«La película más dura que he hecho nunca. Se filmó en Bishop, California. El hotel en el que nos alojábamos se incendió. Después fuimos pobremente alojados y durante los cinco meses siguientes nos congelamos. La Warner se gastó una fortuna en la cinta, y fue un gran éxito. Pero durante la mayor parte del tiempo nos amontonábamos bajo el frío y el polvo, sin comodidades, comiendo comida asquerosa». Así recordaba Errol Flynn su experiencia en La carga de la Brigada Ligera. Faltaría añadir el nombre de Michael Curtiz, odiado por sus actores y técnicos, para completar el cuadro de este rodaje infernal. Pero empecemos por el principio.
Humildad era una palabra absolutamente desconocida para Errol Flynn. El actor se había convertido en una gran estrella con su primera superproducción de Hollywood, El capitán Blood, pero nunca se le pasó por la mente que alguien más —el productor, el director, los guionistas, los técnicos y, sobre todo, el departamento de publicidad— pudiese tener algo que ver en su éxito. A mediados de los años treinta, Flynn era cordialmente odiado por la mayoría de sus compañeros, especialmente por los extras. Así estaban las cosas cuando Warner Brothers trataba de decidir cuál sería la siguiente película de su nueva estrella. Había dos posibilidades: An thony Adverse y La carga de la Brigada Ligera. Finalmente, Errol fue informado de que interpretaría al Mayor Geoffrey Vickers en el segundo proyecto, una historia de aventuras lejanamente basada en el heroico fracaso de la caballería británica en la batalla Balaclava durante la Guerra de Crimea. La famosa carga había tenido lugar el 25 de octubre de 1854. Debido a una orden errónea, 673 soldados de la Brigada Ligera Británica galoparon hacia la atrincherada artillería rusa, sufriendo 244 bajas cuando fueron acribillados por el enemigo.
En 1929, mientras estaba en China como corresponsal de noticias para el “World” de Nueva York, un joven reportero llamado Michael Jacoby decidió que la famosa carga sería un gran tema para una película. Podía o no estar al tanto de que este incidente histórico ya había sido utilizado para una cinta de un rollo en fecha tan temprana como 1912. O que una producción británica de 1930 llamada Balaclava también había tratado el tema. El caso es que Jacoby empezó a recolectar hechos relativos a la Guerra de Crimea. Por fin, en 1934, trasladó su historia al papel, y durante un año trató de vender la idea en Hollywood. El guión, fidedigno en cada detalle histórico, fue rechazado por todos los grandes estudios. La opinión general era que pocos americanos estarían interesados en ver un filme sobre una oscura guerra que ellos no habían ayudado a ganar.
Las cosas cambiaron tras el gran éxito de Tres lanceros bengalíes. Jack Warner hizo una oferta por el guión, y al dar este paso, habilitó a Hollywood para reescribir y glamourizar uno de los episodios más trágicos de la historia reciente. Así fue. Casi toda la investigación que había ocupado a Jacoby durante años se tiró por la borda, y en su lugar se utilizó una narración inventada con personajes ficticios en la India.
Anita Louise iba a ser la protagonista femenina del filme, la bella e ingenua Elsa Campbell, pero después de un conflicto contractual fue reemplazada por Olivia de Havilland. Patrick Knowles, un actor británico de veinticuatro años recién llegado a Hollywood, fue contratado para interpretar al hermano del protagonista. Alto, muy atractivo pero algo ingenuo, Knowles caería inmediatamente bajo el hechizo de Errol y se convertiría en un componente más de la banda, participando en muchas juergas alcohólicas y en más de una orgía.
El reparto aglutinaba a otro habitual en las correrías etílicas de Errol: David Niven. Esperando acabar con la relación entre Niven y Merle Oberon, Samuel Goldwyn había prestado al actor británico a Warner Brothers para que hiciese una audición para el papel del capitán James Randall. La prueba la dirigía Michael Curtiz, otro viejo conocido de Flynn, que estaba decidido a convertir el test en una situación incómoda para todos.
