Cuando el rodaje de Lo que el viento se llevó llegó oficialmente a su fin, el día 1 de julio, Vivien Leigh tenía buenos motivos para estar no ya cansada, sino agotada. Había trabajado 125 días, cinco meses enteros, con sólo unos pocos días de descanso entre medias. Clark Gable, en cambio, había trabajado 71 días, Olivia de Havilland 59 y Leslie Howard sólo 32. La mayoría de los observadores comprendieron que Vivien se estaba exigiendo hasta el límite de sus fuerzas, demostrando más tesón y más dureza incluso que Scarlett cuando obliga a sus hermanas a recoger algodón después de la guerra.

Pero a la protagonista de Lo que el viento se llevó, que ardía en deseos de terminar la película y reunirse con Olivier en Nueva York, aún le quedaba un último esfuerzo: Scarlett llorando en la escalinata por la partida de Rhett. La escena, inventada por DOS a última hora, obligó a Vivien a posponer su vuelo a Nueva York. Las lágrimas, pues, eran reales.

Por fin llegó el día del rodaje de la última escena: la joven se pregunta cómo puede recuperar a Rhett. Tendida en la fatídica escalera carmesí, dice: «No lo pensaré hoy. Lo pensaré mañana… Después de todo, mañana será otro día».

Selznick tuvo muchos problemas con esta secuencia. El guión de Sidney Howard (y todas las versiones posteriores) terminaba igual que la novela, con la escena en la que Rhett deja sola y hundida a Scarlett en la enorme y ostentosa mansión. Pero el guión no insinuaba en ningún momento, como Margaret Mitchell en su novela, que Scarlett pensara «que podía recuperarle. Ningún hombre que le interesaba se le había resistido jamás».

El productor pensaba que el desenlace ofrecido en el guión era «extremadamente deprimente» y se devanó los sesos para encontrar una salida algo más optimista. Por fin, se le ocurrió la idea de hacer sonar las voces “fantasmales” de Gerald, Rhett y Ashley recordándole a la protagonista el amor que siente por Tara y por la tierra. De la Scarlett desconsolada, sentada en las escaleras, pasaríamos a una Scarlett brava y valiente, recortada contra el llameante fondo de Tara. Esta escena traería ecos de un diálogo más ligero y afectuoso entre la chica y su padre, al principio de la historia, cuando hablan de su amor por la tierra, y también permitiría a la película terminar con una nota más optimista.

Una vez terminado el rodaje, aún quedaba una tarea monumental: la posproducción. A la cabeza de la orden del día, y de la lista de problemas, figuraba el montaje. Contando todos y cada uno de los planos filmados, la película duraba poco menos de seis horas. Selznick y el montador, Hal Kern, pasaron dos largos meses, con varios turnos de cuarenta y ocho horas incluidos, mirando el metraje en las moviolas y decidiendo qué cosas dejar y cuáles quitar.

Entre las escenas que se perdieron por el camino se encuentran la que muestra a los esclavos disfrutando de su propia barbacoa en Doce Robles; la noche de bodas de Scarlett con el pobre Charles Hamilton; varios planos del baile benéfico; una secuencia (que no existe en el libro) de Belle Watling dando de beber a los heridos; Belle y sus chicas en el estrado, durante una vista por la muerte de Frank Kennedy; y la muerte del padre de Ashley, John Wilkes.

Una secuencia que se propuso (y escribió), en la que otro John Wilkes —el John Wilkes Booth que mató a Lincoln— aparece en el teatro, no llegó a filmarse. Como tampoco lo hicieron todos los planos de la caballería imaginados por Selznick, lo que convierte a Lo que el viento se llevó en la única película de la Guerra de Secesión que no contiene una sola batalla. El “Incendio de Atlanta” quedó considerablemente abreviado, y se añadió un segmento en el que Scarlett, su caballo, su carromato y su frágil cargamento humano aparecen acurrucados debajo de un puente, de camino a Tara después de sortear el infierno.

Al principio de la película Selznick había contratado al Coro de Hall Johnson para que cantaran mientras trabajaban en los campos de algodón. Una segunda unidad se había trasladado a Chico, una zona agrícola del norte de California, para filmar unos cuantos planos de Tara, verde y dorada bajo el sol de Georgia, que luego se ensamblaron con las tomas del coro.

A Cammie King, la niña que interpretaba el papel de Bonnie Blue Butler, se la había enseñado cuidadosamente a saltar con un pony de verdad y había rodado sus escenas. Sin embargo, durante el montaje Selznick decidió que no le gustaba su voz y contrató a otra actriz para que la doblara. Los diálogos de Marcella (Cathleen Calvert) Martin también fueron doblados. Su acento, decían, no era suficientemente sureño… y eso que la chica era del Sur.

