A John Ford le preguntaron en cierta ocasión su definición del cine: «¿El cine?», cuentan que dijo. «¿Usted ha visto caminar a Henry Fonda? Pues eso, amigo, es el cine». Por ese oscuro misterio de las cámaras, a Hank —como le conocían sus amigos, dentro y fuera de la profesión— le bastaba su presencia para hacerse dueño de la pantalla, de la situación y reinar entre los actores y entre el público con una naturalidad desconcertante y con un estilo que parecía inexistente, por su elegancia y por su sencillez. Alto, delgado, parsimonioso y con una peculiar forma de andar con pasos característicamente largos, Fonda representó durante décadas la quintaesencia de la credibilidad. Su mirada profunda, de una pureza casi transparente, su sonrisa forzada de héroe infeliz perseguido por el infortunio, su personalidad limpia y fresca, la escasa profusión de gestos y su voz suave, sin disonancias, suscitaban la identificación y la comprensión. Resultaba encantador cuando sonreía y conmovedor cuando su rostro reflejaba preocupación.

En el teatro mantuvo su magnetismo durante años. Y en el cine fue ascendiendo peldaño a peldaño hasta situarse en ese especial Olimpo de las estrellas. Ahí estaba instalado cuando interpretó al inolvidable protagonista de Escala en Hawai. Este filme supuso su vuelta al cine después de una larga ausencia, pero el proyecto estuvo obstaculizado por serias discusiones desde el principio.

Primero fue la insistencia de John Ford para que Hank repitiese su inolvidable papel de Broadway y su completo rechazo a dirigirla si Warner Brothers otorgaba el personaje a sus primeras elecciones, William Holden o Marlon Brando. Después siguió la famosa disputa de Ford con Fonda, que los dos dirimieron a puñetazo limpio en el plató. Y, finalmente, Pappy se puso diplomáticamente enfermo. Mervyn LeRoy, lejos ya sus mejores años como director, le sustituyó, e incluso Josh Logan, que dirigió la producción de Broadway, rodó algunas escenas. Pero todo eso pertenece al anecdotario de una película cuya producción y rodaje tuvo mucha, pero que mucha miga.

En el verano de 1947, Henry Fonda y su viejo amigo Joshua Logan se reunieron en Nueva York para hablar sobre una posible película basada en la novela de John O’Hara “Appointment in Samarra”. El proyecto no se llevó a cabo, pero Hank se interesó en una pieza teatral que Logan acababa de escribir con Thomas Heggen: “Mister Roberts”.

Adaptación de la tragicómica novela escrita por Heggen en 1946, la obra narraba las peculiares aventuras en tiempos de guerra de la tripulación de un buque de carga de la Armada americana llamado “The Reluctant”. A Hank le encantó el texto y se unió inmediatamente al proyecto.

Dirigida por Logan y producida por Leland Hayward, “Mister Roberts” se estrenó a finales de 1947 con gran éxito de crítica y público en New Haven, Connecticutt, seguida de Philadelphia y Baltimore hasta llegar el 28 de febrero de 1948 a Broadway, al Alvin Theatre, donde se convertiría en el acontecimiento teatral de la temporada. Al fin Fonda tenía el éxito teatral con el que había soñado desde sus días en la Omaha Community Playhouse.

La noche del estreno, Hank y el resto del reparto (David Wayne, Robert Keith, William Harrigan, Ralph Meeker, Steven Hill y Jocelyn Brando) fueron requeridos tantas veces a saludar al acabar la función que no les quedó otro remedio que apaciguar al entregado público con unas palabras: «Esto es todo lo que Tom y Josh han escrito para nosotros. Si queréis más, lo único que podemos hacer es volver a representar la obra». Enseguida se agotaron las entradas para las representaciones de los dos años siguientes.

Después de 1.670 representaciones, “Mister Roberts” fue retirada del Alvin el 28 de octubre de 1950. Fonda se embarcó inmediatamente en una gran gira a lo largo y ancho del país, añadiendo durante nueve meses otras quinientas o seiscientas representaciones. Nunca se cansaba del papel, y siempre dijo que interpretar a Doug Roberts sobre el escenario era tan excitante después de cien veces como había sido la primera. Este papel le valió un premio Tony en 1948, entre otros galardones, además de las mejores críticas de su carrera.