Después de ver a siete candidatos leyendo sus frases en la prueba, David pensó que no tenía ninguna oportunidad. Cuando llegó su turno, subió pavoneándose al escenario. El cineasta húngaro exigió saber dónde estaba su guión. El actor respondió que lo había debajo en la sala de maquillaje. Curtiz exigió que fuese corriendo a por él. Era un día muy caluroso, y el traje de soldado de lana de Niven era muy incómodo. Enfadado y avergonzado por la orden, David replicó: «También puedes correr tú y cogerlo tú mismo». Empezó a bajar del escenario, cuando el director se echó a reír. «Mandad a casa a los demás», aulló. «Dadle el papel a Mr. Chico Listo».
La carga de la Brigada Ligera se filmó durante once semanas en las polvorientas y ventosas colinas de Mount Whitney, en pleno desierto de California, y en las montañas de Sierra Nevada, alrededor del pueblo de Bishop, situado a doscientas millas al norte de Los Ángeles. En su autobiografía, Flynn afirmaba que ésta era de lejos la película más difícil que había hecho en términos de duración y dureza del rodaje. Tenía razón.
El trabajo en localizaciones empezó a finales del otoño con un clima decente y con el único hotel del pueblo ocupado para uso exclusivo de los miembros del equipo, pero apenas había transcurrido una semana cuando los gritos y blasfemias de madrugada les alertaron de que alguien había tirado una cerilla en el lugar. El hotel ardió hasta los cimientos, proporcionándoles la última noche cálida que tendrían durante el resto de la producción. En lo sucesivo, aposentados en tiendas de campaña y otros miserables acomodos improvisados en medio del desierto y las tormentas de arena, o azotados por los vientos helados que soplaban en lo alto de las montañas nevadas, los actores tiritaban y se quejaban con sus livianos uniformes tropicales.
«Se suponía que la acción tenía lugar en Crimea, bajo el sol abrasador», recordó Flynn. «Nuestras ropas eran finas, como tendrían que ser en Crimea para absorber el calor. Pero esto no era Crimea, era California en la época más fría del año, y estábamos en una zona y a una altitud donde el frío te entumecía. El viento era cortante como un cuchillo, cuando la ilusión que se quería crear era la de estar bajo un sofocante calor… En el futuro, el Sindicato de Actores pondría freno a condiciones como las que yo experimenté en este rodaje. Conseguiría acabar con muchos de los excesos de los productores y directores más rapaces».
Niven había conocido a Flynn brevemente en un par de fiestas y no le había caído bien por su agresividad y arrogancia, pero pronto descubrió que compartían un amor común por la botella, las mujeres y las travesuras, y se hicieron buenos amigos. Disfrutaban especialmente mofándose de Curtiz, sobre todo cuando destrozaba su inglés de orientación húngara. El director era una fuente de diversión para los dos actores.
David recordaba con especial agrado dos incidentes que acontecieron durante el rodaje. El primero tuvo lugar cuando, subido en un tribuna, el “asesino de la lengua inglesa” decidió que había llegado el momento de ordenar la llegada a escena de un centenar de caballos sin jinetes. «Okey», gritó por el megáfono, «traigan los caballos vacíos». Cuarenta años después, Niven usaría esta frase como título para un volumen de su autobiografía.
El segundo incidente fue un clásico estallido de Curtiz. Durante una de sus frecuentes rabietas en el set, Errol había llamado al director «gilipollas». Mike respondió: «Vosotros, asquerosos maricones. Vosotros y vuestro apestoso idioma… Creéis que no sé un jodido nada… Bien, dejad que os diga. Sé un jodido todo».
