Desde los primeros tiempos de Hollywood, el criterio de celebridad de un director lo establece el hecho de que su nombre aparezca antes del título. Frank Capra fue uno de los primeros que consiguió este honor y como tal lo hizo constar en su autobiografía titulada precisamente así, “El nombre delante del título”.

Capra empezó en tiempos del mudo dirigiendo películas cómicas y ayudando a Harry Langdon a establecer su personalidad en sus dos títulos más famosos —El hombre cañón y Sus primeros pantalones—, pero su actividad profesional se inició desde abajo, realizando filmes de bajo presupuesto para Columbia cuando esta compañía era uno de los estudios de la “Fila de los Pobres” al sur de Sunset Boulevard.

El cineasta siciliano había empezado a trabajar para el tirano Harry Cohn en 1928, dirigiendo siete títulos ese primer año. Durante el siguiente lustro, Capra trabajó en un total de diecinueve filmes, cada vez más desesperado por ser tomado en serio. Naturalmente, nadie le prestó la más mínima atención. Entonces hizo una pequeña comedia en la que nadie confiaba, protagonizada por dos estrellas que le odiaban, y sin mucho tiempo para conseguir lo imposible. Se titulaba Sucedió una noche, y cuando se estrenó, las malas críticas y la indiferencia del público llevaron a la retirada de la cinta al cabo de una semana. Pero el filme resurgió de sus cenizas y acabó ganando los cinco Oscar más importantes.

Sucedió una noche convirtió a la Columbia en una major, ayudó a consolidar el ascenso de Clark Gable a la realeza de la pantalla (su aparición con el torso desnudo en una escena fue responsable de una caída en picado de las ventas de camisetas) y convirtió a Frank Capra en uno de los nombres con más tirón en taquilla en una época en la que la mayoría de la gente apenas sabía que hubiese un director. El éxito de la cinta también salvó la carrera de Claudette Colbert. Se trató, pues, de uno de esos felices “accidentes” del celuloide, difíciles de analizar e imposibles de reproducir intencionadamente. Ya lo dijo el director: «Una película sobre el rodaje de Sucedió una noche hubiese sido mucho más divertida que el propio filme». Lo cierto es que todo sucedió a tal velocidad que nadie podía creérselo.

Sucedió en la barbería, mientras esperaba su turno. Frank Capra leyó en la revista “Cosmopolitan” un relato breve de Samuel Hopkins Adams titulado “Night Bus”. Pensó que su amigo y colaborador Robert Riskin podría convertir la historia de un periodista en paro que acompaña a una rica heredera en su fuga a través del país, conquistándola con su indiferencia en detrimento de un novio playboy, en un excelente guión.[1]

«Aparte de Capra», declaró uno de sus colaboradores, «a casi ninguno nos apetecía hacer aquella película». Según Joe Finochio, sobrino del cineasta y empleado de Columbia en el departamento de sonido, «todos nos decíamos: “Bueno, a ver si nos la quitamos de encima lo antes posible”». Riskin recuerda que «nosotros queríamos que compraran Rebelión a bordo. Dijeron que era mucho dinero. Ya íbamos con retraso. Necesitábamos como fuera un guión para Frank. Cogimos lo primero que surgió. Y se convirtió en un milagro».

Bob Riskin temía que las «entusiastas, pero vacilantes dotes de narrador» de Capra acabaran con el proyecto de Night Bus antes de nacer. Por ello, antes de acudir al despacho de Cohn para proponerle el proyecto, el guionista le dijo: «Ésta déjame contarla a mí». Columbia aceptó el proyecto, aunque a desgana, y adquirió los derechos de adaptación por cinco mil dólares. El mandamás del estudio no iba a interponerse en el camino del último capricho de su director.