En 1953, Warner Bros. anunció que Joshua Logan dirigiría la versión cinematográfica de “Mister Roberts”. Pero Hayward le pidió que renunciase en favor de John Ford, argumentando, «Ford garantizará el éxito de la película». El director firmó un acuerdo en marzo de 1954 para dirigir Mister Roberts por 175.000 dólares.

Disgustado por haber sido apartado del filme, Logan se dedicó a lanzar calumnias contra Ford, incluyendo la falsa afirmación de que nunca se había molestado en ver la obra. De hecho, Fonda asegura que Pappy fue al teatro a ver su actuación cuatro o cin co veces.

Otra de las puyas lanzadas por Joshua tenía que ver con el supuesto desprecio que Ford sentía por la pieza. Según su versión, cuando Hank le preguntó al cineasta por qué no utilizaba sus butacas reservadas, éste replicó: «¿Por qué debería ver una obra homosexual?». Pero las declaraciones de Logan pueden ser simplemente el intento de un hombre enrabietado por minar la reputación del cineasta que había usurpado su puesto.

Quizás la principal razón por la que Hayward contrató a Ford fue porque virtualmente aseguraba que la Marina se prestaría a colaborar, dado el trabajo del director durante la guerra y que había hecho They Were Expendable. La Armada se resistió inicialmente a cooperar de modo oficial con Escala en Hawai, sobre todo porque el capitán del barco era un colérico tirano, «lejos del tipo de hombre que la Marina querría admitir», según la Oficina de Producción Cinematográfica del Departamento de Defensa.

Ford utilizó sus contactos en la Oficina de Información de la Armada, prometiendo sanear algunos de los aspectos más provocativos de la obra, y finalmente el proyecto obtuvo luz verde en julio de 1954. La Marina facilitó barcos y personal, y permitió a la producción utilizar la base aeronaval de Midway, donde Pappy había rodado La batalla de Midway doce años antes.

Por increíble que parezca, Warner Bros. y Leland Hayward (ex agente de Hank y marido de su ex-esposa Margaret Sullavan, para más señas) tenían sus dudas sobre la conveniencia de que Henry Fonda interpretase a Doug Roberts en la pantalla. Les preocupaba que su larga ausencia de Hollywood hubiera reducido su tirón comercial y que sus cuarenta y nueve años le hicieran parecer demasiado viejo para interpretar a un Roberts de veintiséis.

Logan, que se había distanciado de Fonda, contactó con Marlon Brando, cuyo casting fue anunciado por la Warner en enero de 1954. Hayward, por su parte, quería a William Holden. Pero cuando le preguntaron a Ford en febrero si prefería a Brando o a Holden, el director exclamó: «¡Y una mierda! Ese es el papel de Fonda». Tras las tumultuosas negociaciones de rigor, Pappy impuso su ley.

Completar el reparto no fue una tarea tan complicada. James Cagney recibió una llamada de Ford diciéndole que se estaba preparando una película sobre la brillante comedia de la Segunda Guerra Mundial “Mr. Roberts”, y que le quería a él para el pequeño pero vital papel del Capitán. Además, le dijo el director, tendría la compañía de su gran amigo Spencer Tracy, que iba a interpretar a Doc. Para endulzar la oferta aún más, el filme se rodaría en Hawai y en la isla de Midway, y James no tendría mucho que hacer aparte de tomar el sol en la playa.

Cagney había visto la obra durante su larga trayectoria en Broadway y sabía que el papel del capitán era soberbio. En escena fue interpretado por William Harrigan. «Bill Harrigan veía el papel de una forma algo diferente a la mía», comento James. «El capitán era odiado por la tripulación. El problema, tal como yo lo veía, era ser a la vez un villano y una figura cómica. Esto, después de todo, era una comedia con un lado muy serio. Yo no iba a interpretar al capitán como Bill Harrigan lo hizo en el teatro, como puramente un villano hijo de puta. Esa era mi base, sí, pero yo iba a añadir humor». Esto es exactamente lo que hizo, para horror de Fonda.

