1960 fue el año de la segunda consagración de Yul Brynner con Los siete magníficos, donde vestía de negro desde el sombrero hasta la punta de las botas y creaba una silueta tan característica como inseparable de su persona. Su personaje —el líder de una banda de asesinos y proscritos— era más autoritario que nunca y menos exótico que de costumbre: el “pistolero”, un marginal que por la naturaleza de su profesión nunca podrá civilizarse. El excelente western de Sturges restauró su éxito en las taquillas, aunque sólo momentáneamente, pues a partir de entonces hizo demasiados papeles parecidos, roles estereotipados hasta decir basta que le metían en la piel de un jefe de Estado extranjero o de un pistolero destinado a morir.
Los siete magníficos en un descanso del rodaje. De izquierda a derecha, Yul Brynner, Steve McQueen, Horst Buchholz, Charles Bronson, Robert Vaughn, Brad Dexter y James Coburn.
Gran parte de la diversión de Los siete magníficos está en ver a varios actores que comenzaron a lanzar sus carreras en ese preciso momento. De hecho, el único miembro del grupo que no ascendió en el escalafón actoral después de Los siete magníficos fue Brad Dexter, que hizo unas pocas películas más y después se retiró del negocio, haciéndose célebre como guardaespaldas de Frank Sinatra. El menospreciado John Sturges fue extremadamente afortunado al reunir un elenco casi perfecto para su película. Steve McQueen (imagen anterior) y James Coburn compiten en frialdad interesante; Charles Bronson, presencia sólida; Robert Vaughn, elegante saco de nervios; Horst Buchholz, germano-mexicano vehemente; y el codicioso Dexter.
Puede que Los siete magníficos no sea una obra maestra, pero ciertamente es —como Duelo de titanes y El último tren de Gun Hill, ambas de John Sturges— uno de los más excitantes y disfrutables westerns jamás rodados.