Capra y Riskin se retiraron a Palm Beach, Florida, y, reteniendo sólo el caparazón de la historia corta original, escribieron el guión que inició o al menos perfeccionó el género conocido como screwball comedy.[2] Un reportero de mal carácter, que acaba de ser despedido por sus impertinencias mientras cumplía un trabajo en Miami, vuelve a Nueva York en autobús para buscar un nuevo empleo. Sentada a su lado y viajando de incógnito está la hija fugada de un millonario. Papá ha ofrecido una recompensa de diez mil dólares por su vuelta, así que no pasa mucho tiempo antes de que el periodista la reconozca y se dé cuenta de su buena suerte. Además de conseguir el dinero de la recompensa, también puede escribir una jugosa historia sobre ella y venderla al mejor postor. Para asegurarse de que otros no la reconozcan, la convence para abandonar el bus y hacer el resto del camino a Nueva York haciendo autostop por carreteras secundarias.

Para Capra, el personaje de la rica heredera era el compendio de todas las mujeres ricas, elegantes y engreídas que le habían dado calabazas a lo largo de su vida. «Ella no buscaba un hombre, no buscaba el amor», dijo el director. Frank rebautizó al personaje en honor de una conocida suya que aspiraba a introducirse en la alta sociedad de Pasadena, Ella Andrews.

Gran parte del guión se dejó abierto para adaptarlo al improvisador estilo del director, que había aprendido su oficio creando gags visuales para las comedias de dos rollos de Hal Roach y Mack Sennett. Debido a la reciente avalancha de películas de autobuses, Capra y Riskin recibieron la orden de buscar un título más provocativo. El elegido fue Sucedió una noche, que podía significar cualquier cosa, aunque las connotaciones sexuales eran más que evidentes.

Como la escueta nómina de actores de la entonces modesta Columbia no ofrecía nombres adecuados para los papeles protagonistas, Cohn tuvo que pedir ayuda a las majors. Era una práctica habitual. Su estudio no podía permitirse una larga ristra de contratos, así que él siempre estaba pidiendo prestadas estrellas para sus lanzamientos de clase “A”, intentando con ello elevar la imagen de la compañía como una fábrica de películas baratas.

El magnate empezó buscando el favor de Louis B. Mayer, el patrón de la MGM, un estudio donde sobraban las figuras. Allí trabajaba Robert Montgomery, el candidato de Capra, y hacia él lanzó sus redes. Pero los hechos estaban conspirando para cambiar la forma de la película drásticamente. La Metro estaba preparando su propia película con autobús, Fugitive Lovers, y el todopoderoso Mayer quería que la protagonizara Montgomery. Primera calabaza.

La racha siguió con la selección de la protagonista. Para el papel de la heredera, el director quiso contratar a Myrna Loy, pero la actriz rechazó el papel. Más tarde explicó que «me enviaron el peor guión de la historia, un guión completamente distinto del que rodaron». Miriam Hopkins y Margaret Sullavan también rehusaron la oferta. Capra llamó entonces a Constance Bennett, que quiso comprar el libreto para producirlo ella misma, y a Bette Davis, que sí estaba dispuesta a aceptarlo, hasta que la Warner se lo impidió, como castigo por empeñarse en pasar a la RKO para hacer Cautivo del deseo.

Pensando que algo no funcionaba, Bob y Frank reescribieron el guión, cambiando la profesión del protagonista: el pintor bohemio se convirtió en un duro reportero. Cohn propuso entonces el nombre de Loretta Young, pero el director no mostró el más mínimo interés. El patrón le instó entonces a contratar a Carole Lombard, ofrecida por Mayer al principio del proceso. Frank le ofreció el papel a través de Riskin, que en aquellos días se había convertido en su acompañante habitual. La estrella declinó la oferta porque entraba en conflicto con el rodaje de su próxima película.

El futuro del proyecto pendió de un hilo durante un tiempo. Fugitive Lovers y el filme con autobús de la Universal, Cross Country Cruise, ya estaban en marcha, pero Capra seguía buscando actores. «Nadie quería trabajar en Sucedió una noche», aseguró el director. «A los intérpretes no les gustan demasiado las comedias. No son dinámicas, como los melodramas; nadie resulta herido, nadie muere, nadie es violado». Irritado por aquella sucesión de negativas, Capra empezó a prestar atención a los comentarios despectivos del estudio. En el último momento apeló a Cohn para cancelar el proyecto (había hecho lo mismo con Dama por un día), pero era demasiado tarde: el contrato de la primera estrella estaba cerrado.

