Guerra de trincheras, mordazmente servida, con Bette Davis como una rata de cloaca y Joan Crawford como un frenético periquito. El fuego que se ve en la pantalla fue avivado por el odio fuera de ella: el pie de Bette impactó en la cabeza de Joan durante una escena; en venganza, Crawford se colgó pesos bajo su camisón para una secuencia en que Davis tenía que arrastrarla. Bette se quejó a Robert Aldrich de la afición a la botella de Joan y de sus sostenes con relleno; ésta respondió insultando a la hija de Davis… La lista de incidentes que presidió el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? sería interminable, pero la química entre sus dos estrellas es incuestionablemente estremecedora.
Este innovador y muy imitado thriller psicológico estableció la moda de viejas divas de Hollywood que revivían sus languidecientes carreras interpretando papeles de trastornadas maníacas. Pero nadie puede superar la actuación de Bette Davis y Joan Crawford como dos hermanas actrices divididas por el resentimiento. Unir a las reinas del sadismo y el masoquismo en la pantalla en esta pieza de horror gótico de Hollywood revitalizó las carreras de ambas. Aunque la batalla a gran escala nunca llegó a estallar, las guerras de trincheras fueron constantes durante el rodaje.
La rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford es una de las grandes leyendas de Hollywood. Pero, como toda buena leyenda, sólo está parcialmente basada en la realidad. Aunque es correcto afirmar que nunca fueron buenas amigas, cada una sentía un enorme respeto por las habilidades profesionales de la otra.
Lo cierto es que las dos estrellas apenas se conocían. Joan ya trabajaba en grandes producciones cuando Bette sólo estaba haciendo pequeños papeles en películas olvidables. Durante los años treinta trabajaron en diferentes estudios y raramente se encontraban en actos sociales, ya que Bette prefería vivir en el Este cuando no estaba rodando. Tampoco tuvieron mucho más contacto cuando coincidieron en los platós de Warner Brothers; ambas formaron parte del reparto coral de Hollywood Canteen (1944), pero no compartieron escena alguna.
Davis recordaba en su libro “This “n” That” que, durante el rodaje de Dangerous (1935), perdió la cabeza por su co-protagonista, Franchot Tone, quien a su vez era amante de Crawford. El actor solía encontrarse con Joan a la hora de comer, y volvía al plató cubierto de pintalabios, deseoso de que todo el mundo supiera a quién pertenecía. Bette confesaba que esta situación la volvía loca de celos (Tone acabaría convirtiéndose en el segundo de los cuatro maridos de Joan).
Ambas actrices sufrían una inseguridad neurótica. Es indudable que Crawford admiraba a Davis. Durante sus años en la Warner, a veces la invitaba a cenar. Bette sonreía amablemente y decía que ella y su amante de turno estarían encantados de ir. «Si quisiese que tu jodido ligue viniera, se lo diría a él», era siempre la respuesta de Joan. «Te lo estoy pidiendo a ti».
Davis, por su parte, tenía en la pared de su casa una fotografía de Joan, a quien consideraba la quintaesencia de la estrella de Hollywood. En su opinión, los tres rostros más maravillosos eran los de Katharine Hepburn, Greta Garbo y Joan Crawford. Ella epitomizaba el glamour, mientras que Bette se veía más a sí misma como una actriz “seria”. En verdad, el enfrentamiento entre las dos divas no empezó hasta que hicieron ¿Qué fue de Baby Jane? Antes de ese momento, y durante la mayor parte del tiempo posterior, ambas tuvieron que lidiar con sus propias vidas —hijos problemáticos, matrimonios infelices, carreras en decadencia— y no dedicaron mucho tiempo a pensar la una en la otra, menos aún a confabular. «No hay ningún conflicto entre nosotras», explicaba Bette al “Hollywood Reporter” durante el rodaje de la película. «No podríamos tenerlo. Un hombre y una mujer, sí, pero nunca dos mujeres. Somos demasiado inteligentes para eso».
Pese a todas sus semejanzas, Joan y Bette eran como el agua y el aceite. En ¿Qué fue de Baby Jane?, las dos deseaban proteger su principal inversión: ellas mismas. Considerando lo que habían pasado, las batallas ganadas y perdidas, la desesperada necesidad de trabajar y mantenerse en la cima, no es de extrañar que ninguna de ellas quisiera ceder ni una pulgada. Joan siempre pensó que Robert Aldrich y el departamento de publicidad de la Warner esperaban que sus estrellas se tirasen los trastos a la cabeza, porque eso sería bueno para el negocio. Las dos mujeres no se pelearon exactamente mientras hacían Baby Jane, aunque sí hubo un intercambio constante de insultos, frases hirientes y pequeñas humillaciones.
El intenso desprecio entre Joan y Bette comenzó realmente después de que la película se estrenase y fuese un inesperado éxito. Crawford no se sintió muy emocionada cuando Davis fue nominada al Oscar y ella no. Este contratiempo sacó a la luz su lado más competitivo y despiadado… Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. Será mejor que comencemos esta historia por el principio.
El verdadero artífice de ¿Qué fue de Baby Jane? fue Robert Aldrich, un cineasta de reconocido talento, un excelente narrador y, sobre todo, un productor muy astuto. Nada más leer la novela de Henry Farrell se apercibió del inmenso potencial del tema y, como no quería intromisiones en su labor, decidió producir la cinta con su propia compañía Associates and Aldrich, fundada para asegurarse su independencia.
Contrató al guionista Lukas Heller para realizar la adaptación cinematográfica y tuvo la genial idea de ofrecerle el proyecto a Joan Crawford. Aldrich había trabajado con ella en Hojas de otoño (1955) y, desde entonces —según el director—, Joan le había estado dando la lata para que encontrase otro proyecto en el que trabajar juntos. «Dijo que quería trabajar con Bette Davis», recordaba Aldrich. «Pero yo no las veía juntas en nada».
En julio de 1961, el director estaba rodando Sodoma y Gomorra en Roma cuando una antigua secretaria le envió una copia de una novela de suspense titulada “¿Qué fue de Baby Jane?”, escrita por Henry Farrell.[1] Su nuevo jefe, un productor cinematográfico, había comprado una opción sobre el libro por 10.000 dólares. Aldrich lo leyó y coincidió en que sería una buena película. La historia hablaba de dos hermanas, antiguas estrellas de cine, que viven en una húmeda y fría mansión en algún lugar de Hollywood, atadas la una a la otra por un odio mutuo.
Aldrich envió el libro a Crawford, quien lo vio como el vehículo estelar que estaba buscando para ella y Bette Davis. Bette también estaba familiarizada con la novela de Farrell. Un amigo, William Frye, había tratado sin éxito de adquirir los derechos. Davis insistió a Alfred Hitchcock para que la adaptara a la pantalla, pero el legendario director estaba ocupado con otros proyectos.
Robert se enteró de que la opción del otro productor sobre “¿Qué fue de Baby Jane?” había caducado, y que su precio había subido a 61.000 dólares. El director y su socio, Joseph E. Levine, compraron los derechos, y Lukas Heller fue asignado para escribir el guión. Cuando Levine y Aldrich se separaron, éste adquirió en solitario los derechos y el primer borrador del guión de ¿Qué fue de Baby Jane? por 85.000 dólares. En octubre, Robert envió el borrador a Joan Crawford. Una semana después, recibió un telegrama de la actriz; decía simplemente: «¿Cuándo empezamos?».
En el invierno de 1961, Bette Davis y Joan Crawford estaban viviendo en el mismo barrio del East Side de Nueva York, aunque jamás habían topado la una con la otra. Su situación no podía ser más distinta. Aunque sin abandonar del todo el cine, Joan se había dedicado en los últimos tiempos a ayudar en los negocios de su cuarto marido, Alfred Steele, presidente de Pepsi-Cola, convirtiéndose en ardorosa embajadora de la conocida bebida refrescante. Pero cuatro años después de la boda, en 1959, Steele moría repentinamente, quebrándose el único matrimonio de la estrella que parecía funcionar.
Crawford continuó trabajando para Pepsi-Cola, de la que se había convertido en principal accionista. En todo este tiempo se mantuvo totalmente alejada de Hollywood, dedicada por entero a su nueva profesión de ejecutiva de ventas, con parecida fortuna a la obtenida en el cine, hasta el punto de ser la primera mujer que accedió a un puesto directivo en el más importante club de hombres de negocios de Nueva York.