La película también fue testigo de la primera —pero en absoluto la última— pelea de Flynn en el set. El actor siempre tuvo agallas. Durante un ensayo para la carga, uno de los extras, un hombre fornido con la nariz rota, clavó la punta de su lanza en el flanco del caballo de Errol. El animal se encabritó y la estrella del filme, que estaba arreglándose el pelo con un peine antes de un primer plano, salió por los aires, aterrizando de espaldas entre las carcajadas generalizadas de los otros extras. Una vez que se hubo recuperado del shock inicial, Flynn se levantó lentamente y se sacudió el polvo.
—¿Quién de vosotros, hijos de puta, ha hecho eso? —gritó indignado.
—He sido yo, colega —dijo el causante de la broma—. ¿Tienes algún problema?
—Sí —contestó Errol—. Baja del caballo.
El hombre lo hizo, guiñando el ojo a sus compañeros… Flynn se fue directamente a por el extra, y le propinó tal paliza que tuvieron que llevarle al hospital diez minutos después. La reputación del astro creció dramáticamente.
Dos días más tarde se produjo un segundo altercado en el bar al que acudía el equipo a causa del perro de Errol, “Arno”, un schnauzer que le había regalado el productor Robert Lord. La mascota era su gran amor en ese momento, aparte de su obsesión no correspondida por Olivia De Havilland.
El propietario del bar, otro tipo corpulento de permanente beligerancia, se quejaba de todos los perros, particularmente de aquéllos que orinaban en la esquina de su edificio. Para enseñarles a no hacerlo, instaló una plancha de metal en la acera y otra en la entrada, ambas conectadas a una batería. Un día, el pobre “Arno” levantó la pata en la zona de peligro. El infortunado animal sufrió una descarga eléctrica en sus partes nobles y salió corriendo calle abajo, aullando de dolor y terror. Flynn irrumpió en el bar, y el lugar quedó en silencio. Todo el mundo se mantuvo prudentemente en su sitio mientras el actor se llevaba al barman aparte. Fue una pelea sangrienta, pero Errol se llevó la mejor parte, y “Arno” fue el último perro en Lone Pine que sufrió un tratamiento de shock.
No acabó ahí el parte de incidencias. Hacia el final del rodaje, Flynn y Niven fueron colocados en una gran cesta a lomos de un elefante. Los guionistas habían recibido la orden de insertar una caza de tigres para calentar el ambiente y estaban filmando esta secuencia en el estudio en vez de en campo abierto. Fue un gran error porque el elefante, enloquecido por las luces y por el megáfono de Mike Curtiz, se puso hecho una furia y echó a correr por todo el plató, tratando de quitarse de encima la cesta con los dos actores dentro, golpeándola contra árboles, arcos y el lateral del cuartel de bomberos. Los trabajadores del estudio huían como ratas mientras el animal se abría camino hacia la entrada principal, y sólo el astuto cierre de las puertas por parte de los guardas del estudio evitó que se mezclase con el tráfico en Pico Boulevard. Fue un interludio poco atractivo.
Quien también sufrió lo suyo fue Olivia de Havilland. La actriz tenía que desplazarse ochenta millas diarias bajo un calor abrasador hasta las localizaciones, donde el departamento artístico había construido una réplica a escala real de una fortaleza india, la guarnición Chukoti. Un hombre del estudio la llevaba en coche hasta este lugar desolado, azotado por el viento y reseco por el calor. Era imposible mantener su pelo arreglado, y su maquillaje acababa, un día tras otro, arruinado por el polvo que arrastraba el viento. Tampoco la consolaba el escandaloso comportamiento de Errol Flynn y su amigo David Niven. Las discusiones a gritos entre los dos hombres y Mike Curtiz hacían que la joven tuviese, en muchas ocasiones, que taparse los oídos. De hecho, el director se pasó la mayor parte de la película chillando a su reparto masculino y obligándose en contra de su naturaleza a no aterrorizar a Olivia. De eso ya se encargaba Errol.