Louis B. Mayer rescató a Sucedió una noche del limbo de los guiones inéditos. Luego, cuando la Metro se negó a ceder a Robert Montgomery, su presidente puso sobre la mesa el nombre de Clark Gable. Podemos imaginar la sorpresa de Cohn cuando recibió una llamada de Mayer ofreciéndole los servicios de una de sus grandes promesas.[3] La leyenda cuenta que MGM cedió al futuro “Rey” de Hollywood a una compañía de segunda fila en castigo por los problemas que causó durante el rodaje de Dancing Lady. Con apenas diez años de vida por entonces, la descapitalizada Columbia era un pececillo comparada con los grandes peces como la Paramount o la Metro. Ceder sus servicios a la recién llegada era una forma de mantener a las estrellas en cintura[4].

Gable se sintió traicionado al verse rebajado a tan ignominioso destino. «Me han mandado a Siberia», dijo. Probablemente recordaba el pequeño estudio de sus días como aspirante a actor, cuando solía frecuentar la intersección de Gower Street y Sunset Boulevard, donde los productores con poco dinero iban diariamente a contratar extras y secundarios para sus westerns.

Fueron momentos muy duros. Ni siquiera la salud le respetaba. Aunque la MGM consideraba que estaba fingiendo, su estado físico, por lo menos, así lo demostraba: le habían extirpado el apéndice y las amígdalas, y durante sus nueve semanas de estancia en el hospital había perdido mucho peso. También sufría continuos problemas con sus dientes. Luego, por supuesto, estaban los problemas maritales. Gable estaba a punto de abandonar a su segunda esposa, Ria Langham, y acababa de conocer a Carole Lombard, que se convertiría en su tercera mujer y su gran amor. Dejó a Ria al año siguiente y empezó a salir con Carole.

Contratar a Claudette Colbert fue idea de Cohn. En 1927, según Joe Walker, Colbert y Capra habían salido del rodaje de For the Love of Mike «odiándose mutuamente». Fue un fracaso tal que la actriz volvió corriendo a los escenarios de Broadway y juró que nunca más volvería a tener nada que ver con el cineasta siciliano. Ahora Frank volvía a llamar a su puerta. Pero nada hacía pensar en el reencuentro.

Claudette tenía planeado pasar la Navidad en Sun Valley y no estaba dispuesta a sacrificar su descanso. El guión tampoco la había deslumbrado. Estaba acostumbrada al lujo del vestuario y los decorados de la Paramount y no tenía ganas de pasar estrecheces en un autobús de línea, y menos para un estudio tan ordinario como la Columbia. Así que decidió exigir un salario tan exagerado que fuese imposible contratarla. Haría Sucedió una noche por 50.000 dólares —el doble de su sueldo—, pero tendría que terminar su trabajo en cuatro semanas y, caso de alargarse la filmación, cobraría una cantidad extra por cada sesión no prevista en el plan de rodaje.

Para su asombro, Harry Cohn, preso de la desesperación, le respondió que empezaba a la semana siguiente. Ahora tendría que hacer esta horrible peliculita para este chapucero estudio con un director que no le gustaba. Menos mal que su pareja era Clark Gable. Ella siempre afirmó que había aceptado el papel «sobre todo, por trabajar con él». Pero al actor nunca le convenció esta versión: «Cobró más por sesiones extra de lo que cobré yo por la película entera».[5]

En realidad, Sucedió una noche no podía haber llegado más felizmente, ni en mejor momento, para Colbert. Sus mediocres filmes en la Paramount estaban llevándola a una peligrosa rutina en el box office, e incluso se rumoreaba que su estrella se desvanecía por momentos. Su estudio ardía igualmente en deseos de librarse de ella durante una temporada. Parecía como si estuviesen hartos de su actitud testaruda y difícil.

Para empezar, nadie estaba muy entusiasmado. Gable se presentó ante Capra blandiendo cierta hostilidad. De hecho, la primera reunión entre los dos hombres fue un desastre. El actor, que había ahogado sus penas en alcohol antes de ser capaz de presentarse en el set, escupió toda su ira en cuanto vio al cineasta siciliano. Le llamó “Mishter” Capra y dijo:

—Siempre quise visitar Siberia, pero ¿por qué huele tan mal?, ¿y por qué no llevas una parka?