Bette, en cambio, no pasaba por sus mejores momentos, sobre todo económicamente. A un espectador de hoy le podrá sorprender la información, pero el caso es que a principios de los sesenta Davis era una estrella en situación de derribo. Nadie parecía estar interesado en ella. Ni sus dos Oscar, ni sus innumerables lecciones interpretativas, ni su condición de reina del cine eran argumentos suficientes para que los productores le ofrecieran un papel digno de su talento.
Necesitada de dinero, Bette decidió volver a los escenarios de Broadway. Había oído hablar de una nueva obra del maestro Tennessee Williams, “La noche de la iguana”, y solicitó un papel. El protagonista ya estaba ocupado por la actriz británica Margaret Leighton, lo que significaba que ella tendría que conformarse con el rol secundario de la casera alcohólica, Maxine Faulk. A lo largo de los ocho meses siguientes, la virulencia entre bastidores, los enredos y los fuegos de artificio que suscitó la obra harían que —en comparación— la trama de Eva al desnudo resultase equiparable a Mujercitas.[2]
Una noche a principios de enero de 1962, alguien llamó a la puerta del camerino de Davis después de la representación. Era Joan Crawford. «Mi marido, que conocía a Joan, la llevó a ver a Bette», recuerda Paula Lawrence, esposa del productor de “La noche de la iguana”, Charles Bowden. «Bette fue tan grosera que los dos nos sentimos terriblemente avergonzados».
No hubo intercambio de besos ni abrazos entre las dos divas. «Hagamos esto rápido, Joan», masculló Bette secamente. «Me voy al campo en cinco minutos».
Crawford le explicó a Davis que al fin había encontrado el guión perfecto para que lo hiciesen juntas.
—¿Juntas? —preguntó Bette, enarcando las cejas.
—Sí, querida —respondió Joan—. Siempre he querido trabajar contigo.
«La miré», recordaba Bette, «y pensé: “Esta mujer está llena de mierda”».
Crawford le dio una copia del libro. Davis le echó un vistazo y se dijo: «Bueno, podría funcionar. Todo está ahí; la Farsante Joan y la Loca Bette».
Cuando su rival se marchó, Bette se puso a gritar como una energúmena. «Tiene el mejor guión de California», rugió. «Traté de comprarlo y ella me lo quitó. Si piensa que voy a interpretar a esa estúpida puta en la silla de ruedas, lo lleva claro».
La sangre, en esta ocasión, no llegó al río. Joan se quedó el papel de la minusválida antigua reina de la pantalla, Blanche Hudson. Bette interpretaría a su insidiosa atormentadora, la ex-estrella infantil de vodevil Baby Jane Hudson, cuya principal ocupación, cuando no está planeando su gran retorno al teatro, es torturar a su hermana sirviéndole una rata para cenar, y confinándola, atada y amordazada, a su cama.
Ese mismo mes, Aldrich le envió a Davis el guión definitivo, junto con una carta. «Me llevó mucho tiempo escribir algo que fuese arrogante», recordaba el director, «pero pensé que era necesario hacerlo así. Escribí: “Si éste no es el mejor guión que has leído nunca, no vengas a verme”».
Funcionó. A Bette le molestaban un poco los excesos de grand guignol que salpicaban el texto, pero sabía que Baby Jane era un personaje muy prometedor. Y, más importante aún, no tenía otras ofertas y estaba escasa de fondos. Llamó pues a Walter Blake, ayudante personal de Aldrich.
—He leído el guión —dijo secamente—. Yo encarnaré a Jane, ¿conforme?
El ayudante de producción respondió que sí, desde luego, y Bette demandó a continuación:
—¿Quién será la otra mujer?
—Todavía no lo sabemos —mintió Blake.
«No podía decirle que era Joan Crawford porque conocía su enemistad», recordó. «Primero debía hacerle estampar su firma en el dorso de un cheque, y luego la informaría, cuando ya no pudiese echarse atrás».
—Tengo un talón de veinticinco mil dólares, señorita Davis —anunció Blake—, que le entregaré enseguida si lo endosa como garantía de que actuará en nuestro filme.
—¿Veinticinco mil dólares por una película? —bramó Bette—. ¿Se ha vuelto loco?
—No es más que un anticipo, como un aval de que trabajará con nosotros. Después negociaremos sus honorarios.
—¡Ah! —suspiró la actriz.
Bette cogió el talón de Blake, y prometió que al día siguiente viajaría con él a Hollywood para conocer a Aldrich. Dos días más tarde, la actriz entró en la sala donde debía realizarse la entrevista, vio a Joan Crawford sentada al lado del director, giró sobre sus talones y se marchó.
—Deben de estar de broma —le siseó a Blake—. No actuaré con ella.
—Tiene que hacerlo —replicó el productor—. Acabamos de pagarle 25.000 dólares.
Viendo que no había marcha atrás, Bette volvió a la reunión, protestando por las poses remilgadas de Joan y sus ínfulas de gran señora. «No se dijeron ni hola ni adiós», comentó el ayudante de producción. «Juntas eran como un nazi y un judío». Más tarde, a solas, Davis expuso abiertamente al director su principal inquietud.
—Sólo tengo dos preguntas que hacerle, señor Aldrich —dijo la actriz, fríamente—. Si es honrado y me contesta honestamente haré la película.
Le miró fijamente, fumando un cigarrillo, interpretando a la perfección su rol de mujer-sola-disparando.
—La primera pregunta es: ¿qué papel voy a hacer?
—Jane, por supuesto —respondió el cineasta.
—Bien. Sólo quería estar segura.
La segunda pregunta era mucho más personal. Davis sabía que Aldrich y Crawford habían trabajado juntos en Hojas de otoño. También sabía que Joan tenía el hábito de desarrollar una “relación profunda” con la estrella masculina o el director, para conseguir un cierto poder. Quería asegurarse de que no habría ninguna parcialidad durante el rodaje de Baby Jane.
—¿Se ha acostado con Joan? —inquirió la estrella.
—No —se sinceró el bueno de Robert—, y no es que no haya tenido la oportunidad.
De hecho, Crawford había tratado de seducirle durante la producción de Hojas de otoño. Una noche, la diva le llamó a su camerino y se abalanzó sobre él, pero el director se marchó porque no quería verse comprometido.
Bette aceptó hacer la película, con unas cuantas condiciones por adelantado: quería la primera posición en los títulos de crédito, y más dinero que su partenaire. «Ofrecí a las dos un porcentaje en la producción más un pequeño sueldo», dijo Aldrich. «Joan aceptó, pero el agente de Davis pidió más de lo que yo podía pagar».
Eventualmente se llegó a un trato. Bette recibiría 60.000 dólares más un diez por ciento de los beneficios. Joan cobraría menos dinero por anticipado, 30.000 dólares, y un quince por ciento de los beneficios. Además, ambas estrellas podrían dar su aprobación sobre el vestuario, el maquillaje y la fotografía.
Con Davis y Crawford contratadas para los papeles principales, Aldrich intentó conseguir financiación y un distribuidor para su proyecto. El cineasta sabía que una historia gótica con dos estrellas de mediana edad no sería fácil de vender a los estudios, por lo que tendría que presupuestar la película a un precio que redujese los riesgos al mínimo. Rodando durante seis semanas en el verano de 1962, en localizaciones reales alrededor de Hollywood y en un estudio alquilado, estableció el coste en 850.000 dólares.
«No me interesa a ningún precio», dijo el jefe de un estudio. «Ni siquiera quiero leer el guión», fue la respuesta de otro. «Estaría interesado si contratases a dos actrices más jóvenes», remarcó un tercero. «No te daría ni un centavo por esas dos viejas zorras acabadas», sentenció el venerable ex-jefe de Bette y Joan, Jack Warner.
Para hacer la oferta más atractiva, Aldrich consideró añadir un tercer nombre estelar al reparto: Peter Lawford, que interpretaría a Edwin Flagg, el crecido niño de mamá al que Baby Jane contrata como acompañante. Inicialmente, Lawford aceptó el papel, pero dos días después debió ver algún nubarrón en el proyecto y se echó atrás. El director contrató entonces a un desconocido actor de 26 años, Victor Buono.
Aldrich ofreció el paquete a Seven Arts, una pequeña compañía independiente recientemente fundada por el inglés Elliott Hyman. «Creo que será una película maravillosa», afirmó el ejecutivo, «pero voy a poner unas condiciones muy duras porque es una empresa de alto riesgo». Seven Arts financiaría el proyecto como una producción de bajo presupuesto, que debería completarse en no más de treinta días y por menos de un millón de dólares.