Otro escollo que tuvo que superar Lo que el viento se llevó fue el de la censura. Selznick había añadido una palabra a una frase escrita por Margaret Mitchell, una palabra que transformó la frase de tal manera que la introdujo de inmediato en la historia del cine. En la novela, cuando Scarlett pregunta: «Si te vas, ¿qué haré yo?», Rhett contesta: «Querida, me importa un carajo» («My dear, I give a damn»). David añadió la palabra «francamente» al principio de la frase, un toque nimio que daba a la línea un ritmo y una escalofriante indiferencia que antes no estaban allí. El 27 de junio de 1939, Clark Gable se ocupó de imprimirle esa garra que la hizo inmortal, pero el actor tuvo que grabar dos versiones distintas: el problema no era la palabra “francamente”, sino la palabra “damn” [“carajo”].

La Oficina Hays era un comité de censores cinematográficos que había sido fundado a principios de los años treinta para parar los pies a todas aquellas pécoras oxigenadas que estaban inundando de inmoralidad la historia del cine. Y como tantos comités de vigilancia, los señores de la oficina Hays tendían a pecar por exceso de celo, en su afán de proteger a los espectadores de conceptos tan rijosos como las camas de matrimonio (aunque sus usuarios fueran, efectivamente, matrimonio), los partos y las blasfemias, incluida la abominable palabra “damn”. Esta palabra no se había pronunciado en una película desde 1933. Estaba absolutamente prohibida.

Como precaución contra las iras de la Oficina Hays, Rhett Butler recitó su célebre frase una vez como «Francamente, querida, eso no me importa»… y otra vez con el “damn” incluido. Al productor no le gustaba la primera opción. Y sabía que al público tampoco le gustaría.

El 20 de octubre de 1939, Selznick envió a Hays una carta tan prolija como impecablemente argumentada: «Como imagino sabrá», decía DOS, «la frase definitiva de Lo que el viento se llevó, la línea que establece definitivamente la futura relación entre Scarlett y Rhett, es: “Francamente, querida, me importa un carajo”. Naturalmente, tengo el máximo interés en conservar esta frase y, a juzgar por las reacciones de dos salas enteras en sendos pases de prueba, millones de personas que han leído este nuevo clásico americano recuerdan, aman y esperan con ansia esta frase».

A continuación, DOS mencionaba sus películas anteriores y el respeto que siempre había demostrado hacia el código de producción. Citaba el “Oxford English Dictionary”, que definía la palabra “damn” como un simple vulgarismo y esperaba que la inclusión del vocablo en la cinta estableciera un valioso precedente. La Oficina Hays, como casi todo Hollywood, no estaba preparada para resistirse al ciclón Selznick en pleno azote. Acabó por capitular. Lo que el viento se llevó obtuvo su marchamo de aprobación.

La cinta había sido pulida y recortada hasta las cuatro horas y media; montada, cortada y rematada por medio del doblaje, de insertos y de cortes. Había llegado el momento de ponerla a prueba ante una platea de espectadores.

No es de extrañar que David O. Selznick encargase la banda sonora de su producción más ambiciosa a Max Steiner, reconocido como uno de los mejores músicos, si no el mejor, de su época. Steiner y Selznick habían trabajado juntos en RKO durante la breve estancia allí del productor como jefe del estudio. Fue el compositor quien sugirió que el ingrediente que faltaba en La melodía de la vida era una buena música sinfónica y que Ave del paraíso resultaría mucho mejor con flautas y cuerdas, por no hablar de su score para King Kong, que llenó de suspense y credibilidad este título mítico de la RKO.

A favor de Steiner jugaba también el hecho de haber firmado la banda sonora de Jezabel, para cuya composición se había documentado sobre la música del Sur norteamericano y de la Guerra de Secesión. No había duda posible: era el hombre perfecto para el trabajo. De hecho fue la primera y única elección de Selznick.

Los compositores de Hollywood están acostumbrados a trabajar a matacaballo. Steiner no era una excepción. Fue contratado a finales de agosto y se le pidió que escribiera tres horas de música en un plazo de dos meses, pues la ciudad de Atlanta tenía prometido el estreno de Lo que el viento se llevó para mediados de diciembre, y el tiempo apremiaba. Después, seguiría trabajando para DOS en Rebeca. Simultáneamente estaba trabajando en Four Daughters para la Warner, y aguantaba el tipo a base de extracto de tiroides e inyecciones de B-12.

Steiner quería el trabajo, pero era un poco propenso al pánico y en más de una ocasión se quejó de que le era imposible terminar su tarea en el plazo que le habían dado. Sin embargo, cada vez que amenazaba con abandonar, David amenazaba a su vez con buscarse a otro compositor, con lo que el músico vienés volvía a su partitura.[24]

Al comprobar que su compositor empezaba a retrasarse, Selznick contrató a Franz Waxman y a Herbert Stothart para aligerarle de trabajo y hacerle sentir vagamente amenazado. La táctica surtió el efecto deseado. Steiner se enteró e incrementó el ritmo de producción con interminables jornadas de trabajo que se prolongaban desde las cinco de la mañana hasta la medianoche, componiendo casi la totalidad de las tres horas y quince minutos de música que la película necesitaba. Sólo las fuertes dosis de benzadrina que se inyectaba le impidieron derrumbarse.

