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—He hecho averiguaciones y he seguido a su marido durante este tiempo y como ya le dije, de momento no hay nada y, sinceramente, no creo que encuentre nada. Sé que quiere que siga con esto, pero quiero dejarle muy claro lo que hay. He tratado casos como estos y le aseguro que no voy a admitir recriminaciones después.

—Sé que es un profesional y que sabe hacer su trabajo, por eso acudí a usted. Pero soy una mujer y también sé cuando algo no va bien.

—¿Ha salido su marido últimamente a deshoras o ha hecho algún viaje…? Dígame por dónde puedo tirar. En qué se fundamenta sus sospechas.

—No sé. Me da mucho apuro decirlo. Ha perdido el apetito sexual, nunca toma él la iniciativa, y antes lo hacía siempre.

—Quizás está estresado. ¿Sabe si está trabajando en algún caso que le quite el sueño o algo?

—No sé. Es muy discreto con su trabajo no suele comentar demasiadas cosas. Pero eso no es raro, ha sido así siempre.

A menudo, los guardias comparten detalles aparentemente sin importancia con sus familias. Detalles que bien mirados pueden decir mucho. Por lo que no estaba de más intentar sonsacarle algo.

—¿Sabe si su marido ha trabajado en el caso del Kamikaze de La Parrilla o algo parecido? Ese tipo de casos en los que está la prensa presente son casos muy estresantes.

—Como ya le he dicho, mi marido es bastante reservado en ese tema. Aunque, en este caso, sé que mi marido no está trabajando en ese asunto, porque sé, por su mujer que es un poco gacetilla y pregonera, que es Martínez quien lleva las pesquisas de ese caso. En la casa cuartel somos una pequeña familia y se acaba sabiendo todo. Y como usted bien ha dicho, Martínez está bastante fastidiado con el caso por el tema de la prensa.

—Disculpe si soy indiscreto. Pero… ¿La guardia civil cree que el kamikaze de La Parrilla existe de verdad? Lo digo porque yo pensaba que eran solo rumores de la gente que habían trascendido a la prensa y por eso al final la Guardia Civil se veía obligada a investigar.

—Por lo que sé, el kamikaze existe. Hay mucho de rumorología pero existe.

—Vaya. Nunca deja uno de sorprenderse. Seguiré con el caso, como le dije. Si le parece bien haremos una cosa. Deme unos días para trabajar tranquilamente y, si tengo algo pronto, le llamo.

—Claro. Usted es quien mejor sabe cómo llevar esto. Tome, cuatrocientos, como acordamos.

—Sí. Correcto.

Se marchó tranquila. Esa mujer no necesitaba un detective, sino una amiga, un psicólogo o un camarero, con quien hablar un rato, pero a mí realmente me daba igual cobrar por resolver casos o por escuchar a premenopaúsicas. Me extrañaba que su marido no le diese matarile, era atractiva para su edad a pesar de ser una pitita. Las mujeres son de una u otra forma no por genética, sino por quiénes son sus maridos o sus padres. Las mujeres de los guardias suelen ser pititas todas. Las hijas, sin embargo, suelen estar bastante bien, y aspiran a ser pijas de mercadillo. Las hijas de los secretarios de los pueblos son tetudas y guarras, las de los médicos, engreídas y mojigatas, y así todas hasta llegar a las hijas de los curas, que son descreídas, ignorantes y para colmo bastardas. Esto parece una tontería, pero las cosas funcionan así, por lo menos en Cuenca.