____ 19 ____

Me puse cómodo, me descalcé y recliné en la silla colocando los pies sobre la mesa, para relajarme un poco antes de que llegase la señora de Alfredo Mercurio. Encendí un pitillo y saqué las fotos del cajón de mi escritorio para ojearlas de nuevo antes de que llegase. Aunque no eran unos cuernos tampoco era una buena noticia que su marido fuese cocainómano, por lo que debía de darle la noticia con delicadeza. Suponía que me pediría discreción ya que su marido y su compañero habían manchado el buen nombre de la Guardia Civil, quizás, si sabía llevar el tema, me ofrecería algo de dinero, por lo que debía de preparar cuidadosamente mi exposición. Volví a observar las fotos con cierto desdén y repugnancia cuando por arte de birlibirloque caí en un detalle: la cara de Julián. No era una cara normal, ni de alerta o vigilancia, era una cara de… como de placer contenido. Me puse las gafas y acerqué y alejé las fotos de mi vista una y mil veces hasta que lo vi todo claro: la cara de Julián, la cabeza de Alfredo a distinta altura… no daba crédito a lo que veía, eso era la versión española y cañí del Watergate: Garganta profunda. ¡No eran yonkis, eran maricones! Eso era una mamada. Maricones en la guardia civil, la última mancilla que faltaba, ni su mujer ni nadie podía saber nunca eso.

Apenas había entrado en mi asombro entró Evelyn en mi despacho sin llamar como un elefante en una cacharrería como de costumbre. De un respingo me incorporé dejando caer las fotos por el suelo.

—¡Qué coño hace Evelyn! —mientras recogía como podía las fotos y me apresuraba a guardarlas para que nadie las viese—. ¿Cuántas veces le he dicho que llame antes de entrar?

—Lo siento señor Mauricio. Es que está aquí la mujer del otro día. La mujer del guardia civil.

—¿Cómo sabe usted que es mujer de un guardia civil?

—El otro día me la encontré en el colmado y como la reconocí le dije…

—Déjelo, no tiene remedio. Hágala pasar.

Vestía elegantemente como las mujeres de provincias cuando van al médico, lo que me subió un poco la moral, solo la moral, porque eso quería decir que me daba el mismo estatus que un médico. Mientras recorría más tiesa que los ajos el escaso terreno hay desde la puerta hasta la mesa de mi despacho atisbé sobre la misma una de las fotografías que anteriormente se me habían caído. Crucé los dedos para que no la viese o reconociese en ella a su marido.

Sin siquiera llegar a sentarse tomó la foto entre sus manos, así que la primera en la frente.

—Vaya, esto es ir al grano Señor Romero.

—Un momento, no es lo que parece —tenía que engañarla o suavizar la situación de alguna manera, pero no tenía ni idea de cómo podría hacerlo.

—No soy tonta señor Romero. Sé que ustedes los hombres siempre se defienden pero una imagen vale más que mil palabras y esto clama al cielo.

—No se precipite, por favor.

—No me precipito, soy una mujer de mi casa pero estoy casada con un guardia civil y sé lo que son las cosas. Es duro pero tendré que superarlo, tendremos que superarlo juntos. Si mi marido es drogadicto, ahora es cuando me necesita, y yo estaré a su lado más que nunca.

—Está bien, señora, es lo que parece.

He pensado muchas veces en qué le diría la señora Mari Luz a Alfredo Mercurio al llegar a casa, en qué cara pondría al ver la foto y pensar que había sido derruido el refugio de su armario, y finalmente saber que su mujer realmente no sabía nada, y que tenía que aceptar tratamiento de desintoxicación para que nadie sospechase que realmente era maricón. A veces me lo cruzo por la calle, o lo veo en el Rosly, él no sospecha que yo sé todo, pero yo me cambio de acera por si acaso. Otro caso resuelto, por Mauricio Romero.