Especializada en papeles llenos de dulzura, equilibrio y feminidad, De Havilland ha pasado a la historia como la compañera ideal para las aventuras que emprendía su inseparable Errol Flynn. Para el público era la novia eterna del galán en la pantalla. Para el astro, su más codiciada presa. A ella, sin embargo, aquel trueno de hombre no le hacía latir el corazón con más fuerza. Sentía por él un gran afecto, pero sólo eso.
Indiscreciones posteriores revelaron que Olivia retrocedió asustada ante la disipada existencia de su Robin. Al parecer, aquel abandono afectó profundamente a Errol, cuya reconocida tendencia al desenfreno tuvo su único punto vulnerable en una especie de amor puro hacia su angelical dama. Nunca sabremos si la feliz consumación de aquel amor hubiera conseguido regenerar al salvaje que escandalizaba a la hipócrita sociedad hollywodiense, al crápula encantador que había convertido su vida en una orgía que tenía como invitados a la aventura, el erotismo desenfrenado, el alcohol y la droga.
Lo que sí sabemos es que Flynn, tal vez incapaz de asumir el rechazo, convirtió a De Havilland en el blanco de sus bromas. El relato de su hostigamiento ocuparía varias páginas, así que nos conformaremos con ofrecer una pequeña muestra.
Olivia se pasó gran parte de la filmación haciendo dibujos de los decorados y de los personajes de la película, y una vez terminados, Errol se los quitaba sistemáticamente y los escondía o los colocaba en un retrete en el que no hubiese papel. En una ocasión, Flynn le dijo que un insecto se había posado en su polisón. Ingenuamente, ella se giró, pero no pudo ver nada. El actor cogió un gran matamoscas y azotó a su compañera con él, después dijo que debía limpiar el imaginario insecto y frotó su vestido con una esponja, dejándolo inservible. En otra ocasión, Flynn soltó un ratón; la silla a la que Olivia se subió tenía una pata rota y cedió, tirándola al suelo. También le puso una serpiente de goma en sus panties, sal y pimienta en su helado, clavos en su armario… Una tortura.
Un frecuente visitante en el set era el reportero de “Motion Picture” James Reid, un hombre tímido que observaba asustado el comportamiento de Errol y su mordaz actitud hacia sus compañeros. La lista de “hazañas” de la estrella era amplia: practicar la lanza con un maniquí vestido como Michael Curtiz; desaparecer en su camerino con una joven y dejar intencionadamente la puerta entreabierta; decirle a Jack Warner delante de todo el mundo que abandonaría Hollywood tan pronto como la película estuviese terminada… antes, si se encontraba con alguna oposición, y que no volvería jamás. En su artículo “¿Puede Hollywood retener a Errol Flynn?”, Reid observaba:
«Actuar, para Flynn, es sólo otra aventura en una vida llena de ellas… y no está seguro de que actuar, en ciertos aspectos, sea un trabajo de hombres. Ponerse ante una cámara, fingiendo amor infinito por una chica, diciéndole palabras dulces, le hace sentir incómodo. No es su idea de cómo un macho se gana la vida. Por esa razón resulta tan convincentemente temerario en escenas físicamente difíciles… obtiene el doble de diversión de ellas. Cuando le pregunté cuánto tiempo podría retenerle Hollywood, me dijo simplemente: “Puedo decidir irme de Hollywood cualquier día. No estaré contento hasta que pueda vivir una vida libre, hacer las cosas que quiero, cuando quiera hacerlas, preferiblemente en los Mares del Sur”».[1]
La Warner depositó en La carga de la Brigada Ligera todos los recursos a su alcance. El presupuesto tenía muchos ceros, 1.200.000 dólares, cifra muy elevada para la época, pero cada centavo se ve en la pantalla. Se construyó un fuerte británico en Agoura, al oeste del Valle de San Fernando, una zona azotada por el viento. Muchos exteriores se filmaron en Lone Pine, California, el perenne sustituto de Hollywood para la India, y se representó una caza de leopardos en el cercano Lago Sherwood. Se utilizaron uniformes auténticos de la 27a Brigada de Dragones. Se utilizaron trucajes de fotografía para hacer que los escasos jinetes pareciesen una tropa completa. Nada más finalizar el rodaje de las escenas de batallas, los actores principales fueron enviados al lago Sherwood para filmar la caza del leopardo. Después de este episodio, se rodó una escena en la que dos mil caballos eran perseguidos por el desierto.