—Mr. Gable —dijo el director, arrebatándole el guión—, se supone que usted y yo tenemos que hacer una película con esto. ¿Le cuento la historia o prefiere leerla usted mismo?

—Colega —gruñó Clark—, me importa un carajo lo que hagas con ella.

Capra vio que Gable estaba demasiado borracho para razonar con él, así que simplemente le entregó el script y le acompañó hasta la puerta. Aquí estaba él con una película en la que nadie creía, dos estrellas que no podían verle ni en pintura, y cuatro semanas para conseguir un milagro. No era un buen presagio.

Sucedió una noche empezó a rodarse y Gable estuvo huraño e incomunicativo durante sus primeros días en el plató, hasta que se dio cuenta de que estaba haciendo algo diferente.[6] Una mañana, en la limusina que les llevaba a la localización, Clark se volvió hacia Claudette y dijo: «Creo que este italiano tiene algo importante entre manos». La actriz le dio la razón.

Capra, a quien sus tiempos de vagabundeo habían convertido en un experto en viajes en autobús, se entretuvo especialmente con la secuencia del principio de la cinta. Quería reflejar la camaradería que se establecía entre los pasajeros en aquella noche de tormenta, en contraste con la actitud distante de la heredera fugada. Intentó elegir entre tres grupos de músicos de pueblo, pero los tres le gustaron tanto que acabó incluyéndolos a todos en la escena. Les dio una cancioncilla olvidada, “The Daring Young Man on the Flying Trapeze”. Todos los viajeros se unieron al coro.

Colbert se sintió ligeramente perpleja en el momento de rodarla. En su opinión, la escena resultaba cursi e inverosímil. «¿Cómo pueden saberse todos la letra de la canción?», preguntó la estrella. «Por eso no te preocupes», replicó el director. «Si no queda bien, la podemos cortar de raíz, sin alterar el argumento». Claudette no se dejó convencer hasta que vio a su criada negra «mirando la escena extasiada. Entonces supe que aquello iba a traer cola».

Esta secuencia generaría una moda nacional e inauguraría una de las convenciones del cine de Capra: la escena del paréntesis jubiloso, aparentemente espontáneo, destinado a crear un sentimiento de hermandad entre personajes y espectadores.

«A veces la acción tiene que detenerse para que el público pueda mirar a los personajes», declaró el cineasta en 1973, en una entrevista con Richard Glatzer. «Quieres que caigan bien. Los personajes no tienen problemas graves por el momento. Disfrutan de su mutua compañía, nada más. Cuanto más bajen la guardia, cuanto más absurdo sea todo, mejor. Estas escenas son importantes en una película. Cuando los espectadores se paran a mirar a los personajes, empiezan a sonreír. Comienzan a encariñarse con ellos, les preocupa lo que les pase. Si no les caen bien, no se reirán de ellos y no llorarán con ellos».

Capra pensaba que Colbert «tenía la mejor silueta de Hollywood». Para demostrarlo, filmó a la actriz haciendo un discreto striptease cuando los protagonistas deben compartir acomodo nocturno en la misma habitación. En esta escena, el pudor de Claudette a desvestirse ante la cámara dio al director la idea para el “Muro de Jericó”, una manta colgada del techo para separar su cama de la de su acompañante. Luego, mientras se desnuda detrás de la manta, pone algunas de sus ropas sobre ella, lo que hace más sugerente la secuencia, considerada por los críticos como la más guasona de la década.

En un artículo publicado poco después del estreno del filme, el director dijo: «No me opongo a que en las películas haya sexo, siempre que esté tratado con inteligencia. Pero una imagen fugaz de un par de tobillos bonitos resulta más erótica que una escena entera con un millar de piernas desnudas; más incitante es lo que no se muestra que aquello que invade descarada, groseramente la pantalla hasta la náusea».