Para el resto de personajes principales, Ford contó con otro ilustre veterano, William Powell, y con un prometedor comediante llamado Jack Lemmon. En cuanto a los secundarios, escogió a buena parte de su famosa compañía de repertorio: Ward Bond, Ken Curtis, Harry Carey Jr…

El rodaje comenzó en septiembre de 1954 en la isla de Midway y otros puntos del Pacífico. Poco duró la calma. A la primera semana de filmación empezaron a surgir las complicaciones, que, de forma inesperada, fueron provocadas por Henry Fonda, quien intentaba hacer prevalecer sus ideas sobre un personaje que consideraba enteramente suyo. Después de su larga experiencia en el papel titular, Hank tenía una actitud fieramente protectora hacia la obra. “Mister Roberts” era algo que llevaba muy metido en el corazón, un triunfo profesional profundamente relacionado con las experiencias emocionales más importantes de su vida. De ahí que le molestaran tanto los cambios que John Ford había hecho con el guionista y dramaturgo John Patrick —autor de “La casa de té de la luna de agosto”— y con Frank Nugent, cuyo guión incorporaba material que Logan había eliminado de la novela.

Sentía un gran respeto por Pappy, un hombre que no sólo le había concedido la inmortalidad cinematográfica, sino que también había sido compañero de juergas durante años. Pero lamentaba el modo en que se habían cambiado los diálogos y añadido toques cómicos. A su juicio, el director irlandés había suprimido gran parte del patetismo de la obra al enfatizar demasiado los aspectos de comedia. La tosquedad en los retratos de la mayoría de los personajes chocaba con su elocuente interpretación de Roberts. Hank también estaba molesto por la actitud del director de otorgar los papeles secundarios a miembros de su “equipo” habitual que no encajaban con los personajes de la obra.

Ford, de hecho, estaba haciendo lo que siempre hizo con un guión, transmutar el material a su propio estilo de narración. En opinión del actor Harry Carey Jr., que interpretaba a Stefanowski en la película, Fonda «debería haber sabido, al haber hecho sus mejores películas con él, que Ford improvisa mucho. Henry debería haber conseguido a alguien que se limitase a filmar el guión, no un hombre creativo como Pappy». Pero también es cierto que, esta vez, el toque del legendario cineasta parecía torpe, rompiendo el cuidado balance entre comedia y drama de la obra.

Las discusiones entre ambos fueron caldeando el ambiente en el plató. Ford, que siempre había sido un gran bebedor, abandonó sus habituales hábitos disciplinarios y empezó a beber mientras trabajaba. Se mostraba lacónico e irascible con los actores, y modificaba el guión a su antojo. Cuando un alarmado Leland Hayward le pidió explicaciones, el cineasta le espetó: «¡No me molestes, cara culo!».

La tormenta estalló al final del primer día de rodaje en Midway. Todo empezó como una pacífica charla convocada por Hayward. Jack Lemmon fue testigo de lo que pasó a continuación. «Lo vi todo», explicó. «Me desperté porque podía oirles. Salí al pasillo y la puerta sólo estaba parcialmente cerrada. Se estaban gritando el uno al otro. La discusión básicamente giraba sobre el hecho de que no se estaban ciñendo al guión. Ford lanzó un puñetazo a Fonda y falló. Fonda se limitó a sujetarle con la mano en su pecho, y Ford seguía lanzando puñetazos como en los dibujos animados. No podía alcanzarle. Finalmente Henry le empujó y le sentó de nuevo en la cama, y se marchó».

Pappy fue a la habitación de Hank media hora después, con la cara enrojecida por la bebida y su legendario parche torcido, y se disculpó entre lágrimas. Pero su relación nunca volvió a ser la misma. Cada vez que finalizaban una toma, Ford le preguntaba a Fonda si daba su aprobación, un ritual que hizo que el actor se sintiese aún más incómodo. «Ruédala como más te guste», respondía Hank. «No sé qué pasaba por su cabeza», recordaba, «pero sé que estaba avergonzado por lo que había hecho, por haberme golpeado».

Las borracheras se hicieron continuas después de que la producción volase a Hawai el 24 de septiembre. «Ford se estaba volviendo loco con Henry y con Hayward, así que se emborrachaba», observó Dobe Carey. Llegó un punto en el que se bebía dos cajas al día, y cuando estaba borracho, su viejo amigo Ward Bond tenía que hacerse cargo, siempre consultando a Fonda. Finalmente, el cineasta fue ingresado en el hospital el 1 de octubre. El rodaje se reanudó seis días después. De algún modo, Ford se las apañó para completar el trabajo en exteriores mientras bebía una cerveza tras otra y apenas tenía fuerzas para gritar “¡Acción!”.

