No fue un mero accidente que Montgomery Clift (en la imagen anterior con Donna Reed) fuese elegido para interpretar a Prewitt en De aquí a la eternidad, el papel más importante de su carrera. Una irresistible cadena de acontecimientos llevó a la unión de un actor y un personaje. Cohn insistía en contratar a Aldo Ray, pero Zinnemann quería a Monty. El magnate se opuso violentamente y el director amenazó con renunciar al proyecto si no se cumplían sus deseos. «¡Soy el presidente de la compañía! ¡No puedes darme ultimatums!», gritó Cohn. El director zanjó la cuestión diciendo que no le estaba dando ningún ultimátum, simplemente la película sería mucho mejor con Clift.
Finalizado su contrato discográfico y abandonado prácticamente por sus amigos, Frank Sinatra movió todos los hilos a su alcance para conseguir el papel de Angelo Maggio. Pocos apostaban por él. Sus cuerdas vocales habían sufrido una hemorragia, destrozando su carrera como actor y cantante. Además, la mala publicidad que atrajo durante su romance y matrimonio con Ava Gardner había hecho que gran parte de la industria le diese la espalda. Pero Sinatra luchó con uñas y dientes por un personaje que iba a acabar levantando su moribunda carrera. Cohn le dijo que el papel era suyo si aceptaba un ínfimo salario de mil dólares. Frank aceptó en el acto. Su instinto de supervivencia no falló. Aunque su sueldo era veinte veces inferior al suyo habitual, los beneficios extraordinarios que extrajo de él —un Oscar y un nuevo soplo de vida a su carrera como actor y como cantante— dejaron a esta recompensa en una minucia.
En cuanto supo que iba a intervenir en De aquí a la eternidad, Montgomery Clift tomó lecciones de trompeta y boxeo, y también aprendió a marchar en formación para conseguir la mayor verosimilitud posible en la película. La intensidad que Monty aportó a su papel tuvo un efecto positivo sobre los demás actores, cuyas interpretaciones mejoraron para alcanzar el elevado nivel que él se había impuesto a sí mismo. «Se acercaba al guión como un científico», decía Burt Lancaster.