En febrero de 1962, con la financiación asegurada, Jack Warner aceptó distribuir ¿Qué fue de Baby Jane?, pero no permitiría que se hiciese en su estudio. Supuestamente, todos sus platós estaban ocupados con otras producciones, principalmente el costoso musical La reina del vaudeville, protagonizado por Rosalind Russell y Natalie Wood. Para su retorno a Warner Brothers, Joan y Bette tendrían que irse al Producers Studio en Melrose Avenue, un destartalado edificio reservado para la filmación de westerns de serie B.
Davis interpretó el rechazo de Jack Warner como una falta de interés o de fe en el proyecto, y quizás incluso un deliberado desaire a la antigua reina del estudio. A la actriz le parecía que el hecho de que el magnate la obligase a trabajar en el humilde Producers Studio era un castigo por sus pasados pecados.
Bette abandonó las representaciones de “La noche de la iguana” en abril, al cabo de cuatro meses y 128 representaciones. En el momento de su partida, declaró el director de la obra, los miembros del reparto «la odiaban a muerte. Con ella tenían que morderse la lengua cada cinco minutos. Les hacía sentirse como gusanos».
Las rencillas entre Davis y Margaret Leighton trascendieron a todo Nueva York. Se comentaba que Bette había llamado a Leighton «mala pécora», y que añadió: «Es tan simpática que me da náuseas». La última noche de la diva en la compañía, recibió tres telegramas de Margaret asegurándole que había sido un gran placer trabajar a su lado. Davis quedó muy complacida hasta que averiguó que Leighton había recibido mensajes semejantes firmados en su nombre. Unos y otros los había enviado Noël Coward, porque, según dijo, «son un par de necias intrigantes».
Ante las promesas de Aldrich de que su proyecto sería un bombazo y retumbaría largo tiempo en sus oídos, Bette decidió trasladar su residencia habitual a Los Angeles. Con sus hijos, Michael y B.D., se instaló en una ostentosa casa de Beverly Hills. A sus quince años, B.D. era una princesa consentida, y entre sus caprichos figuró que su madre le consiguiera un pequeño papel en ¿Qué fue de Baby Jane? como la hija de una vecina fisgona (en los créditos figura como Barbara Merrill).
El 9 de mayo de 1962, Davis y Crawford se reunieron en Hollywood para firmar sus contratos. Por error, a Joan le dieron el contrato de Bette. El lapsus fue rápidamente rectificado, pero no antes de que la actriz tuviese tiempo de leer en la primera página que, además de su salario de 60.000 dólares, Davis iba a recibir 600 adicionales por semana para gastos. Dos días después, ante la insistencia de Joan, una nueva cláusula fue insertada en su contrato; decía que al margen de su sueldo, obtendría 1500 dólares semanales para gastos. Más aún, si el rodaje excedía de las seis semanas previstas, deberían abonarle la misma cantidad en concepto de extras que a su co-protagonista.
Las dos estrellas se reunieron con la diseñadora de vestuario Norma Koch un mes antes de arrancar la producción. Joan mostraba signos de preocupación. «Espero que mi combinación de colores no interfiera con la tuya», le dijo a Bette.
«¿Combinación de colores?», replicó Davis divertida. «No hay ni una mota de color en ninguno de mis vestidos. Lleva el color que quieras. Además, es un filme en blanco y negro».
Fue divertido, además de un gran desafío, disfrazar a Bette como Jane, recordaba Norma Koch, que ganaría un Oscar por su vestuario. «Había dos cambios distintos para el personaje de Bette», explicaba la diseñadora. «Como Jane, la desgarbada ama de llaves, cuando estaba vagando por la casa, bebiendo y siendo miserable con su hermana, traté de crear las ropas más desaliñadas posible. Después, como Baby Jane, cuando está planeando su retorno, diseñé versiones más grandes de los vestidos que llevaría una niña. Se suponía que eran extensiones de la estrella infantil que fue una vez».
Crawford fue responsable, sin saberlo, de los extravagantes rizos color platino que Davis luce en la película. Después de que Bette se hubiese probado la peluca rubia original para Baby Jane, Aldrich se reunió en privado con la peluquera personal de Joan, Peggy Shannon.
«Tenía un problema con la peluca», señaló Shannon. «El peluquero de Bette trajo una peluca a lo Shirley Temple hecha por Max Factor, pero no quedaba bien. Bob sabía que yo había pasado años en la Metro, así que me dijo: “Peggy, tú trabajaste en todos esos viejos musicales de MGM, ¿puedes ayudarnos?” Esa tarde fui al estudio y encontré una larga peluca rubio platino. Me la llevé a casa y la arreglé, con rizos y tirabuzones. Al día siguiente se la di a Bette. Se la puso, se miró en el espejo y gritó: “¡Es de loca! Me encanta”. La llevó durante todo el rodaje, y nunca supo que era una vieja peluca que Joan había llevado en The Ice Follies of 1939, una antigua película de la Metro».
A principios de julio, mientras los ensayos seguían su curso, Jack Warner aprovechó el creciente interés de la prensa por la unión de Davis y Crawford para organizar una fiesta de bienvenida a las dos estrellas en Warner Bros.
—¿No nos deja rodar en su estudio, y ahora quiere darnos una fiesta? —refunfuñó Bette.
—¡Genial! —exclamó Joan—. ¿Qué me pondré?
Cada una espió a la otra para saber cómo vestirían. Crawford se puso un elaborado vestido de colores vivos; Davis la eclipsó al ir de negro riguroso.
El 18 de julio, las dos divas entraron en la Sala de Trofeos de Warner acompañadas por su antiguo jefe. Las tres leyendas de Hollywood sonreían abiertamente mientras los flashes se disparaban y la prensa aplaudía esta feliz “reunión familiar”. Era la primera visita de Bette a su antiguo hogar en catorce años, y estaba «embargada de emoción por ver a “Papá Jack”».
«Yo no puedo exactamente llamarle mi padre, Mr. Warner», dijo Joan con seriedad, «porque le debo ese crédito al fallecido Louis B. Mayer. Pero usted es mi segundo padre».
Al hablar con los periodistas, ambas actrices se mostraron ultra-cuidadosas para evitar la más mínima calumnia hacia la otra. «He estado esperando veinte años para trabajar con Bette», afirmó Joan, que también aprovechó la ocasión para zanjar la cuestión de los créditos: «Por supuesto, Bette tendrá el primer lugar en los créditos; ella interpreta el papel principal». En todas las demás cuestiones, aseguraba, el tratamiento sería igualitario.
«Es un gran guión y esperamos hacer cosas buenas con él», abundó Davis. Sobre su personaje, explicó: «Se necesitan agallas para hacer daño a alguien. Esta mujer no tiene pelos en la lengua. Está llena de odio».
Crawford estaba de acuerdo. «Esto es maravilloso para mí. Usualmente yo interpreto a las zorras. Ahora puedo sentarme en mi silla de ruedas y ver a Bette hacerlo».
Joan y Bette siempre tenían los platós de sus películas abiertos a la prensa, y el de Baby Jane atrajo a un cúmulo de reporteros. El despliegue de felicidad exhibido en la fiesta de bienvenida convenció a todo el mundo, quizás incluso a ellas mismas. Pero la bonanza no podía durar mucho tiempo. Inevitablemente, sus enormes egos acabaron interponiéndose en su relación; las dos mujeres competían en todo: en sus entrevistas, en sus interpretaciones ante la cámara, en su comportamiento con los otros actores y con el equipo…
El 23 de julio de 1962, el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? arrancó en el Producers Studio. El filme añadía al género de terror una despiadada exhibición de la decadencia que transforma en seres espectrales a grandes divas del Hollywood de antaño. Aldrich tenía en sus manos una bomba de relojería: dos actrices que estaban sufriendo en sus mismas carnes la vejez y el cruel olvido.
Crawford llegó al plató con todo su séquito: peluquera, maquillador, secretaria, doncella, agente y chófer. Davis llegó sola. Ese mismo día, estalló la llamada “guerra de las colas”. Como era su costumbre, en su condición de viuda del antiguo presidente de Pepsi-Cola, Joan quería que una nevera de esta marca fuese instalada en el set, y que se llenase con botellas gratis para los miembros del equipo. Aldrich, por su parte, tenía una larga amistad con ejecutivos de Coca-Cola, y les pidió que enviasen un suministro al plató. Crawford respondió a esto pidiendo un dispensador gigante de Pepsi, acompañado por una gran pila de vasos de cartón.