Hayward empezaba a hartarse de la situación. «Nadie sabía quién estaba a cargo de qué», dijo. «Ford estaba borracho todo el día. Ward Bond estaba dirigiendo la película. Al menos mantenía las cámaras rodando cuando Ford se desmayaba». El equipo volvió a Hollywood el 10 de octubre, con la mitad de la película terminada. Ford reanudó el trabajo en el estudio dos días después, ensayando y rodando durante cuatro días antes de comenzar a sufrir náuseas y fuertes dolores abdominales durante un fin de semana en su casa. El lunes 18 de octubre, Harry Carey Jr. encontró a Pappy derrumbado en su silla de director en un plató de la Warner, con los pantalones desabrochados y el estómago grotescamente hinchado. «Mira esto», exclamó el impulsivo cineasta irlandés. «Ni siquiera puedo abrocharme los malditos pantalones, por el amor de Dios».

Carey le acompañó al St. Vincent’s Hospital para someterle a una operación urgente de vesícula. Los problemas de salud de Ford habían sido agravados por su adicción al alcohol, aunque pareció aliviado de encontrar un modo de desvincularse de la película después de nueve semanas de rodaje: cuatro en Midway, cuatro en Kaneohe y una en el estudio de Burbank. Al día siguiente, el veterano Mervyn LeRoy recibió el encargo de abandonar el rodaje de la producción de Warner Strange Lady in Town para completar Escala en Hawai. LeRoy decidió volver al texto de la obra, que juzgaba muy superior, pero se encontró con nuevos problemas, como que William Powell tenía demasiados años para tener la capacidad inmediata para olvidar el guión de Nugent y aprenderse de nuevo los diálogos.

Para no aumentar el presupuesto de la película, el nuevo director visionó el metraje que Ford había rodado y después trató de filmar las escenas restantes en un estilo similar, siendo el responsable, según Pappy, de «aquellas forzadas escenas cómicas en el interior del barco». El mismo LeRoy declararía: «He insistido en que en los títulos figure “Realizado por John Ford y Mervyn LeRoy”. Me han dicho que no es necesario acreditar a Ford pero creo que sería un gesto muy bonito».

Pero la Warner no estaba satisfecha de su primer montaje y Hayward tuvo que recurrir a un tercer director, Joshua Logan, para que puliese la película. Cuando éste vio el copión, «deseé tener una pistola para pegarle un tiro en el estómago a Hayward, y luego dejar el cuerpo frente a la puerta de Ford. ¿Y qué decir de Frank Nugent?, que al menos merece ser despellejado vivo».

Logan, que no fue consultado sobre el guión, estaba furioso por esta profanación. Le molestaba especialmente que la atmósfera carcelaria del barco, donde nadie tenía libertad —clave para el significado de la obra—, se había convertido bajo la dirección de Ford en un lugar feliz donde, según él, los así llamados prisioneros «nadaban, buceaban y hacían cabriolas cada tarde como chicos felices en un campamento». «Y en nombre de Dios», dijo Joshua, «¿por qué Ford ha hecho que Cagney interprete al capitán como un viejo inútil de Nueva Inglaterra, sin ningún odio, sin amenaza, sin oscuridad? Sin un villano no hay amenaza; sin amenaza no hay historia».

Las críticas del director son justificadas. Por primera y única vez en su carrera, Cagney sucumbió a la sobreactuación. Logan encontraba increíble que «uno de los actores más grandes del mundo haya sido persuadido para convertirse en una especie de personaje de Disney».

Trabajando con Mervyn LeRoy y con el montador, Jack Murray, Logan filmó insertos y pequeñas escenas de conexión, dobló nuevas líneas de diálogo y volvió a rodar dos importantes secuencias: el final con Pulver enfrentándose al capitán después de tirar su palmera por la borda y la escena cómica de Pulver llenando de espuma un corredor del barco. Suya es también, al parecer, la divertida secuencia de la elaboración de un whisky escocés a base de alcohol puro, yodo y un poco de tónico para el cabello.

