____ 18 ____

Sobre la mesa de mi despacho había un sobre. Kandinsky se había pasado para dejar las fotos mientras yo estaba en el Roco desayunando. Era raro que Kandinsky hubiese madrugado para dejarme unas fotos, en realidad era raro, simplemente, que Kandinsky madrugase, por lo que las fotos debían dar con el meollo del asunto. Había un buen mazo de fotos, más gordo que una baraja española. Si se pasaban deprisa podían verse como si fuesen una película. Recuerdo que pasé unas cuantas y sin pensarlo dejé de hacerlo porque no daba crédito a lo que estaba viendo. Parecía que uno de los agentes, Julián, miraba atentamente alrededor vigilando, mientras Mercurio reclinando la cabeza hacia delante no se veía bien lo que hacía, pero… parecía evidente por la postura y el contexto que se estaba metiendo una raya. Así que ni putas ni chonis ni leches, estaban enganchados a la coca. Me parecía algo vergonzoso. Que algunos guardias civiles sucumban a los encantos de las putas es algo normal, porque, al fin y al cabo, los guardias son hombres y, ya desde Adán y Eva, las mujeres son la personificación de pecado en la tierra, pero a la cocaína… eso es de yonkis. Al menos su mujer no pasaría por el trago de ver las fotos de su marido culeando con otra. La llamé para concertar una cita con ella a la mañana siguiente y de paso cobrar mis servicios, porque quien paga descansa y quien cobra más.

Subí al Jovi para celebrar que seguía vivo y que había resuelto un par de casos en un periquete. Las fechorías del pérfido kamikaze finalmente habían quedado en un enredo cultural, y aquello en lo que habían devenido los supuestos líos de faldas del agente Mercurio todavía no había sido capaz de digerirlo. El alcohol vale para todo, tanto para las penas como para las alegrías, como para desinfectar una herida, por eso estaba allí. Ramón siempre mira con atención sus mágicos brebajes cuando los prepara, si cucase el ojo mientras lo hace pensaría que la precisión milimétrica, del druida, con cada componente no es casualidad.

—No nos pongas cosa fina, ponnos un cenacho de quicos de esos buenos que tú tienes, por favor —dije a Ramón mientras le daba caño al segoviano a modo de confidencia.

—¿Qué celebramos Mahou? —me dijo Santos, sentada codo con codo en la barra junto a mí, con su tono siempre entre irónico y trascendental.

—He hecho mi trabajo, nada más. Una vez más.

—Es que con profesionales da gusto.

Eché la mano al resguardo la sobaquera para asegurarme de que llevaba el revólver. Un hombre me miraba desde el otro extremo de la barra. Parecía que llevaba un buen rato vigilándome. Entonces el hombre se levantó y se dirigió hacia nosotros abriendo la americana para sacar algo de su interior.

—Santos, cuando me gire tírate al suelo.

—¿Cómo?

—Hazme caso y cállate.

Vigilaba al hombre por el rabillo del ojo esperando el momento justo para actuar, ni antes ni después. En el bar no había mucha gente en ese momento, pero tenía que intentar solucionar el asunto sin sacar el arma. Intentaba visualizar en mi cabeza la posición de todos clientes mientras seguía vigilando al intruso cuando me di cuenta de que lo que sacaba de su americana era una diminuta libreta y un bolígrafo.

—Perdón, señor Marsé ¿podría firmarme un autógrafo? Soy un seguidor suyo. He leído todos sus libros desde que leí por primera vez Si te dicen que caí.

—Lo siento, pero se ha equivocado de hombre. Y le informo que su amigo no viene a Cuenca hasta el viernes.

El tipo regresó a su lugar llevándose consigo el susto que anteriormente me provocó su actitud. Dicen que todos tenemos un doble, menos Falete, porque no habría trajes para su doble, y parecía ser que mi doble estaba rondando estos días mi ciudad.

—¿Quién cojones es ese Marsé, o Marsans o como se llame?

—Pffff digamos que te ha echado piropo.

—Es que es la segunda vez que me confunden con él en nada de tiempo.

—Hombre, nunca me había fijado, pero la verdad es que te das un aire. Eres una mezcla entre Juan Marsé y Paco Rabal.

—Nos ha jodido mayo con las flores, y tú una mezcla entre Michael Jackson y Pavarotti.

—Pues va a ser verdad que has resuelto un caso importante, Mahou, porque aún no me has mandado a tomar por culo, y con lo dicho tienes que estar de muy buen humor.

—Tú si que estabas contento el otro día.

—¿Yo? ¿Cuándo?

—El otro día, estabas con un amigo más alto que tú con un polo con el cuello subido, y llevabais una templa de campeonato.

—Sí, cierto, no te vi. La verdad es que esa noche bajamos con los patines puestos.

Esa noche Santos me llevó a mi casa en su coche. Era la segunda vez que montaba en su coche y lo hice con gran expectación porque la primera vez que lo hice recuerdo, y nunca lo olvidaré, que al arrancar el coche sonó el concierto en la casa museo de Lorca en Fuentevaqueros de Enrique Morente. Respiré profundamente cuando Santos se dispuso a dar el contacto con la esperanza de que apareciese Morente, Antonio Chacón, Rancapino o cualquier otro de los grandes, pero no hubo suerte.

—¿Pero quién es este pelagatos?

—Esto es Kamikazes enamorados, de Quique González.

—Bueno, me viene al pelo.