Pero lo peor aún estaba por llegar. Joan empezó a enviar regalos a Bette, igual que había hecho quince años antes. «Tenía una profunda necesidad de ser amada, admirada, apreciada», comentaba Davis. «Podía ser extremadamente generosa. Me compraba cosas y me las daba en el plató, delante de todo el equipo».
Las malas lenguas ofrecieron otra versión, basada en el rumor que durante mucho tiempo corrió por Hollywood: la inclinación lésbica que, a juicio de muchos, Joan sentía hacia Bette, inclinación que arrastraba desde los tiempos de la Warner. «¿Cómo demontre voy a saber si era lesbiana?», comentó Davis. «No dejé que se me acercara tanto».
Gruñendo y maldiciendo, Bette abría cajas perfumadas que contenían lencería, bombones, incluso flores, todas acompañadas por edulcoradas notas del estilo: «Querida amiga». Pero Davis no estaba dispuesta a corresponder; reunió todos los obsequios y se los devolvió a Joan, con una sucinta nota agradeciéndole la intención pero rogándole que dejase de hacerlo, «porque yo no tengo tiempo para salir e ir de compras».
Aquella misiva acabó de frustrar toda posibilidad de acercamiento entre las dos mujeres. Crawford se sintió profundamente herida por este desaire, e incluso en ocasiones aparecía en el set con los ojos llorosos. Sin embargo, tras unos cuantos días de silencio total, los regalos y notas empezaron a llegar otra vez. Bette envió de vuelta el nuevo lote de presentes con un papel que decía: «Aparte de arrancar la tapa de mi retrete y envolverla para mandártela, no se me ocurre ningún otro modo de contestar. Excepto decirte: ¡deja esta mierda!».
Después de aquello, la relación entre Davis y Crawford fue de lo más gélida. Pero como ambas sabían que dado el limitado presupuesto tenían que ser ultraprofesionales y terminar a tiempo, trataron de evitar los enfrentamientos en el plató. Ante el reparto y el equipo, las dos estrellas eran «terriblemente educadas» la una con la otra, recordaba el supervisor de guión Bob Gary. «Tenían mucho cuidado con cómo se comportaban». La tensión, sin embargo, se podía cortar con un cuchillo. Joan empezó a planear una sutil venganza.
Había una lucha de fuerzas implícita entre las dos mujeres, pero «tenían que jugar ese juego de negar que hubiese ninguna competición entre ellas», opinaba la hija de Bette, Barbara “B.D.” Merrill[3], que tenía un pequeño papel en la película como la vecina adolescente de las hermanas Hudson. «La frase favorita de mi madre al principio del rodaje era: “Sólo somos dos profesionales haciendo nuestro trabajo”. No era digno de ellas competir con la otra. Ambas se sentían tan superiores que no podían reconocer su odio, no digamos ya expresarlo».
Hablando en retrospectiva sobre su trabajo con Crawford en ¿Qué fue de Baby Jane?, Davis explicaba que, «éramos educadas la una con la otra. Todas las convenciones sociales: “Buenos días, Joan” y “Buenos días, Bette” y esas tonterías… Y gracias a Dios que no estábamos interpretando papeles donde nos teníamos que llevar bien. Pero la gente olvida que nuestras mejores tomas son por separado, cuando la cámara estaba con ella o conmigo. No hay actrices en la tierra más diferentes que nosotras, pero lo que hacemos funciona. ¡Es tan extraño este negocio de la actuación!».
Efectivamente, la diferencia de estilos entre las dos divas era notable. Victor Buono observaba que Joan siempre llegaba al set «con aspecto de acabar de bajar de una limusina». Se convertía en la apagada Blanche en su camerino, pero en cuanto el rodaje del día finalizaba, retomaba el rol de Joan Crawford, y salía por la puerta del estudio como una estrella.
«Deberías ver el modo en que Bette se viste en el estudio», le confiaba Joan a un amigo. «Se pasea por ahí con zapatillas de andar por casa y una vieja bata con manchas de maquillaje en el cuello». Crawford también se quejaba de la actitud de apropiación de Davis hacia el proyecto de Baby Jane. Después de todo, fue ella quien había perseguido a Aldrich durante años para que encontrase un vehículo estelar para las dos. Ahora, protestaba Joan, Bette actuaba como si la idea hubiese sido suya.
En el infamante recuento de su infancia, “Mommie Dearest”, Christina, la hija mayor de Joan Crawford, escribió: «Bette Davis era la rival perfecta para el arsenal de trucos intimidatorios de mi madre. Era una profesional sagaz, tan indómita como ella. Años después, con sólo oír la mención de su nombre mamá soltaba una gran perorata».
No hubo peroratas mientras, en el estío de 1962, la filmación de ¿Qué fue de Baby Jane? avanzaba a un ritmo vertiginoso. A pesar de su animosidad, Bette y Joan eran demasiado profesionales, y ansiaban demasiado el éxito, para retrasar la producción con arranques de genio estereotipados. Pero en la segunda semana de rodaje, aunque seguían comportándose con corrección ante las cámaras durante el día, las dos estrellas empezaron a enseñar los colmillos por las noches.
«Mi padre tenía que pasar una horrible cantidad de tiempo tratando de mantenerlas felices», recordaba Bill Aldrich, segundo asistente de dirección en la película. «Pero nunca se puso de lado de ninguna. Afortunadamente, había trabajado con algunos tipos muy duros en el pasado, así que se colocó en medio de las dos damas. Él era tan duro como ellas. De lo contrario, no creo que hubiese sobrevivido».
Cuando Aldrich volvía a casa por la noche, Crawford le llamaba. «¿Has visto lo que esa zorra me ha hecho hoy?», gemía la actriz. Tan pronto como colgaba, el teléfono sonaba otra vez. Ahora era Bette. «¿Para qué te ha llamado esa zorra?», inquiría.
«Mamá estaba al teléfono con Robert durante al menos una hora cada noche», señaló B. D. Merrill. «Llegaba a casa, se quitaba el maquillaje, se sentaba en su cama y llamaba a Bob. Hablaba de todo lo que había sucedido en el set ese día, y de las cosas terribles que Joan le había hecho. Después se ponían a discutir las escenas de la jornada siguiente y hablaban de cómo iban a ajustarle las cuentas a Joan. Y yo siempre tenía la imagen de Crawford llamando a Aldrich y diciéndole exactamente las mismas cosas».
«Primero una, después la otra», se lamentaba el cineasta. «Podía contar con ello cada noche. Eran como dos tanques Sherman, despreciándose abiertamente la una a la otra».
Davis pensaba que Crawford estaba intentando deliberadamente eclipsarla al no adaptarse al ritmo de su interpretación. Mientras ella aullaba frases como «¡Miserable zorra!», Joan respondía con un aire de gracia celestial, como si estuviese actuando en una dulce obra de Noël Coward.
«Bette tenía un cierto tempo para sus frases», exponía Aldrich, «al que Joan no respondía. Ella tenía el suyo, un ritmo más suave, lo que significaba que cuando Joan recitaba sus frases y Bette entraba, tenía que ir más despacio».
«Esto no es un cuento de hadas, por el amor de Dios», se quejó Davis al director. «¿No puede al menos gritarme?».
«Lo intentaré, querida Bette, lo intentaré», replicaba quedamente Crawford.
«Joan nunca reaccionaba ante nada», opinaba el guionista Lukas Heller. «Se sentaba en su silla de ruedas o en la cama y esperaba sus primeros planos. Cuando la cámara se acercaba, abría esos enormes ojos suyos. Ella llamaba a eso actuar».
Aldrich tenía las manos llenas equilibrando los pretenciosos pero sensibles egos de las actrices rivales. Si la batalla a gran escala nunca llegó a explotar, es correcto decir que constantemente se libraban guerras entre líneas. Según relató el director, también hubo problemas con el maquillaje que las dos estrellas lucieron en la película. Davis llegó hasta el extremo en sus aplicaciones cosméticas. «Quería parecer extravagante, como una Mary Pickford en decadencia», explicaba la actriz. Fue Peggy Shannon quien sugirió a Bette que se añadiese más capas de maquillaje cada día. «Yo había trabajado con los extras en esos musicales en Technicolor en MGM», recordó la peluquera. «Les dábamos esos preciosos rostros. Estaban tan enamorados del aspecto que tenían, que nunca se lavaban la cara; sólo se ponían más cada día. A Bette le encantó la idea».
