Sólo una inspirada y cuidada producción podía hacer justicia a la leyenda de Robin Hood; esta película sobrepasa con creces el desafío. A la excelente dirección de Michael Curtiz hay que sumar, además, la espléndida utilización del todavía balbuceante Technicolor y la soberbia partitura musical de Erich Wolfgang Korn gold, perfectamente integrada en las imágenes. El score ganó un merecido Oscar, al igual que el montaje y la dirección artística.