Colbert, mientras tanto, no lo veía nada claro. «¿Qué acogida podía tener una película como ésta?», se preguntaba la actriz. «Estábamos en plena Depresión. La gente necesitaba fantasía, necesitaban soñar con lujo y glamour, y Hollywood se ocupaba de dárselos. Y en cambio ahí estábamos nosotros, con aquellas pintas, en nuestro autobús».

Quien ya no ponía pegas a nada era Gable. «Se lo pasó de fábula haciendo la película», recordaba el director. «Estaba interpretándose a sí mismo, quizás por única vez en su carrera. Ese macho payaso, juvenil, arrogante “era” Gable. Él era tímido, pero muy divertido con la gente que conocía. Estaba muy sensibilizado con esas malditas orejas, pero hacía bromas sobre ellas».[7]

Clark retrasó el apretado calendario de rodaje una y otra vez al estallar en carcajadas durante escenas que sólo mostraban su lado divertido cuando eran interpretadas. También desplegó su sofisticado sentido del humor con un arsenal de bromas propias. En cierta ocasión, viendo que se demoraba el inicio de la filmación, Claudette, desde su lado de la famosa manta, preguntó si pasaba algo. «Parece que tenemos un problemilla», contestó Capra, mientras la actriz cruzaba al otro lado de la Muralla. «Clark quiere saber cómo podemos solucionar esto». Gable estaba tendido boca arriba, sonriendo, con un gran bulto emergiendo de la manta. Había cogido un utensilio de cocina de atrezzo y lo había colocado bajo las sábanas. Los gritos de espanto de Claudette y las risas de Clark provocaron que el director tuviera que hacer una pausa extra.

Miss Colbert probablemente necesitaba reírse. Su carrera estaba estancada, su matrimonio de cinco años con Norman Foster se hundía y estaba teniendo problemas con sus senos. Pero los momentos de diversión fueron escasos. La actriz continuó discutiendo con Capra a lo largo de todo el rodaje. Por ejemplo, se negó a cooperar en una de las más memorables escenas, cuando enseña una pierna para hacer auto-stop. El director se encogió de hombros y llamó a una doble para que hiciese el primer plano, lo que surtió el efecto deseado. Claudette echó un vistazo y gritó: «Sácala de aquí. Esa no es mi pierna».

La estrella no dejó de quejarse de la velocidad del rodaje, de lo chapucero que era, aunque esto se debía en parte a su propia insistencia en acabar antes de Navidad. De hecho, Sucedió una noche está llena de improvisaciones, aunque no tantas como el público cree. Tan natural era la impresión creada en la película, que se rumoreó ampliamente que escenas como la del auto-stop o la del paso del riachuelo habían sido espontáneas.

La combatividad de Colbert no le granjeó simpatías entre los técnicos. Edward Bernds dijo que era «venenosa» y «estirada». Joe Walker la encontró «distante» y criticó sus «enfurruñamientos». Gable, sin embargo, no tuvo problemas con ella. Los dos actores se habían conocido en 1928; Claudette era una estrella teatral establecida en Broadway, él un debutante en la obra “The Machinal”. Clark sabía que era una lesbiana que tenía un matrimonio impostado con el director gay Norman Foster, así que nunca trató de seducirla o de meterla en el camerino provisional que la Columbia le había dado.

El rodaje de Sucedió una noche duró cuatro semanas y costó menos de trescientos mil dólares. Finalizó justo antes de Navidad. Cuando Colbert se unió a sus amigos para sus aplazadas vacaciones en Sun Valley, su único comentario fue: «Me alegro de estar aquí. Acabo de terminar la peor película del mundo».

La reacción obtenida en el pase previo del Colorado Theater de Pasadena, celebrado el 28 de enero de 1934 con asistencia de Capra, Gable y Colbert, constituyó sólo un pequeño aviso de lo que estaba por venir. El rumor se esparció con rapidez. Nueve días más tarde, el columnista Sidney Skolsky publicó la primera de dos entregas de un perfil sobre el director, «que ya puede pedir lo que se le antoje a cualquier estudio».