Mientras Davis se volvía más horrenda por momentos, Crawford insistía continuamente en mejorar su aspecto. Durante sus pruebas de maquillaje, se peleó con Aldrich. «Ella odiaba el maquillaje que él le sugirió llevar», comentaba el maquillador de Joan, Monte Westmore. «Bob quería que Joan estuviese horrorosamente fea, como Bette. Pero habiendo sido una reina de la belleza toda su vida, a ella le disgustaba enormemente tener ese aspecto. Ése era el concepto de Aldrich, pero Crawford no aprobó el test. Así que llegaron a un compromiso; se encontraron a mitad de camino».
«Joan era una idiota», escupió Davis. «Una buena actriz mira por el papel. No sé por qué insistió en hacer que Blanche pareciese glamourosa».
«Sé lo que Bette pensaba sobre mi maquillaje», replicó Crawford. «Pero mis razones para aparecer glamourosa eran tan válidas como las suyas, con todas esas capas de polvo de arroz que llevaba. A ella siempre le gustó cubrir su cara en las películas. Ella lo llamaba “arte”. Otros lo llamarían “camuflaje”, para ocultar la ausencia de belleza real. Mi personaje en ¿Qué fue de Baby Jane? era una gran estrella, y más guapa que su hermana. Cuando has sido tan famosa como Blanche, no te conviertes en el tipo de freak en que Bette quería convertir a su personaje. Blanche también tenía clase, glamour. Blanche era una leyenda».
«Blanche era una paralítica», protestaba Davis, «una reclusa. Nunca salía de casa ni veía a nadie, pero Joan hizo que pareciese como si viviera en el salón de belleza de Elizabeth Arden».
Según el montador de la película, Michael Luciano, ambas estrellas vieron las pruebas juntas durante los primeros días de la producción; pero después prefirieron mantenerse al margen.
Crawford se deshizo en lágrimas cuando se contempló por primera vez en pantalla. «¿Por qué tengo que parecer tan condenadamente vieja?», sollozó. «Es como tener a una abuela interpretando mi papel».
Después de escuchar los lamentos de su compañera durante la primera semana de rodaje, Davis, exasperada, propuso una solución: «Joan, si eres tan infeliz con esta película, yo haré tu papel y tú harás el mío». Crawford rompió a llorar de nuevo y gimió: «No puedo hacer tu papel. Tú eres el doble de fea».
Bette también lloró la primera vez que se vio como Jane. Luego se quejó de que había demasiados primeros planos favorecedores de Crawford.
«Mi madre tenía tendencia a encontrar demasiadas cosas equivocadas», confesaba B. D. Merrill. «Se puso tan histérica con las pruebas que dejó de ir. Pero nunca paró de quejarse sobre Joan y sus tretas».
El director de fotografía Ernest Haller había trabajado con Bette en Jezabel y El señor Skeffington; y con Joan en Alma en suplicio y Humoresque. En ¿Qué fue de Baby Jane?, para su perplejidad, le dijeron que se olvidase del pasado: que fotografiase a los personajes, no a las estrellas. «Si las hubiese iluminado de ese modo hace diez años, me hubiesen cortado la cabeza», recordaba.
Haller cumplió su misión con éxito. Tanto, de hecho, que cuando Davis vio la película terminada al año siguiente en el Festival de Cannes, se volvió hacia Robert Aldrich y le pregunto: «¿Tenía tan mal aspecto?, ¿de verdad?». El director replicó: «Tú querías aparecer lo peor posible, Bette; insististe en ello, y Ernie te concedió tu deseo». Después de gruñir y quejarse amargamente durante el resto de la proyección, la actriz se marchó abruptamente en cuanto aparecieron los títulos de crédito. «Se levantó y salió de aquel auditorio tan rápidamente que no pude alcanzarla», recordaba Aldrich, «y cuando llegué a la limusina, me cerró la puerta en las narices y le dijo al chófer, “Arranque, por el amor de Dios”».
B.D. también tuvo un memorable encontronazo con la rival de su madre. Cuando le presentaron a Crawford el primer día de la producción, la estrella retiró su mano, «como si yo estuviese apestada», recordaba la joven.
Señalando a sus hijas, Cindy y Cathy, que estaban sentadas tranquilamente cerca de los decorados, la diva advirtió a B.D. que nunca hablase con ellas. «Han sido cuidadosamente educadas y protegidas contra el lado malvado del mundo», dijo Joan con displicencia, «y tú obviamente no. No quiero que tu influencia las corrompa».
B.D. se quedó boquiabierta. Cuando se lo contó a su madre, Bette montó en cólera. «¿Cómo se atreve a lanzar esa mierda sobre mí?», aulló. «¡La mataré! Esa zorra está borracha la mitad del tiempo».
Crawford solía llevar una botella de Pepsi-Cola a todas partes, lo que disgustaba enormemente a Davis, porque sabía que Joan aderezaba su refresco con vodka. «Tenía esa botella a su lado a cada minuto», afirmaba Bette. «Empezaba a beber a mediodía y seguía durante todo el día y toda la noche. Cuando terminaba una botella, su secretaria le traía otra. Todo el mundo sabía lo que contenía».
A medida que se recrudecía la lucha para establecer la hegemonía, las dos estrellas seguían embelleciendo sus personajes y el argumento. Mientras Jane mataba de hambre a Blanche, Crawford perdía peso sólo en algunas zonas de su cuerpo. Sus mejillas se volvían más macilentas y su cintura se estrechaba, pero sus senos se hacían más grandes. «Dios», se quejaba Davis, «nunca sabes qué talla de tetas se ha puesto esa tía. Debe de tener un par diferente para cada día de la semana. Se suponía que ella estaba marchitándose, pero sus tetas seguían creciendo».
En una escena, Blanche, muerta de hambre, tenía que ir en su silla de ruedas hasta la habitación de Jane, donde encuentra algunas chocolatinas escondidas en un cajón. Reacia al chocolate, Joan hizo que su doncella lo sustituyese por pequeños pedazos de carne picada antes de rodar la toma. Ignorante del cambio, Bette cogió uno de los bombones falsos durante una pausa en la filmación, se lo metió en la boca e inmediatamente lo escupió.
—¡Por Dios! —exclamó—. ¿Qué mierda es ésta?
—Proteínas, Bette, proteínas —contestó Crawford—. Son buenas para ti.
—¡Y unos cojones! —rugió Davis.
En la película hubo otro cambio aún más desagradable en el menú de la inválida. «Por cierto, Blanche», decía Jane en el guión original, «estaba limpiando la jaula del pájaro cuando se escapó y se fue volando».
Ese mismo día, para comer, la desquiciada Jane le servía a su hermana el pájaro muerto, con una guarnición de rodajas de piña. Fue Davis quien sugirió sustituir esa frase, colocando en su lugar. «Por cierto, Blanche, hay ratas en la buhardilla»; y que, en vez de un pájaro muerto, Jane le sirviese a Blanche una rata muerta.
Joan, que desconocía el cambio en los planes, levantó la tapa de la bandeja y lanzó un grito aterrador. Después se desmayó, mientras Bette se partía de risa a lo lejos.
Durante la tercera semana de rodaje, todas las librerías del país se vieron inundadas con las respectivas autobiografías de Crawford y Davis. Otro motivo más para que saltaran chispas entre las dos divas. «Joan tiene madera para hacer un buen libro», opinó Bette, «pero éste no lo es». Declaración que impulsó a Crawford a observar que las memorias de su rival eran deprimentes, debido principalmente a la falta de hombres en su vida. «Pobre Bette», siseó Joan. «Parece que nunca ha tenido un día (o una noche) feliz en toda su vida».
«¿Queeeé?», exclamó Davis al enterarse. «Yo he tenido romances. No tantos como ella. Pero fuera de un burdel, ¿quién los ha tenido?».
En otra ocasión, Crawford apareció en un show local de televisión. La tarde de su emisión, le preguntó a Aldrich si podía verlo durante el trabajo. El director hizo llevar un televisor portátil al plató, y todo el equipo se sentó alrededor de una mesa enorme para ver el programa. Cuando comenzó, Davis se levantó y se fue a una esquina, donde había un fonógrafo. Tan pronto como Joan apareció en la pantalla, Bette puso en marcha el aparato y empezó a cantar su canción “I’ve Written a Letter to Daddy”. Mientras Crawford trataba de verse en la televisión, su rival estaba bailando y cantando tan alto como podía en el rincón.
«Nunca la había visto ser tan grosera con Joan antes», admitía el supervisor de guión Bob Gary. «Bob Aldrich estaba sentado ahí, sin moverse. Y Joan era un modelo de autocontrol. Cualquier otro se habría levantado y abofeteado a Bette».
