Pese a su legendaria rivalidad, Bette Davis (imagen anterior) y Joan Crawford aceptaron reunirse ante la cruel mirada del director para encarnar a dos singulares hermanas que se dedican a torturarse mutuamente en ¿Qué fue de Baby Jane?. Tan deseosa —o más bien necesitada— estaba Bette de hacerse con el papel, que incluso aceptó firmar un contrato irrisorio a cambio de cobrar un porcentaje de los beneficios de taquilla. Con la cara untada de una pasta blancuzca, enmarcados los ojos en un espeso rímel negro, cubierto el pelo por una peluca que es una masa desgreñada de tirabuzones, Davis atacó el papel de Jane Hudson con la fuerza, el coraje, el vigor y el desenfreno que sólo una artista de su talla podía poseer. Desgarbada, pendenciera y malévola, se pasea retadora e indolente por las primeras escenas con un andar de pies planos que —así se lo dijo a una amiga— había copiado a su hermana Bobby. La actriz dibuja los vaivenes emocionales del personaje con suma agudeza. En un instante es una vil arpía, y al siguiente una niña bobalicona y asustada. Aunque repulsiva, puede suscitar auténtica compasión.
Si las dos divas no se enfrentaron a campo abierto fue porque se libró otra guerra más sutil e insidiosa. Cada una intentaba enfadar a la otra, hacerla perder pie, afectar negativamente a su interpretación. Un día en el que Joan Crawford rodaba una secuencia en solitario, Bette Davis se giró hacia Walter Blake y dijo, lo bastante alto como para que Crawford la oyera: «¡No puede actuar, apesta!». Temiendo que Joan pegara una espantada, Robert Aldrich se interpuso: «Tengo una fuerte jaqueca. Venga, hay que dejar lista esa escena». Cuando terminó, Crawford se llevó aparte al director. «¿Has oído lo que ha dicho de mí?», exclamó. Ambas actrices sufrían una inseguridad enfermiza, Joan se carcomía porque el papel más lucido de Bette podía anular su actuación; Bette, celosa del glamour de su rival, ridiculizaba a la mínima oportunidad su apariencia atractiva en el filme.