Steven Spielberg —con muchísimo apoyo promocional— creó la primera película “acontecimiento” para la temporada veraniega: Tiburón. La campaña de lanzamiento se ocupó de impulsar el boca a boca antes del estreno de la película. Cuando el filme llegó a los cines, se formaron colas interminables, y cuando los espectadores entraron por fin en las salas, contaron a sus amigos lo que habían visto y fueron a verla otra vez. «En el cine actual no cuenta el nudo ni los desenlaces», explicó Spielberg, «sólo cuenta que el principio sea muy fuerte y que la película esté empezando continuamente». Fiel a esta máxima, el cineasta aumentó e intensificó los ingredientes de suspense y de terror de la novela, creando un clima angustioso que atrapa al espectador desde las primeras escenas y no le concede un momento de respiro hasta que aparece el “The end” en la pantalla.

El tiburón, una enorme creación mecánica que medía veinticuatro pies y pesaba una tonelada y media, fue concebido por Joe Alves con un coste de 450.000 dólares. “Bruce”, como le bautizó cariñosamente el equipo, no parecía un modelo mecánico, y gracias a la espléndida manipulación de Spielberg, continúa siendo una amenaza completamente creíble y aterradora. Spielberg decidió que la bestia no apareciera antes de la primera hora de metraje. «En realidad yo quería rodar la película a nivel del agua, como estamos las personas cuando vadeamos agua». Algunos de los imaginativos planos que utilizó para ponernos nerviosos —la originalísima forma de iluminar la niebla, por ejemplo— reaparecieron en muchos de sus trabajos posteriores, grandes éxitos de taquilla que introdujeron a su director en la aristocracia hollywoodiense.