«A mi madre le hubiese encantado una confrontación directa con Joan», opinaba B. D. «Pero Crawford era demasiado lista para caer en sus juegos».
Aldrich se esforzó por evitar el choque entre sus dos problemáticas actrices. Un día, estaban filmando una climática escena en el dormitorio, con Jane atormentando a su debilitada hermana. Joan había estado sufriendo un persistente resfriado y, después de varias tomas, le pidió al director: «¿Podríamos parar durante unos minutos, por favor? Me siento fatal».
Bette, que se había excitado emocionalmente para la escena, replicó: «Deberías saber después de todos estos años que todos nosotros somos soldados».
Crawford no contestó. Miró fríamente a Davis durante un momento, y después salió del plató. Bob se llevó a Bette aparte para tener con ella una charla tranquilizadora, y de este modo evitó una posible colisión.
Aunque su trabajo en ¿Qué fue de Baby Jane? le valió una nominación al Oscar como Mejor Actor Secundario, Buono tampoco guardaba muy buenos recuerdos de sus experiencias con la divina Davis. «Bette era una auténtica zorra», admitió en una entrevista. «Una vez estábamos haciendo un pequeño ensayo antes de una escena y quise tener la cortesía de dejarla empezar. Ella me empujó y dijo: “Te pagan para actuar y reaccionar, gordo vago, así que reacciona. No te quedes ahí como un condenado idiota”. Cuando Bob Aldrich, que nos estaba guiando, intentó hacer comprender a Davis que yo sólo estaba teniendo una deferencia cortés con ella, se limitó a gruñir y nunca se disculpó».
A estas alturas, la atmósfera era a menudo tan glacial como la temperatura de quince grados centígrados que Crawford exigía tener en el estudio. Bette les contó a sus amigos que Joan necesitaba el plató frío porque siempre iba recalentada por el vodka que tragaba entre las tomas.
Como el rodaje había sobrepasado el programa previsto, las dos estrellas accedieron a trabajar un domingo para preparar la —físicamente— exigente escena en que Jane da una paliza a su hermana. Durante los ensayos, Crawford aceptó que no se utilizaran dobles. Pero cuando llegó el momento de rodar, cambió de idea. Esto disgustó mucho a su odiada partenaire.
«Era una sencilla escena en la que se suponía que tenía que abofetearla, y yo sabía cómo hacerlo sin lastimarla», protestaba Davis. «Es un viejo truco teatral. Pero ella hizo que su doble interpretase la escena, y eso la hizo muy tensa y extraña para mí».
El preludio al clímax terrorífico —cuando Blanche gatea hasta el teléfono para llamar al médico— había sido filmado previamente, y montado por Michael Luciano. «Usamos un primer plano de Joan en el teléfono, después cortamos a un plano largo de Bette en la puerta detrás de ella, observando», explicó el montador. «En la siguiente toma, Joan siente que está siendo observada. Gira la cabeza lentamente, ve a Bette, y empieza a balbucear incoherentemente. Entonces comienza la violencia».
Cruzando el corredor, Jane cuelga el teléfono y golpea salvajemente a Blanche en la cabeza con su pie. Sigue pateándola, brutalmente, por todo el pasillo y la sala de estar.
«Cuando llegamos al rodaje de esa escena, Joan se asustó otra vez», recordaba Aldrich. «Dijo: “No voy a hacerlo. No me fío de Bette. Va a hacer que me trague los dientes”. Y puede que tuviese razón».
Se utilizó un maniquí para los primeros planos. Mientras la cámara se concentraba en la cara de Davis y en la mitad superior de su cuerpo, su pie estaba dando patadas a un muñeco, no a Crawford. «Lo golpeaba con tanta fuerza y tanta furia, que temíamos que se rompiese el pie», comentó un miembro del reparto. «Mientras tanto, Joan veía la escena desde un lado del plató, no con miedo, sino con fascinación, casi placer, como si disfrutase de la idea de ser agredida por Bette».
Para las tomas largas, Crawford tenía que tumbarse en el suelo y rodar sobre sí misma, como si la impulsasen los puntapiés de Davis. En los ensayos, el pie derecho de Bette pasaba al lado de la cabeza de Joan, sin llegar a tocarla. En una de las tomas, sin embargo, hizo contacto con su cráneo. La actriz soltó un agudo gritó de dolor.
«Apenas la toqué», dijo Davis sin disculparse. «Nunca he provocado heridas físicas, sólo verbales».
Un periodista presente en el set afirmó, en cambio, que Crawford sufrió un corte en el cuero cabelludo, y que tuvieron que darle tres puntos de sutura.
«No creo que Bette la hiriese», zanjó Aldrich. «Y si lo hizo, fue un accidente. Ella era demasiado profesional para esa clase de comportamiento».
Por supuesto, Crawford no tardó en tomarse cumplida venganza. En la mañana del 24 de agosto se rodó la última secuencia en el dormitorio de Blanche, en la que Jane desataba a su hermana y la arrastraba fuera de la habitación. Debido a la situación de la cámara, Joan sabía que no se podría usar una doble, y estaba decidida a que su rival sufriese cada pulgada del trayecto. No contenta con convertir su cuerpo en un peso muerto, se rumoreó que se había colocado bajo su largo camisón un cinturón especial de levantador de pesas, cargado con plomos, un viejo truco empleado por Veronica Lake.
Fue una escena larga y difícil. Davis tenía que levantar a Crawford de la cama, y tirar de ella por todo el cuarto y el pasillo. En el primer intento, Joan, que supuestamente tenía que estar inconsciente, empezó a toser y abrió los ojos a mitad de camino, lo que significaba que toda la toma tendría que ser repetida. Bette estaba agotada por el esfuerzo.
«No había pausas en la escena», explicó Lukas Heller. «Era una toma continua. Bette cargó con ella desde la cama a través de la habitación y salió por la puerta. Entonces, tan pronto como llegó al pasillo, fuera del campo de cámara, soltó a Joan y lanzó un alarido desgarrador».
«¡Mi espalda! ¡Oh, Dios! ¡Mi espalda!», gritó la dolorida Davis, mientras Crawford se levantaba y se marchaba felizmente a su camerino. Bette se había lastimado la espalda y necesitó cuatro días de descanso para recuperarse.
El clímax final tenía lugar en la playa, donde la protagonista lleva a morir a su hermana. Se filmaría en Malibú, California, en el mismo lugar donde Robert Aldrich había rodado el final de Kiss Me Deadly.
La secuencia en la que Jane, totalmente trastornada, hace castillos de arena mientras Blanche agoniza a su lado era vital para la trama, y también para Crawford. Era su gran momento, cuatro páginas de guión. Tumbada sobre la arena, demacrada y próxima a la muerte, Blanche confesaba que fue ella quien provocó el accidente que la dejó paralítica y volvió a su hermana medio loca de culpa. «¿Quieres decir que, después de todo este tiempo, podríamos haber sido amigas?», decía Bette. El resto del tiempo tenía que permanecer callada y limitarse a escuchar a Joan.
Crawford estaba segura de que Davis haría algo para robarle la escena. Pero Bette se comportó como una profesional y no intentó eclipsar a su compañera. Joan recitó a la perfección su extenso monólogo. Cuando terminó, Aldrich aplaudió y gritó: «¡Maravilloso!». Ignorando a su partenaire, Davis se volvió hacia el cineasta y dijo: «Gracias, Bob».
Fue una toma difícil de rodar, porque Aldrich quería diferentes ángulos de cámara. Pero era más duro para Joan que para Bette; ésta podía levantarse y moverse libremente, pero Joan tenía que permanecer allí, tumbada bajo el sol; y todo el alcohol que llevaba en el cuerpo la estaba deshidratando.
Tan pronto como el director gritó «Corten», Crawford se levantó de la arena y se metió en su limusina, que la llevó hasta su camerino. Cuando volvió de su trailer y recuperó su posición original en la playa, Aldrich se volvió hacia Bob Gary y le preguntó: «¿No crees que parece más joven?».
El cineasta sospechaba que, cada vez que iba a su trailer, Joan se maquillaba para estar más bella. Poco a poco, la estrella se estaba quitando su maquillaje de moribunda, sustituyéndolo por unos tonos más suaves.
Davis hablaba de otra metamorfosis de Crawford. Para la escena de su muerte en la playa, Joan decidió llevar sus senos postizos más grandes. «Cuando una mujer está tumbada de espaldas», protestaba Bette, «no importa lo bien dotada que esté, sus tetas no permanecen erguidas. La escena decía que yo tenía que caer sobre ella. Casi me quedo sin aliento. Fue como aterrizar encima de dos balones de fútbol».
