No me hizo falta más que un primer vistazo para darme cuenta de que los editores viven bien. Buen coche, buena casa, buenos muebles y una mujer mediocre pero con buenas tetas.
—He leído su manuscrito. Realmente tiene muchas posibilidades. Le diré más creo que va a ser un auténtico pelotazo en Cuenca. En Cuenca se escribe mucho sobre botijos y cencerros, como digo yo, pero muy poco de novela de verdad. Y aunque su libro no es una novela, si que cuenta los casos como si lo fuesen. Engancha. Lo tuve que acabar de leer en una sola noche.
—Muchas gracias. Como sabe yo no me dedico a esto. Mi trabajo es el de detective, pero después de tantos años en la profesión me parecía que tenía unos cuantos casos que merecían ser contados. Además en todas las reuniones la gente me pide que comente mis casos más famosos.
—Sí. Sí. Son buenísimos. Me han encantado.
—No sabe usted, señor editor, cómo me alegra oír eso.
—Así que si quiere podemos hablar de negocios.
—Claro, por eso he venido. Yo no sé mucho de libros y eso, así que usted dirá.
—Pues mire, yo he pensado en hacer una primera edición, para Cuenca, de unos 5000 ejemplares. Es una oferta muy ambiciosa, eso significa que queremos que una de cada diez personas de Cuenca compren el libro. Haremos una gran promoción para la feria del libro, con presentación y firma de ejemplares y todo. Las regalías, el porcentaje que se llevará usted por cada libro será de un 10%, es decir dos euros por libro, puesto que el precio de venta al público será de veinte euros. La inversión que tendría que hacer sería solo de dos mil euros, que si hace cuentas, pronto recuperaría hasta diez mil euros, eso si no hay reimpresiones.
—Un momento.
—¿Si?
—¿Yo tengo que pagar dos mil euros?
—Si claro. Compartimos la inversión inicial.
—Ya. Entiendo. Usted quiere decirme que yo he puesto los casos, los he escrito, he tenido a mi secretaria Evelyn, que escribe a dedo, dos meses mecanografiando el libro que vamos a vender a veinte euros de los que yo me voy a llevar dos y encima tengo que poner dinero. ¿No?
—Hombre, dicho así, parece otra cosa. Realmente…
—No. Déjeme hablar un segundo, por favor. Se lo voy a decir yo con todas las letras para que me entienda lo que es con claridad: váyase a tomar por culo. No le necesito para nada.
Me levanté y lo dejé con el silencio de la estupefacción en la boca. Su mujer, que había oído desde la cocina cómo la conversación había ido subiendo de tono, me abrió la puerta de la calle facilitándome la salida. Le cuqué un ojo y le di una palmadita en el culo. Tenía un buen culo.