Lo que el viento se llevó quedó terminada en el otoño de 1939, pero no desapareció de las mentes y los corazones de aquéllos que la habían fabricado. De sus principales creadores, Leslie Howard fue el único que no se dejó afectar por la experiencia. Su distante actitud en el plató y el desdén que sentía por los personajes se reflejan en su interpretación. Se le ve distraído, como si tuviera la cabeza en cosas más elevadas. No es extraño que Scarlett estuviera enamorada de él, porque Ashley representa la figura del hombre romántico, el poeta y el erudito, además del soldado y el luchador.
Para Howard, el papel de Ashley no era más que un medio hacia un fin. Produjo Intermezzo y no tardó en volver a Inglaterra, donde pudo colmar su ambición de dirigir; Leslie dirigió, produjo y protagonizó una serie de emotivos ejercicios de propaganda bélica. En mayo de 1943 tomó un avión rumbo a Lisboa en misión secreta para el gobierno británico, según las versiones más fiables. Nunca regresó. Su muerte encerraba cierto misterio. Se dijo que el enemigo pensaba que Churchill viajaba a bordo, o que sabían que el actor estaba llevando a cabo una misión de espionaje para los aliados.
La carrera de Clark Gable entró en declive gradual después de Lo que el viento se llevó. Su matrimonio con Carole Lombard acabó en tragedia en enero de 1942: la actriz murió al estrellarse el avión en el que viajaba por Estados Unidos vendiendo bonos de guerra. Gable se enroló en el Ejército del Aire y bombardeó Alemania con un entusiasmo que algunos describirían como suicida. En 1945 volvió a Hollywood y a la Metro y rodó Aventura con su viejo amigo Victor Fleming. Fue un fracaso y, como John Gilbert antes que él, perdió la confianza en sí mismo y empezó a beber. La chispa que había prendido en los años treinta se había apagado. Su contrato con MGM expiró en 1954 y no fue renovado. A partir de entonces, Gable se empleó por películas y exigió sueldos astronómicos, que se le concedían por el peso de su nombre. Murió de infarto en 1960, poco después de rodar Vidas rebeldes para John Huston y con Marilyn Monroe y Montgomery Clift.
La vida de Vivien Leigh fue una cruz de problemas de salud física y mental. Olivia de Havilland siguió subiendo peldaños y fue la primera estrella importante en enfrentarse al sistema de estudios.
La carrera de Victor Fleming, como la de su amigo Gable, entró en caída libre después de Lo que el viento se llevó. Sólo dirigió cinco películas más, antes de su muerte en 1949. Sam Wood siguió trabajando a toda máquina, sin dirigir nada especialmente destacado, y fue presidente de la Motion Picture Allance for the Preservation of the American Ideals. Fue uno de los anticomunistas más comprometidos de Hollywood y apoyó activamente la caza de brujas que arruinó las carreras de tantos actores, guionistas y directores. Wood murió en 1949.
A William Cameron Menzies le llegó su hora en 1957, después de desempeñar labores de dirección, sin acreditación, en Duelo al sol y de ser productor asociado en La vuelta al mundo en ochenta días.
Para George Cukor, su despido de Lo que el viento se llevó fue, al fin y a la postre, una inesperada bendición. Su obra posterior, con intérpretes tan finos y distinguidos como Cary Grant, Katharine Hepburn y Spencer Tracy, forma parte de la herencia más gloriosa y cortés del frecuentemente salvaje sistema de estudios. Su última película, Ricas y famosas, fue un intento bastante fallido de recuperar el glamour y el ingenio de sus películas de los treinta y los cuarenta, aunque no es de despreciar la divertida interpretación de Candice Bergen, la escritora de best-sellers nativa de Atlanta que acostumbra a silbar el tema de Lo que el viento se llevó. Cukor murió en 1983.
¿Y David O. Selznick? Había hecho la película más famosa y exitosa de la historia de Hollywood. Y al año siguiente ganó otro Oscar como productor de Rebeca. Pero tras aquellas dos temporadas de éxito abrumador, Selznick nunca logró superarse a sí mismo e, inevitablemente, Lo que el viento se llevó acabó convirtiéndose en una carga. Había tocado techo antes de los cuarenta años.