Aunque la batalla de las hermanas Hudson quedaba zanjada con la confesión de Blanche, el combate entre las dos divas continuó durante y después del rodaje. En su determinación por competir con la glamourosa Crawford, se dijo que Davis optó por añadir algunas mejoras cosméticas a su aspecto para la escena del vals que pone fin a la historia.
En el último día de filmación en la playa, Bette se marchó a comer y se retrasó inusualmente a la hora de regresar. Aldrich sospechaba que la actriz había ido a su motel, donde su propio maquillador, Gene Hibbs, le aplicaría los retoques oportunos. De ningún modo iba a permitir que la película acabase con Joan teniendo mejor aspecto que ella.
Al volver al plató dos horas después, Davis le contó al director una larga historia para justificar su retraso: había sufrido un accidente de tráfico y, a resultas del mismo, había tenido que llevar a B.D. al hospital. «Es cierto que tuvimos un accidente», afirmó años más tarde la hija de la actriz. «Mi madre era una conductora muy nerviosa. Siempre estaba chocando con la gente en la autopista».
Bette insistía en que su transformación no tuvo nada que ver con la cosmética, sino que fue producto de su genio, su talento interpretativo. Adelle Aldrich, hija del director y script girl en ¿Qué fue de Baby Jane?, estaba de acuerdo. «Yo estaba en la playa, jugando a las cartas con Bette, y veinte minutos antes de rodar la escena se marchó sola a caminar. Cuando regresó, tenía ese brillo en la cara. Fue lo más asombroso que he visto nunca. Venía de su interior y se reflejaba en su rostro».
Esta demostración de talento por parte de Davis también afectó al ego de Crawford. Después de ver las pruebas al día siguiente, la estrella le dijo a Aldrich que las últimas tomas de la cinta no encajaban. Era evidente que la iluminación de Bette era mejor que la suya, e insistió en filmar de nuevo su gran monólogo. El cineasta tuvo que darle la razón; la luz de su última escena no era lo bastante buena. Pero no podían llevar a las sesenta personas del equipo de vuelta a la playa, así que decidieron construir un decorado en el estudio y llevar hasta allí varias toneladas de arena. Las nuevas tomas sumaron otros 60.000 dólares al presupuesto, que Seven Arts descontó del porcentaje de los beneficios de Aldrich. Pero el director pensaba que era necesario hacerlo; si esa escena no funcionaba, la película entera no funcionaría.
Por fin, el 12 de septiembre de 1962, después de treinta y seis días de intenso trabajo, la filmación de ¿Qué fue de Baby Jane? llegó a su fin. El coste total fue de 980.000 dólares. Esa tarde se celebró la tradicional fiesta de final de rodaje en el plató de Melrose Avenue. Sólo hubo que lamentar la ausencia de Joan Crawford, que, sin dar explicación alguna, ya había regresado a Nueva York.
«Joan era inteligente», dijo un miembro del reparto. «Sabía que cuando la película estuviese terminada, Bette le prepararía una emboscada. En la fiesta, con unas cuantas copas, la atacaría. Así que Joan evitó el enfrentamiento».
«Davis estuvo criticando a Crawford durante toda la fiesta», recordaba la actriz Ann Barton, que interpretaba a la madre de las hermanas Hudson. «“Mira esto”, decía, “la zorra ni siquiera ha aparecido. ¿Es eso profesional?” Todos pensábamos que estaría feliz de acabar el filme y no tener que volver a ver a Joan. Pero no. Parecía que Bette aún no había acabado con ella. Aún quedaba algún asunto sin resolver del que tenía que ocuparse».
Sabedor de que tenía algo extraordinario entre manos, Aldrich montó y sonorizó la cinta en apenas treinta días. Los ejecutivos de Seven Arts y Warner Bros. reconocieron en ella un éxito potencial y planearon un estreno masivo para el mes de noviembre.
«Fue un calendario apretado», recordaba el montador Michael Luciano. «Pero lo logramos, porque el material que Bob rodó era muy bueno. Tenía un raro talento y era todo un caballero. El hombre podía dirigir cualquier cosa».
El 21 de septiembre, apenas diez días después de concluir el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane?, Davis puso un anuncio en la sección de empleo de “Variety”, buscando nuevos papeles en el cine. Este extraño y autodestructivo movimiento parecía indicar que, con el estreno a sólo dos meses vista, Bette tenía poca confianza en que la película le pudiese devolver a la cima. El anuncio en cuestión decía:
«Madre de tres hijos —10, 11 y 15—. Divorciada. Americana. Treinta años de experiencia como actriz de cine. Aún con movilidad y más afable de lo que los rumores afirman. Busca empleo estable en Hollywood. Conoce ya Broadway. Inmejorables referencias. Firmado: Bette Davis».
Aunque Bette, aparentemente, pensó que la industria se divertiría con la idea de una gran estrella anunciándose para conseguir trabajo, el tiro le salió por la culata. El anuncio no sólo no le trajo ninguna oferta sustancial, sino que tuvo el involuntario efecto de empañar aún más su imagen como actriz seria.
Tampoco hace falta decir que los productores de ¿Qué fue de Baby Jane? se pusieron furiosos, porque ese estúpido error la hacía aparecer como una vieja gloria acabada, cuando ellos estaban haciendo todo lo posible por promocionarla para una candidatura al Oscar. Por supuesto, Crawford no perdió la oportunidad de hacer leña del incidente, y criticó públicamente la conducta de su antagonista. «Yo haría las maletas, cogería un autobús y trabajaría como camarera en Tucson antes que ensuciar mi nombre mendigando un trabajo», declaró la diva a la prensa.
La película se estrenó el 3 de noviembre con las reservas agotadas en todo el país. La respuesta del público sobrepasó las expectativas más optimistas, y de la noche a la mañana se convirtió en la sensación del momento. A los once días de su lanzamiento, ya había recuperado su inversión; al final de su trayectoria comercial, acumulaba nueve millones de dólares de recaudación. El éxito relanzó las carreras de ambas estrellas, que encontraron en el nuevo ciclo de cine de terror que se avecinaba un campo abonado para sus morbosos excesos histriónicos, tan certera y oportunamente recuperados por Aldrich.
«El hecho de que la cinta sea un éxito es un milagro en mi vida», decía Davis a los reporteros, sonando un poco como la propia Baby Jane hablando sobre su retorno. «Es increíble. Quizás es la compensación después de diez años infernales. Todo lo que quiero ahora es una oportunidad para demostrar que mi talento está todavía ahí para las grandes producciones».
El tratamiento de la prensa fue, en general, positivo. Algunos críticos reconocieron la contribución de Crawford, pero la mayor parte de la crítica quedó abrumada por la audaz composición de Bette Davis.
«Un brillante tour de force de interpretación y realización», remarcaba “Time”. «Una soberbia muestra del talento de dos de las actrices más dotadas de Hollywood… Escenas que en otras manos rozarían lo ridículo, simplemente chisporrotean de tensión», comentaba “The Saturday Review”. «Maravillosa, terriblemente divertida… Tómesela en serio, y se echará para atrás ante el duelo homicida de gruñidos, gritos y gemidos servido por Davis y Crawford», se leía en el “L. A. Weekly”.
Una de las pocas críticas negativas fue la del “New York Times”: «Joan Crawford y Bette Davis interpretan una pareja de formidables freaks… pero me temo que esta única conjunción de dos antiguas grandes estrellas en una historia sobre dos envejecidas hermanas que fueron celebridades una vez no les da la oportunidad de hacer más que llevar grotescos vestidos, maquillarse para parecer brujas y reducir los decorados a escombros».
«Mi crítica favorita venía en el “New Yorker”», señalaba Bette. «Consistía en una caricatura de dos mujeres paradas bajo la marquesina de un cine. “Me gusta Bette Davis”, decía una mujer. “Y a mí me gusta Joan Crawford”, decía la otra, “pero no creo que me gusten Bette Davis y Joan Crawford juntas”».
Pero, ¿cuál era el secreto del éxito de ¿Qué fue de Baby Jane? En 1962, el grueso del público aún tenía fresco en la memoria el prestigioso estrellato del que Davis y Crawford habían gozado en el pasado, y ahora disfrutaban viendo caer a las viejas diosas. La cinta presentaba a ambas actrices como tristes caricaturas de sí mismas. La gente iba a verla por dos motivos: los manidos efectos de horror y la cómica parodia de dos grandes damas del cine poniéndose en ridículo a sí mismas.