Volver a rodar la visita de las enfermeras al “Reluctant” estaba entre las grandes prioridades de Logan, pues sólo había una enfermera en la versión teatral y Ford «la arruinó al poner a seis chicas y destruir la intimidad sexual de la escena», explicaba Joshua. Cuando Betsy Palmer volvió a su casa en Nueva York, se enteró de que LeRoy iba a volver a rodar todo el metraje con las chicas en Hollywood. La actriz se negó: «No voy a volver, porque me gusta lo que hice con Mr. Ford y no quiero que vuelvan a dirigirme».

LeRoy no volvió a rodar esa escena, y Jack Warner finalmente vetó la petición de Logan de hacerlo. La visita de las enfermeras al barco estaba entre el metraje que sacaba más partido a las localizaciones en Midway, y Warner pensaba que volver a rodarlo en un plató de Hollywood haría que pareciese «una película pequeña».

Sorprendentemente, Escala en Hawai fue aclamada por la crítica y disfrutó de un duradero éxito popular tras su estreno el 30 de julio de 1955. Potenciada por la novedad del Cinemascope, fue el filme más taquillero del año en USA, con una recaudación de ocho millones y medio de dólares. John Ford y Mervyn LeRoy fueron acreditados como codirectores y, amargamente decepcionado pero resignado, Henry Fonda volvió a los escenarios neoyorquinos.

Si bien acerca de John Ford se han escrito innumerables líneas, pocas se han volcado por Escala en Hawai. La película no acostumbra a ser citada en exceso ni permanece en la memoria del cinéfilo en un lugar destacado. No obstante, y aunque no sea una obra ciento por ciento fordiana, hay algunos momentos que dejan entrever la mano del genial cineasta. Son secuencias intimistas llenas de nostalgia, imágenes que destilan en todo momento la sabiduría propia del viejo zorro: la despedida al amanecer entre el joven marinero y su novia hawaiana; el primer permiso en un año de la tripulación, saldado con una pelea a puñetazos; la escena final con la lectura de las dos cartas enviadas por Mr. Roberts… Solamente por estas escenas valdría ya la pena recordar el filme.

En cuanto a la labor de Mervyn LeRoy, lo mejor que se puede decir es que cumplió sobradamente su cometido. Se necesitaba un buen profesional, un director nada ostentoso que supiera ensamblar las nuevas tomas con las ya rodadas, dándolas cohesión, vida. Sin perderse en autorías, en complacencias de estilo, LeRoy poseía esas cualidades. Pero también una abrumadora falta de imaginación. Abandonando el guión de Nugent, hizo poco más que alinear a los actores en grupos estáticos frente a los decorados y dejarles sobreactuar escenas de la obra. En contraste, el material de Ford siempre está visualmente vivo.

El capítulo interpretativo merece otro párrafo. Los elogios más encendidos se los lleva Henry Fonda, cuya extraordinaria composición traspasa el celuloide. Es el suyo un trabajo tan suculento y equilibrado, tan ágil y creíble, que parece más que perfecto: insuperable.

Afortunada fue también la elección de Jack Lemmon como Frank Pulver, el libidinoso y travieso alférez de “lavandería y moral” del barco. El joven actor no desaprovechó la ocasión que le había brindado Ford, demostrando que era un comediante capaz de robarle la escena a quien la compartiera con él. Su refrescante interpretación le valió el primer Oscar de su carrera como actor secundario.

Quien no estuvo tan feliz fue James Cagney. No hay duda de que fue en parte para aplacar a la Marina por lo que Ford animó a Cagney a que convirtiese al megalomaníaco capitán en un bufón más que en un villano, lo que dio como resultado una de las raras sobreactuaciones en la gran carrera del actor. Lo cierto es que actúa como si se hubiese escapado de un cartoon. William Powell, más contenido, resolvió con solvencia su papel del astuto y simpático médico del barco. Fue su última aparición cinematográfica.

A pesar de todos los contratiempos surgidos durante el rodaje, Escala en Hawai es un filme sabiamente engrasado, narrado y conducido, además de maravillosamente interpretado. No es una obra maestra pero posee secuencias brillantísimas, momentos de cine puro que la convierten en un clásico de la comedia norteamericana, una pequeña pero muy apreciada joya.