Después de su préstamo, Gable volvió a MGM para protagonizar Hombres en blanco. Sin darle tiempo a descansar, la compañía del león le mandó a un tour publicitario por toda la nación. Simultáneamente, la Columbia estaba preparando el estreno de Sucedió una noche, así que los publicistas de ambos estudios inundaron el país con la “Fiebre Gable”. En cada ciudad que visitaba, las fans descubrían dónde se alojaba y le seguían a todas partes como una jauría de lobas.

La fiebre alcanzó proporciones epidémicas en Nueva York. Allí, el 23 de febrero, Sucedió una noche batió el récord de recaudación para un día de estreno en el Radio City Music Hall. La crítica neoyorquina se mostró favorable en su mayoría (William Boehnel escribió en el “World-Telegram” que era el mejor filme que había hecho Capra hasta el momento), pero el taquillaje no alcanzó los niveles previstos. La primera semana de exhibición en el Music Hall dejó noventa mil dólares de recaudación, y los ingresos de la segunda bajaron a setenta mil. Después, el filme fue retirado. En el resto de las grandes ciudades —el estreno fue simultáneo— los resultados fueron igualmente decepcionantes.

Capra lo recordaba así: «La cinta bajó a tercera. Dijimos: “Bueno, qué más da”. Luego, sin previo aviso, surgió el milagro. La gente volvía en masa a ver la película una y otra vez, no porque la respuesta crítica fuese tan buena, sino porque todo el mundo hablaba sobre ella. La gente empezaba a hablar de ella. “Vamos a ver esa película de Gable y nos llevamos a fulanito”. Permaneció una semana, luego otra y otra… El “pueblo” descubrió la película».

Salas que rara vez mantenían más de dos o tres semanas un mismo título en cartel ofrecieron durante meses Sucedió una noche. Y, mientras miles de chicas se lanzaban a viajar en autobús en busca de aventuras románticas, los fabricantes de camisetas protestaban porque en la escena de “Jericó” el ídolo de matinee se quitaba la camisa y se veía su torso desnudo, rompiendo la tradición del hombre americano de llevar esta prenda. En la vida real, él nunca llevaba camisetas, así que no quiso ponerse una para la película. Capra le dejó hacer.

El impacto de Gable en el público fue enorme. Cuando el actor salió en un tour promocional a escala nacional saboreó por primera vez la clase de tratamiento que hoy día asociamos con las estrellas del pop. Fue acosado por fans que le robaban sus pañuelos, gemelos y cualquier cosa que pudieran quitarle como recuerdo, y ¡esos eran los más tímidos! Al menos una fan femenina le ofreció su sostén para que se lo autografiase y otras le ofrecieron mucho más.

Los efectos de la película en la moda son bien conocidos. Cada toque visible del “Rey” fue imitado: la pipa, las chaquetas de estilo Norfolk, el jersey de cuello en “V”, la gabardina con el cinturón abrochado y el resto de su vestuario. A la inversa, el aparente desdén del actor por las camisetas hizo que las ventas cayeran un setenta y cinco por ciento.

Como algunos de estos artículos eran demasiado caros para el hombre medio de la Depresión, el accesorio de Clark más copiado fue su fino mostacho. Cada hombre adulto era libre de dejarse crecer uno, y así lo hicieron millones. Hasta ese momento, el mostacho del astro había sido un adorno de quita y pon, dependiendo de los personajes que interpretara. La respuesta del público a Sucedió una noche le decidió a conservarlo permanentemente.

Pero más importante que sus repercusiones en la moda fue lo que la película hizo por la carrera de Gable. Cuando el actor volvió a la MGM, lo hizo como un triunfador, y ya no hubo más papeles de gigoló. La maquinaria del estudio fue reajustada para proporcionar a la nueva estrella vehículos mucho más importantes, y en los siguientes cinco años, entre 1935 y 1940, rodaría sus títulos más imperecederos.

Claudette Colbert también vio cómo las cosas mejoraban. A nivel personal, mató dos pájaros de un tiro, divorciándose de su marido poco después de la película y casándose con el médico que estaba tratando sus senos, el Dr. Joel Pressman. Su carrera también dejó de ser un problema. El éxito de Sucedió una noche la llevó a una serie de magníficos roles cómicos durante el resto de la década de los treinta.