Se había anunciado que Crawford y Davis harían una gira conjunta por cines de todo el país presentando el filme, pero una semana antes del tour, Joan anuló su presencia, sin dar ninguna disculpa ni explicación. «Tenía miedo de compartir el escenario conmigo», dijo Bette, quien también intentó retirarse a mitad de la gira.
«En alguna parte del trayecto, Davis se disgustó», recordaba Bill Aldrich. «Dijo que lo dejaba y que se volvía a casa. Mi padre tuvo que coger un avión e ir a verla».
Cuando apareció en el show televisivo de Jack Paar, Bette contó la historia de cómo Jack Warner había rechazado inicialmente el proyecto, negándose a «gastar un sólo centavo en dos vejestorios». A la mañana siguiente, recibió un telegrama que decía: «Querida Miss Davis, por favor, no continúe refiriéndose a mí como un vejestorio. Sinceramente, Joan Crawford».
«¡Oh, por el amor de Dios!», protestó Bette. «Sólo me estaba refiriendo a lo que dijeron los inversores».
En enero de 1963, durante la campaña preliminar para las nominaciones a los Oscar, Warner Brothers propuso a Joan Crawford y a Bette Davis en la categoría de Mejor Actriz por ¿Qué fue de Baby Jane? En febrero, la película recibió cinco candidaturas a los premios de la Academia: Diseño de Vestuario (Norma Koch), Fotografía (Ernest Haller), Sonido (Joseph D. Kelly), Actor Secundario (Victor Buono)… y Actriz (Bette Davis). Era su primera candidatura en diez años. «Quiero este Oscar», declaró Davis a la prensa. «Quiero ser la primera estrella en ganar tres estatuillas». Furiosa por haber sido ignorada en las nominaciones, Crawford puso en marcha su plan de venganza. Mientras la fecha de la ceremonia se aproximaba, Bette recibió con asombro la noticia de que su compañera se había ofrecido a aceptar el premio a la Mejor Actriz si la ganadora estaba ausente. Este gesto parecía una traición a la causa de Davis, quien estaba segura de que Crawford estaba conspirando contra ella.
«Cuando Joan no fue nominada, voló a Nueva York y deliberadamente hizo campaña contra mí», acusaría Bette posteriormente. «Le dijo a la gente que no votase por mí.[4] También llamó a las otras nominadas y les dijo que ella recogería el Oscar en su nombre si no podían asistir a la ceremonia». Quiso la suerte que tres de las actrices tuvieran que ausentarse de la ciudad aquel día.
En la noche del 8 de abril de 1963, el Civic Auditorium de Santa Mónica, California, recibió a los asistentes a la 35a ceremonia de los Premios de la Academia. En las bambalinas del recinto, Crawford se adueñó del camerino más grande e instaló dos neveras de Pepsi-Cola llenas de licor. Luego, ejerció de anfitriona con los presentadores del show televisado, sirviéndoles bebidas. Davis, engalanada con un favorecedor vestido de Edith Head, estirada coyunturalmente la cara mediante tiras adhesivas debajo de la peluca, se paseaba nerviosamente detrás del escenario, esperando la designación del Oscar a la Mejor Actriz, y aclarándose la garganta para su gran discurso de aceptación.
Entonces se anunció el nombre de la ganadora: «Anne Bancroft por El milagro de Anna Sullivan». «¡Mierda!», murmuró Bette, que estaba sentada entre bastidores. «No es el mío». Pero antes de que pudiera decidir si marcharse furiosa o quedarse y sonreír deportivamente, el desengaño derivó en ira. La actriz sintió una mano en su brazo. «Perdóname», dijo Crawford mientras pasaba a su lado y cruzaba el escenario en medio de una de las ovaciones más atronadoras de la noche para aceptar el premio de Bancroft —que estaba en Nueva York— en su nombre.
No obtener esa tercera estatuilla llegaría a ser una de las grandes decepciones de su vida, reconoció Davis. «Yo debería haber ganado», comentaría después. «Y Joan… eclipsarme deliberadamente de ese modo. Su comportamiento fue despreciable».
En su columna del día siguiente, la cotilla de Hollywood Hedda Hopper resumió la gala. «Fue frustrante para Davis», escribió. «Pero cuando se trata de ofrecer o de robar un show, nadie puede igualar a Joan Crawford».
¿Disfrutó Joan haciendo esto? Por supuesto, y lo admitió muchas veces a lo largo de los años. Bette había dejado claro en más de una ocasión que pensaba que ella tenía mucho más talento que Joan, quien comprensiblemente se ofendía por estas afirmaciones. Humillar a su rival fue un momento muy dulce. Crawford nunca negó que Davis tuviera talento ni que fuera una gran estrella, pero también pensaba que no estaba en posición de ser condescendiente con ella.
La última disputa surgió en julio de 1963, cuando se calcularon los beneficios de ¿Qué fue de Baby Jane? Una vez deducidos los costes, Crawford recibiría aproximadamente 150.000 dólares, y Davis sólo 75.000. Insatisfecha con su porcentaje, Bette pidió que se le permitiese a su abogado examinar los libros de cuentas de Warner Brothers, pero las cifras fueron confirmadas por Robert Aldrich. Cerca de la bancarrota, Davis tuvo que rebajarse a prácticamente suplicar trabajo en Hollywood por segunda vez en menos de un año.
Ejemplo de un cine lleno de recursos inteligentes, dispuestos y utilizados con rigor dramático y expedita técnica, ¿Qué fue de Baby Jane? es un sórdido relato —a medio camino entre el melodrama y el relato de suspense con derivaciones hacia el terror— filmado en la tradición del grand guignol (secuencias como la del ratón introducido en la comida son típicamente granguiñolescas) en un decorado vetusto y poblado de fantasmas interiores.
Manejando con esmero y madurez los golpes de efecto, las figuras casi caricaturescas y las imágenes chirriantes, Robert Aldrich devolvió al cine de terror el esplendor de tiempos pasados, y reivindicó un género normalmente condenado a los bajos presupuestos y al consumo exclusivo de un público juvenil. El director jugó con habilidad con la decadencia de las dos actrices, identificando en la mente del público a los personajes. Y de esta manera, sin vacilar ante los efectos más gruesos, y haciendo gala de una eficaz crueldad, el filme acaba por convertirse en una desasosegadora reflexión sobre el mundo del espectáculo.
Para llevar a buen puerto este barco no cabían unas actrices cualquiera: sólo quien domina a la perfección el arte de la interpretación puede, vulnerando sus propios límites, incurrir en el exceso sin resultar grotesco. Convertida en una especie de Boris Karloff con faldas por un maquillaje grotesco, decrépita y reducida a una caricatura de sí misma, Bette Davis bordó con hilo de seda su abracadabrante personaje y demostró, cuando muchos la daban por acabada, que aún le sobraba talento y ambición para resucitar de sus propias cenizas.
Su antigua rival en la Warner, Joan Crawford, elevó el duelo interpretativo a los límites de lo sublime. Transformada en su propio fantasma, la inolvidable protagonista de Johnny Guitar ofreció al público el reflejo, a veces aterrador, de su antiguo glamour. Fue la suya una interpretación de las de romper el molde, un estremecedor trabajo en el que sólo utilizó la voz y la expresión de sus inmensos ojos, en los que podía leerse la angustia y el miedo.
De lo dicho se deduce que estamos ante una película de actrices, aunque hay un tercer personaje que media entre las dos mujeres. Es un actor, y su nombre, Victor Buono, sonará únicamente a un reducido grupo de cinéfilos. Obsequiosamente sonriente, melifluo y de oronda humanidad, Buono realizó en esta cinta un sorprendente debut que le valdría la candidatura al Oscar. Su insólita presencia, su estatura y su enorme peso le encasillaron después en papeles de malvado y duro, y durante un tiempo fue el sucesor natural de Laird Cregar. Lástima que la escasez de personajes realmente interesantes y su prematura muerte le impidieran adquirir el relieve que merecían su insólita presencia y su lunática personalidad.
La elección de Davis y Crawford se mostró como el mayor acierto del filme. Es evidente que sin ellas no existiría, pero también es cierto que Aldrich supo darle un carácter muy especial. Dirigió con mano maestra a los actores, acentuó sus peculiares rasgos físicos y obtuvo, con un blanco y negro muy contrastado, una película excepcional que siempre se deja saborear con gusto, sobre todo por las geniales y delirantes interpretaciones de dos grandes damas de la pantalla. Estrellas hasta el último suspiro, mujeres indomables, soberbias actrices hasta el esperpento.