Uno de sus orquestadores, Hugo Friedhofer, fue presionado para escribir la música de la huida de Atlanta en llamas, mientras dos fragmentos del score de Waxman para The Young in Heart, así como un fragmento de la siniestra música de David Axt para David Copperfield, fueron utilizadas para la escena en la que Melanie llama a la puerta de la cámara mortuoria de Bonnie.

A pesar de sus temores, Steiner presentó su colosal trabajo a finales de noviembre, dentro de los plazos previstos, y lo que presentó fue glorioso: una orquestación arrolladora y repleta de matices emocionales, con temas especiales para Scarlett, Rhett, Melanie y, por supuesto, la propia Tara, cuyas notas se escuchan sobre los títulos de crédito y en los momentos culminantes del filme. Este tema de continuidad estaba destinado a convertirse en una de las melodías más conocidas y amadas de la historia del cine.

Todas las “marcas de fábrica” de Max Steiner, que se harían tan familiares para el público en los siguientes treinta años, están presentes en el score de Lo que el viento se llevó: motivos independientes para cada protagonista y muchos personajes secundarios; música de la época incorporada a la partitura; poderosas líneas melódicas; una reacción musical para —casi— cada acción en la pantalla; toques sinfónicos; fuerte presencia de instrumentos extraños a la moderna orquesta sinfónica (en este caso banjo, dobro, melodeón, armónica y acordeón); sintonías en clave menor que se reencarnan en trazos en clave mayor y a la inversa. En esta época, todo esto era nuevo, si no inventado por el gran Steiner.

Muchos compositores cinematográficos contemporáneos se refieren a Lo que el viento se llevó como una escuela de aprendizaje que cambió para siempre el modo en que los productores percibían la música para películas. No sólo hay en este score una enorme cantidad de música en esta superproducción de casi cuatro horas, sino que hay todo tipo de variaciones melódicas. Con cinco grandes orquestadores (Bernard Kaun, Hugo Friedhofer, Adolph Deutsch, Reginald Bassett y Maurice de Packh) trabajando a partir de los precisos pentagramas del compositor, las posibilidades para inventar eran infinitas. En definitiva, una monumental partitura de más de tres horas que, injustamente, no obtuvo el Oscar.

En definitiva, el conmovedor y evocador score de Steiner mezcla composiciones originales, temas tradicionales, y música del período de la Guerra Civil para dar a la película un sonido suntuoso y romántico, salpicándolo con agudos comentarios humorísticos sobre la acción, como en las citas de “Massa está en la fría, fría tierra” referente a la muerte de los dos primeros maridos de Scarlett.

Selznick decidió entonces que necesitaba una escena introductoria igualmente grandiosa. Hal Kern tuvo la idea de mostrar las palabras “Gone With the Wind” barriendo la pantalla,[25] y David escribió las frases introductorias: «… Una tierra de Caballeros y Campos de Algodón llamada el Viejo Sur. Búsquenla sólo en los libros… porque es una Civilización que se fue con el viento».

Mientras Lo que el viento se llevó pasaba al laboratorio para someterse al delicado proceso del talonaje, Selznick pasó a interesarse por los planes de la Metro para comercializar y distribuir la película. Hubo desacuerdos y acaloradas discusiones a cuenta de los puntos de exhibición, los horarios de pases, y la publicidad. El productor quería que el precio máximo de la entrada se fijase en 1,65 dólares, aunque al final se conformó con 1,50. La MGM se mostró generosa con el público, pero con los exhibidores no tuvo piedad. En vez del porcentaje habitual del 30 por ciento de la recaudación, el estudio se llevaría un 70 por ciento. La Metro había invertido mucho dinero en Lo que el viento se llevó, por supuesto, pero Selznick había invertido más, y muchas más cosas aparte de dinero. Además, era su película y la gente lo sabía. El productor escribió la siguiente carta destinada a Al Lichtman, uno de los directores generales de la Metro: «Esta película representa la mayor obra de mi vida, lo mejor que he hecho y seguramente lo mejor que haré. El público me asocia con ella y en el futuro me asociará aún más. No pienso tolerar sin defenderme con todos los medios a mi alcance que se me culpe de echar a perder la campaña de exhibición». Selznick nunca llegó a enviar la carta; sólo era su forma de presidir una reunión sin tener que aguantar a otros participantes y su forma de intentar encajar el hecho de que ahora la película estaba en manos de otras personas y que no era sólo suya.

El 11 de diciembre de 1939, tres años y medio después de enviar su emocionado mensaje a Selznick, Kay Brown recibió un telegrama: «Acabamos de terminar Lo que el viento se llevó. Que Dios nos bendiga a todos. DOS». La película ya estaba lista para el estrellato.