Sin embargo, por buenas que sean estas escenas, se funden en la insignificancia comparadas con la climática carga, filmada en el Valle de San Fernando. Cientos de hombres y caballos avanzan con las famosas líneas del poema de Lord Tennyson sobrepuestas en la pantalla. La formación no se rompe mientras hombres y caballos caen y las explosiones enturbian la atmósfera. El avance se convierte en una ataque a toda escala que atraviesa las líneas enemigas por pura fuerza de voluntad.
El éxito de esta mítica secuencia descansó en el buen hacer del montador George Amy, capaz de bordar una obra de arte con los 77.000 pies de película rodada por Curtiz[2], y del director de segunda unidad B. Reeves “Breezy” Eason, cuya contribución fue lo suficientemente importante como para que le fuese ofrecida una acreditación en pantalla que él rechazó en deferencia a Curtiz.
El puro espectáculo y la magia de la carga debería ser condenado, sin embargo, al saber cómo se consiguieron algunos de sus pasajes. En el transcurso de las semanas dedicadas a rodar la escena, un hombre murió y muchos más resultaron heridos, pero los que más sufrieron fueron los caballos. Y todo porque Curtiz no tuvo reparos en utilizar el atroz sistema de la “W continua”. Este truco era un método despiadado e insensible que se empleaba para obligar a un caballo a tropezar en un momento determinado. Se ataban cables a las patas delanteras de los animales y se enganchaban a postes de madera clavados en el suelo por debajo del campo de cámara. Una vez que el caballo había recorrido la distancia requerida, el cable se tensaba, haciendo que el animal tropezase y lanzase por los aires a su jinete, que por supuesto estaba entrenado para caerse. El bal ance final es aterrador: más de cincuenta caballos sufrieron graves lesiones, y muchos tuvieron que ser sacrificados.
Flynn encabezó una campaña para que esta crueldad acabase, pero el estudio ignoró sus esfuerzos y completó la carnicería enviando una segunda unidad a México, donde las leyes contra el maltrato de animales eran mínimas, por decir algo. La Sociedad Californiana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales visitó Sonora y, a la vista del espectáculo, demandó a la Warner, que para apaciguar los ánimos impuso pequeñas multas a algunos miembros del equipo, pero no a Curtiz.
Los ecos de tan brutal práctica recorrieron medio mundo. En Inglaterra, el Sindicato de Mujeres del Imperio ejerció una fuerte presión sobre el Comité Británico de Censura Cinematográfica para que prohibiese la cinta a causa de su crueldad, y no desistió hasta octubre de 1936, cuando la Warner contestó con una demanda de libelo contra el Sindicato. La ira y la presión de las sociedades defensoras de los animales sirvió para que, en lo sucesivo, Hollywood tuviese mucho cuidado con este tema.[3]
A pesar de las duras condiciones del rodaje, severamente marcado por la meteorología y el errático comportamiento de su estrella, La carga de la Brigada Ligera lució impecablemente en la pantalla. El resultado fue, en cualquier caso, soberbio y el éxito de taquilla demostró que el público valoraba extraordinariamente las heroicidades de Flynn, cada vez más afianzado como ídolo de toda una generación. Aunque la parte del león correspondía al gallardo actor, De Havilland confirmó junto a él su categoría estelar, Niven conquistó su primera cuota de fama y Curtiz se elevó a la cúspide de los directores de Hollywood.