La aclamación popular, sin embargo, no garantizaba el respeto de la industria. Este reconocimiento oficial llegó en la entrega de los premios de la Academia de Hollywood, celebrada el 27 de febrero de 1935, el día en que los estudios Columbia perdieron el estigma de la Poverty Row.

La gran gala de los Oscar escogió como escenario el Hotel Biltmore de Los Ángeles. Convencida de que no iba a ganar, Claudette Colbert había programado para aquella noche un viaje en tren a Nueva York. Cuando ya estaba embarcando en el Santa Fé Chief, un miembro de la Academia llamado Leroy Johnston la abordó precipitadamente para informarla de que había ganado el Oscar a la Mejor Actriz. Al principio Claudette insistió en subir al vagón, argumentando que no iba vestida apropiadamente. «Pero es el Premio Nobel de la industria cinematográfica», insistió Johnston, a la vez que persuadía a las autoridades ferroviarias de que retrasaran la salida del tren. Por fin, ambos emprendieron el regreso al Biltmore Bowl, escoltados por un séquito de motocicletas de la policía. Llegaron en el momento en que la madre de Shirley Temple preparaba a la niña para recoger su estatuilla de miniatura; las dos premiadas, la pequeña y la mayor, se fotografiaron juntas y Claudette partió. Había permanecido seis minutos escasos en la ceremonia.

El espectáculo continuó. Cuando el humorista irlandés Irvin S. Cobb rasgó el sobre correspondiente a la categoría de mejor director, Frank Capra se enderezó en su butaca. Tras el ritual de anunciar «Y el ganador es…», el presentador repitió la fórmula empleada un año antes por su antecesor y que diera pie a un sonado malentendido: «Ven y cógelo, Frank».

En 1933, un ilusionado Capra se había levantado de su asiento para, inmediatamente, quedarse en pie en medio de la sala, al saberse que el Frank llamado al estrado era Frank Lloyd. Cada vez más seguro de sí, el cineasta siciliano había vuelto a sentar a su mesa a los mismos invitados —testigos del mal rato—, quienes aplaudieron divertidos la ocurrencia de Cobb.

Poco después le llegaría el turno de festejar al “castigado” Clark Gable, quien confesó que «honestamente, nunca esperé ganarlo», alabó a sus rivales y dijo sentirse feliz como un niño. Sólo faltaba saber cuál era la mejor película. Cobb lo anunció aludiendo a alguien que estaba en la mesa de Capra, el productor Harry Cohn, y el público completó la frase coreando Sucedió una noche. El magnate respondió a los aplausos con un gesto que imitaba a su ídolo político, Benito Mussolini, y expresó su agradecimiento a cuantos habían participado en el filme.

Era la primera vez en la historia de los premios que una cinta ganaba los cinco Oscar considerados más importantes: Película, Director, Actor, Actriz y Guión. Pasarían cuarenta años hasta que otro filme, Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), pudiese igualar el récord. Fue un fantástico golpe de mano para la Columbia, que nunca más fue considerado un estudio del “pelotón de los pobres”. Para Cohn fue un éxito sin precedentes, un triunfo que avalaba su solicitud de entrada en la industria del cine. También incrementó su ya jugosa fortuna[8].

El éxito de la película instaló a Frank Capra en una crisis depresiva, marcada por los cambios de humor, un estado que el propio afectado describió como «la tortura de tener que demostrar constantemente que eres el mejor». Por algún motivo, sentía que el triunfo había sido «casual». El Oscar a la Mejor Dirección no hizo sino agravar el tormento de la inseguridad. En 1982 definió así el efecto de la dorada estatuilla: «Lo que le pasa a uno de la noche a la mañana es increíble. De repente estás en las portadas de todo el mundo, saben quién eres hasta en Asia interior; es una sensación vertiginosa, es un shock. A cada uno le afecta de distinta forma. Puede afectar al trabajo de uno, y después se puede entrar en declive».

