Nicolas Roeg, uno de los directores de segunda unidad, recordaba a David Lean (en la imagen anterior, entre Alec Guinness y Peter O’Toole, en un descanso del rodaje de Lawrence de Arabia) como «un hombre fascinante. Si los marcianos llegaran a la Tierra, no tendrían que decir: “Llevadnos a vuestro líder”. Elegirían a David de entre la multitud. Él asustaba a la gente, y más que lealtad exigía obediencia. Aunque siempre te hacía pensar que eras su amigo, ejerciendo el mando era dado al politiqueo y eso creaba muchas rivalidades y envidias. Nadie se atrevía a ponerle en duda, y nadie se sentaba nunca en su silla, aunque él no estuviera».

«Todas las mañanas nos despertaban a las 5.30 e íbamos a su roulotte», recodaba Omar Sharif. «Y todas las mañanas se nos ofrecía la misma vista: plantada en medio de aquella diáfana inmensidad, una silla soportando a un hombre. Era David Lean, que estudiaba el horizonte. Llevaba dos horas allí, inmóvil. Todos los días necesitaba su ración de desierto».

«La influencia más importante de mi vida ha sido la de David Lean», reconoció Peter O’Toole años más tarde. «Me licencié en Lean y me doctoré en Lean, después de dos años de trabajar con él casi día y noche. Aprendí de cámaras, de lentes y de luces, y ahora sé más de lo que saben algunos directores». Lean le enseñó «disciplina, paciencia y tolerancia. Y lo aprendí por las malas». Las anécdotas del rodaje se pueden contar por decenas. Un ejemplo: durante el rodaje en El Jebel Tubeiq, en la escena de un encuentro entre los beduinos de Lawrence y otra tribu, la reunión se transformó en una verdadera batalla campal, pues los figurantes tenían una vieja cuenta que saldar. O’Toole se cayó del camello y evitó ser pisoteado gracias a que su montura había sido preparada en caso de que su dueño se cayera.