Selznick produjo Desde que te fuiste, Te volveré a ver y Recuerda, y después trabajó en el desmadrado western Duelo al sol junto a su último descubrimiento, la actriz Jennifer Jones. David, que se había divorciado de Irene en 1949, se casó con Jones ese mismo año. El productor volcó entonces sus esfuerzos hacia coproducciones europeas, entre ellas El tercer hombre y otro curioso vehículo para su esposa, Corazón salvaje. En Italia colaboró con Vittorio de Sica en Estación Termini, produjo Ligh’ts Diamond Jubilee para la televisión y en 1957 hizo su última película, una adaptación de la novela de Ernest Hemingway Adiós a las armas.
Como productor seguía siendo tan brillante y arrogante como antaño, el azote de los directores, pero nada de lo que hizo posteriormente estuvo a la altura de su hazaña de 1939. Sus películas empezaban a costar demasiado y a perder demasiado. Aun así, siempre se mostró dispuesto a asesorar a cineastas jóvenes como Dennis Hopper (que rodó películas caseras de la familia Selznick), Alan Pakula y John Frankenheimer. Mientras les ayudaba en sus carreras, Selznick presenciaba el desmoronamiento del sistema de estudios que él mismo había contribuido a crear.
En 1939, Lee Rogers, el crítico de cine del “Atlanta Constitution”, escribió que «Lo que el viento se llevó abre una nueva era. Tiene todo lo que tiene que tener una gran película. Tiene todo lo que cualquiera pudiera desear». Con la perspectiva que da el tiempo, nos damos cuenta de que Rogers estaba equivocado. Pero en la emoción que en aquellos momentos ahogaba a la ciudad de Atlanta, secuestrada por Selznick y por el bombardeo publicitario de la Metro, era inevitable llegar a una conclusión así. La verdad es que Lo que el viento se llevó no marcó el principio de una nueva era, sino el final de otra.
Por delante estaban los días de la guerra, las listas negras anticomunistas, la desaparición de los grandes magnates y de las fábricas de sueños que éstos crearon. Es verdad que después de Lo que el viento se llevó hubo también grandes películas, y sólo dos años después apareció un filme que sí anunció una nueva era: Ciudadano Kane, de Orson Welles, producida en la Rko por 800.000 dólares y bajo el mando exclusivo de su director. En realidad, muchos de los efectos especiales de Lo que el viento se llevó se utilizaron con profusión en Kane. Pero la cinta de Welles era tan innovadora, desde el punto de vista estético, y tan moderna desde el punto de vista histórico y político, como tradicional y provinciana era Lo que el viento se llevó.
Desde el punto de vista de la influencia proyectada sobre obras futuras, el valor de Lo que el viento se llevó es prácticamente nulo. Imitar una producción tan colosal y onerosa resultaba prohibitivo; sólo Duelo al sol, del propio David Selznick, y un par de melodramas sureños igualmente recargados —El árbol de la vida y Con él llegó el escándalo— tienen una deuda considerable con Lo que el viento se llevó. Y en el drama en cascada de la Segunda Parte, en que los personajes caen como moscas y cada escena termina en angustioso suspense emocional, vemos asomar la cabeza de futuros culebrones televisivos como “Dallas” y “Dinastía”.
Hoy, pese al imparable avance del tiempo, la película sigue perviviendo y dando testimonio del glorioso talento de Margaret Mitchell, David Selznick, Sidney Howard, Vivien Leigh, Clark Gable, Leslie Howard, Olivia de Havilland, Thomas Mitchell, Hattie McDaniel, George Cukor, Victor Fleming, Sam Wood… y todas y cada una de las más de cuatro mil personas que colaboraron en su realización.
Lo que el viento se llevó sigue brillando hoy tan límpidamente como lo hacía cuando fue concebida. Fue y sigue siendo la cima, el súmmum de lo que entendemos por Hollywood. Es un homenaje al arte dramático, al espectáculo, al color; a las agallas, al entusiasmo y a los espíritus decididos; a la firmeza de ideas y al valor de atreverse a entregarse en cuerpo y alma a aquello en lo que se cree. Búsquenla sólo en los libros, porque ya sólo es un sueño. Fue una suerte de civilización, una civilización que se fue con el viento.