo duro revelando un lado de sí mismo que no te esperabas. Y ese lado que no sabías que existiera, existe en el público porque lo reconoce, una especie de ternura y una especie de… La gente quería consolarle, ayudarle. Y a la vez, era un hijo de puta, una mala persona y un traidor. Aun así, querías ayudarle. Y ella también, y eso lo transmitió muy bien. Esa parte se transmitió. El tiene esa ambivalencia. Tuve suerte de contar con él. Funcionó bien, porque es robusto e indiferente. Y a la vez espera que le quieras mucho».
[7] «¿Qué puedo decir de esa escena?», recordó Kazan. «Todo el mundo la ha visto. La ponen todo el tiempo. Diré esto: creo que la hicieron los dos actores. Yo ni siquiera tuve que dirigir. Es cierto. No soy un hombre falsamente modesto. Spiegel hizo algo que estuvo muy mal: no nos consiguió un plató. Sólo teníamos la carrocería de un taxi. Teníamos un buen cámara, eso se nota. Llegamos a las 11:00 de la mañana, y nos desanimamos mucho. Coloqué a los dos actores en el asiento trasero, él los iluminó un poco, pusimos unos pocos efectos de sonido e interpretaron la escena. Ya conocían a sus personajes. Se caían bien Rod y Marlon. Y la escena fue como la seda. Suena a falsa modestia, pero no lo es. Realmente no dirigí la escena. Fueron ellos».
[8] Bette Davis causó verdadera conmoción cuando apareció en el escenario del Pantages Theatre con la cabeza afeitada a raíz de su papel de la reina Isabel I de Inglaterra en El favorito de la reina. «Sólo siento admiración por su trabajo», dijo la gran Davis. «Estoy emocionada porque Marlon Brando ha ganado. El y yo tenemos mucho en común. Él también es un perfeccionista. Y también se ha granjeado enemigos».
[9] El Oscar de Marlon Brando se perdió o fue robado. La estatuilla apareció más tarde cuando una casa de subastas de Londres que pretendía venderlo contactó con el actor.
[10] Cada uno puede escoger su interpretación, pero conviene observar que Schulberg pretendía cerrar la película no con la ascensión heroica de Terry al liderazgo de los trabajadores, sino con su muerte innoble: apuñalado veintisiete veces con un picahielos, luego depositado en un barril de lodo abandonado en un pantano de Jersey.