Apuré la última calada del cigarro y apagué la colilla en la arena de la maceta de una de las muchas plantas con las que Evelyn insiste en decorar mi casa. Supongo que lo hace porque así se siente en la selva. Como todo el mundo, tengo mis manías y supersticiones. Cuando apago un cigarro observo hacia qué lado se dobla la punta de la colilla, si lo hace hacía la derecha el día será bueno, si lo hace hacia la izquierda, malo. La colilla quebró su voluntad al consumirse contra la arena negra de la planta hacia la izquierda. Sentí un escalofrío que recorrió mi cuerpo desde la punta de mis dedos, con los que aún sostenía la colilla, hasta mi cabeza, como si esa maldita planta estuviese cargada de electricidad. Parecía que nada en este caso podía salir bien. Había llegado el momento.
Antes de salir a recoger al Jaibo y la banda del tutú para cubrir otra noche más la ruta del Silly me aseguré de que mi revólver estaba bien cargado. Fuese lo que fuese lo que iba a pasar esa noche tenía que estar preparado. Ese maldito kamikaze me había echado ya una vez de la carretera, pero no lo haría dos veces. La experiencia me ha enseñado que cuando las cosas se ponen feas no hay soluciones bonitas.
El Jaibo y la banda del tutú estaban, como siempre, entusiasmados. Si no es el flamenco, es que la han montado en la clase de lengua, o sino un bautizo colectivo del gitano Nicanor con posterior celebración, por todo lo alto, en el McDonalds. Es curioso con qué poco son felices algunas personas. Quizás, por eso, este tipo de gente nunca llega a nada, porque ya está donde quiere, ya es todo lo feliz que se puede ser; unos pobres diablos desgraciados. La primera noche es divertido. La segunda hace gracia, pero llega un momento en que sonreír por cualquier gilipollez te parece de gilipollas.
Tanto los cobardes como los valientes se caracterizan porque corren, se diferencian en la dirección que corren. Las colillas nunca mienten. Así que podía caer con las botas pateando el culo del kamikaze o corriendo como un cobarde. Y yo soy un caballero español.
—Buenas noches, señor Silly. Evítese las cortesías, tengo que decirle algo —Silly se quedó de piedra, no podía imaginarse de qué se trataba, aunque parecía evidente—. Iré al grano: lo llevo barruntando desde hace ya un tiempo y ha llegado el momento. Esta noche vamos a ir a por él. No iremos por los caminos, iremos por la carretera. Usted conducirá. Yo iré escondido en el asiento de atrás, tapado con una manta para no disuadirlo de sus intenciones, por si acaso nos está espiando, cuando vea que nos cruzamos con algún coche, avise. Yo saldré de atrás y antes de que llegue a nuestra altura le vacío el tambor a ver qué suerte lleva.
—¿Dónde están los chicos?
—Los chicos están situados en la carretera. Nos irán avisando del movimiento que haya para que estemos preparados, no se preocupe, nos informarán por teléfono de todo lo que pase. Está todo pensado. Usted tiene que preocuparse solo de avisarme cuando vea que aparecen las luces frente a nosotros.
—No lo veo claro. Creo que debemos extremar las precauciones. Si todo va bien en un par de meses o tres habré obtenido bastantes pruebas como para trasladarme a Sheffield y trabajar en mi laboratorio.
—De momento el kamikaze se conforma con pasearse por la carretera a ver si le encuentra pero no sabemos cuánto tardará en dar el siguiente paso. Por eso debemos adelantarnos.
—Le entiendo, señor Mauricio, y agradezco su implicación en este caso, pero sigo siendo yo el cliente y lo que prima aquí es mi seguridad.
—Los chicos están ya colocados en su sitio. Está todo listo. No hay vuelta atrás. Si usted no quiere venir le dejaré mi coche e irá usted por los caminos y yo iré con su coche por la carretera. Quizás no nos esté vigilando y pique. En los caminos irá solo y no estará protegido. Sabemos por su último encuentro que el kamikaze sabe seguramente donde vive… si decide dar hoy el siguiente paso es usted hombre muerto. ¿Está dispuesto a correr ese riesgo?
—La misión es lo primero. Estamos perdiendo un tiempo muy valioso.
—Mire señor Silly usted me ha mentido en esto, por su culpa estoy perseguido por los servicios secretos de medio mundo, y encima usted me deja solo en el momento que más le necesito. Tenía otra idea de lo que era un caballero inglés.
Volví a asegurarme de que el revólver estaba totalmente cargado sin esperar siquiera a colgar el teléfono. El kamikaze se dirigía hacia nosotros. Era el momento que llevaba esperando desde que ese amarillo me echó de la carretera. Le comuniqué a Silly, como un fantasma escondido debajo de su manta, por si no había oído la conversación, que un coche que posiblemente podía ser el kamikaze se dirigía hacia nosotros. Se notaba que Silly fue conquistado por los nervios al instante porque el coche temblaba y se balanceaba casi tanto como cuando viajábamos por los caminos.
Esperar es una de las peores cosas que existen en esta vida junto al cáncer y un día sin tabaco. Sin embargo la espera es el mejor momento para hacer repaso. Sin saber por qué es en la espera cuando acabamos buscando en nuestra memoria y recordando cosas que pensábamos que habíamos olvidado hacía ya mucho tiempo. En mi caso siempre recuerdo viajas anécdotas de mi infancia y mi juventud en el pueblo y, consecuentemente, de algunos amigos y compañeros que ya no están. Eso me hace pasar de un sentimiento de dulce nostalgia a la cólera más absoluta.
El inglés comenzó a gritar sobresaltado y tartamudeando, entonces emergí de debajo de la manta con tan mala suerte que el revólver quedó trabado en la misma. En ese breve instante el mundo se detuvo: el inglés gritaba con histeria pidiéndome actuar, las luces frente a nosotros se presentaban como esa luz al final del túnel que siempre describen, y yo no podía tirar con fuerza para liberar el revólver porque se podría disparar. Entonces, cuando todo estaba perdido, atronado por el rugido de los cláxones, me di cuenta: ¿qué coño estábamos haciendo? Me estiré entre los asientos delanteros y por razones obvias de la naturaleza y la geometría quedé encajonado, pero alcancé el volante a tiempo para dirigir con pericia el coche al carril derecho y salvar la situación.
—¡Puto inglés! Iba conduciendo por la izquierda.
Sin duda, Silly cayó en la cuenta en ese mismo momento de quién era el popularmente conocido como El Kamikaze de La Parrilla. Detuvo el coche a un lado de la carretera y sin mediar palabra, mientras yo le gritaba e insultaba utilizando todo mi prolífico repertorio de descalificativos, bajó del coche y se hizo un gurruño en la linde más próxima echándose a llorar.
Una vez vi una película en la que el protagonista decía que no puedes huir de ti mismo ni seguir tus propias huellas Lo tuve delante todo el rato y no fui capaz de verlo hasta el final. Nunca creí en El Kamikaze de La Parrilla y cuando lo hice fue para descubrir que realmente nunca existió como tal. El caso estaba resuelto. Los chicos se llevaron un chasco al saber que ya no habría más excursiones nocturnas. Me quedaba y me queda todavía hoy la duda de si Silly era realmente un agente del MI6 o un tarado de los muchos que desfilan por mi despacho, pero no importa demasiado; cobré mis buenos cuartos por mis servicios y silencio.