A consolidar aquel estado de inseguridad contribuía la obligación de compartir el éxito de Sucedió una noche. Billy Wilkerson puso el dedo en la llaga al interrogarse sobre la paternidad de la cinta: «¿En qué punto exacto empieza y acaba el trabajo de Rob Riskin en este guión, y hasta qué punto contribuyó Capra a la escritura física o a la orientación del trabajo de guión?». Finalmente, el director se hundió en un pozo de indecisión. «Salí corriendo», reconoció más tarde. «No quería hacer más películas. Todas las ideas que se me ocurrían me parecían malas. ¿Cómo mejorar aquello?»

Aunque algunos hablaron de una supuesta falta de compromiso social, Sucedió una noche no podría haber triunfado tan clamorosamente si sólo hubiera sido un producto de evasión. Lo que atrajo al gran público de la Norteamérica de 1934 fue el gratificante y alentador espectáculo de la doma, educación y conquista de la “heredera consentida” por el héroe proletario, una historia que representaba no sólo una fantasía de mejora social, económica y sexual, sino la destrucción de las barreras de clase en la época de la Depresión.

La simple filosofía de Capra es expresada en esta película como una versión moderna y a la inversa del cuento de “Cenicienta”. La chica rica Ellie Andrews huye de su padre para poder casarse con el inútil playboy de sus sueños. Sin un centavo y abandonada a su suerte, tropieza con el reportero en paro Peter Warne. A cambio de su historia, Warne la ayuda a llegar a su desastroso prometido. Viajando en autobús, a pie y en coche por las carreteras secundarias de la América de los años treinta, descubren una mutua independencia de espíritu, fiereza y resistencia. Warne consigue su historia, Andrews pesca a su playboy, pero ambos descubren que lo que realmente han estado buscando lo han encontrado en el otro. Al final, la chica rica se queda con el chico pobre, demostrando que incluso los ricos, si se les da la oportunidad, se suscribirían a los valores de la clase trabajadora que se consideraban prescriptivos para luchar contra la Depresión.

Desde su estreno, los críticos han tratado de explicar el secreto de la duradera popularidad de esta obra maestra. Generalmente se lo han acreditado a Capra por la invención de un mensaje que el público quería escuchar. El cineasta siciliano había descubierto el principio que había de convertirse en la piedra de toque de su propio trabajo y de sus colegas de la Columbia en los años treinta. Otros estudios intentaron seguir su ejemplo, pero casi todos fracasaron. Les faltaba el ingrediente principal. La fórmula era tan sencilla como inteligente: todas las posibilidades del humor son explorables mientras respeten la humanidad de los personajes.

Capra inyectó mucha inteligencia, ritmo y estilo a la historia. Pero lo que realmente distingue a Sucedió una noche de tantas otras películas es el manejo del director de las escenas individuales cómicas y románticas, los diálogos de Riskin y el maravilloso reparto. Cada espectador tiene sus escenas favoritas. Piénsese en la divertidísima escena del “Muro de Jericó” que Peter levanta entre Ellie y él antes de irse a dormir, una astuta pulla al recientemente reforzado Código de Producción. ¿Y qué decir de las famosas lecciones de Peter sobre cómo mojar un donut o cómo se desviste un hombre? (todos recordamos, por supuesto, cómo Ellie le deja en ridículo en la memorable lección de autostop). Incluso quienes busquen romance pueden encontrar una escena en el heno.

Las personalidades cinematográficas de Clark Gable y Claudette Colbert quedaron firmemente establecidas aquí, el irónico machismo de él y la inteligente sofisticación de ella mezclándose como la ginebra y la tónica. El espléndido elenco de actores secundarios también hizo suyo sus pequeños papeles, desde el lascivo vendedor de Roscoe Karns que se convierte en un conejo asustado hasta el engañoso motorista cantante de Hale. El mejor apoyo, sin embargo, viene del infaliblemente maravilloso Walter Connolly, soberbio en el rol del padre de la novia.

La historia de esta obra maestra tiene mucho que ver con el sueño de América, donde, según dicen, todo el mundo tiene una oportunidad. Empezó como una película menor y acabó convertida en la más encantadora comedia romántica que uno pueda encontrar, ganando los cinco Oscar más importantes, un logro igualado sólo dos veces desde entonces. Sucedió una noche en 1934, y sucede cada vez que vemos esta seductora película. Véala otra vez y comprobará por qué.