La cinta fue especialmente popular fuera de Estados Unidos, incluso en Inglaterra, donde cosechó críticas eufóricas a pesar de las incoherencias históricas relativas a una batalla legendaria para los británicos. La Warner nunca reestrenó La carga de la Brigada Ligera a escala nacional tras la Segunda Guerra Mundial como hicieron con muchas de las grandes películas de acción de Flynn de los años treinta. Quizás la glorificación y justificación de la conquista imperialista, y el motivo de la venganza para el sacrificio final de quinientos hombres parecía un poco fuera de lugar con el espíritu pos-bélico. Además, la aterradora exposición de los caballos cayendo también podría haber expuesto al estudio a renovadas críticas.[4]
En el terreno de la vida privada, La carga de la Brigada Ligera marcaría el inicio de una larga amistad entre Errol Flynn y David Niven. Al volver a Hollywood, Errol, recién separado de su esposa, la actriz Lili Damita, se ofreció a compartir su residencia con David, dado que la relación de éste con Merle Oberon se estaba enfriando. Los dos solteros alquilaron la casa de Rosalind Russell en el 601 de North Linden Drive. El amor de Flynn por las fiestas y su creciente consumo de alcohol acabaron alejando a Niven de su más tranquilo estilo de vida. Lili bautizó la casa de la pareja como “Cirrosis junto al mar”.
La carga de la Brigada Ligera es una maravillosa cinta de aventuras, narrada con absoluta convicción y espléndido sentido del ritmo, con romanticismo cuando así conviene y con humor cuando la tensión lo aconseja, amen de ofrecer algunas de las más dinámicas secuencias de acción nunca vistas en la pantalla. Se dedicó un gran esfuerzo a recrear el entorno de 1850, pero Warner Bros., como solía ser habitual, descartó los hechos reales relativos a la enorme metedura de pata militar, reteniendo en su lugar la pompa de la época y las conmovedoras líneas del famoso poema de Tennyson.[5] Como lección de historia es enormemente inexacta, y apenas guarda poca relación con los hechos históricos, pero, ¿a quién le importa?
Si uno ve la película meramente como un gran espectáculo, y puede retroceder hasta el entusiasmo de su juventud por las aventuras exóticas, caballeros leales, malvados emires y muerte gloriosa, entonces La carga de la Brigada Ligera puede ser disfrutada como lo que realmente es, un filme modélico en su género.
Especialmente memorable es la larga secuencia de la carga, una excepcional pieza cinematográfica desde cualquier punto de vista y una de las relativamente escasas escenas de acción que aún pueden ser consideradas como clásicas. La sucesión de imágenes que acuden a la mente incluyen las tomas bajas de los caballos acelerando su tempo desde un paso estático hasta el galope, el dinámico montaje que muestra a los hombres y los caballos cayendo, los lanceros saltando sobre la cámara en tomas realizadas desde hoyos, primeros planos de Flynn empuñando su sable y gritando «¡Adelante, soldados!», amplias composiciones panorámicas de la acción de masas, combates individuales con espadas, lanzas y el humo llenando la pantalla.
Mike Curtiz trabajó en íntima colaboración con B. Reeves Eason para rodar este incomparable caos. Es difícil decir quién fue responsable de qué, pero sería injusto otorgar todo el mérito al director de segunda unidad, como se ha hecho en ocasiones, pues está probado que Curtiz estuvo muy implicado en la creación de esta magistral secuencia.
La adecuación de Errol Flynn a su personaje era indudable. El actor se adueña de la película desde las primeras escenas y los demás actores se mueven en función suya, sin que esto constituya un demérito para su labor. Así, Olivia de Havilland interpretó con gran estilo y encanto un papel que en otras manos hubiese sido inevitablemente insípido. La película era más notable por sus pasajes de acción que por otra cosa, pero de todos modos ella causó una fuerte impresión. Lo mismo sucedió con David Niven, encantador como el Capitán James Randall.
La exquisita conjunción entre la belleza plástica de las imágenes, responsabilidad de Sol Polito y Fred Jackman, y la música, un score apropiadamente vigoroso de Max Steiner[6], constituye un auténtico placer para los sentidos. Cine de ayer, de hoy y de siempre.