El jueves volvimos a repetir el mismo dispositivo con el señor Silly para evitar cruzarnos con el Kamikaze de La Parrilla. A pesar de que era la segunda vez que aplicábamos el dispositivo y que la vez anterior todo había ido como la seda, el señor Silly estaba muy nervioso. Esta vez Jaibo y sus amigos habían venido perfectamente pertrechados para la ocasión: material audiovisual, nevera portátil, bocadillos y un poquito de chocolate para la ocasión. Estaba muy bien que se tomasen el trabajo con alegría, y me convenía que lo considerasen una excursión, pero si seguían viniendo como si fuesen a los toros o a San Mateo iba a tener que cortarles las alas. Estaban comenzando a dar una imagen de informalidad peligrosa. Aunque también era cierto que estaban cumpliendo con su cometido y que por ellos o a pesar de ellos el dispositivo volvió a funcionar sin sobresaltos.
En el viaje de vuelta, aquella recua de somarros me hicieron pasar los kilómetros más largos de mi existencia. Eran cansinos como ellos solos. No me sentía repiso de haber contado con ellos pero me acordé de sus madres, sin decoro alguno, durante toda la noche. La conocida popularmente como rotonda del Brikoking es el centro de las celebraciones futbolísticas para la gente de barrio y la frontera de Villarromán. Allí descargué a la banda del tutú, como me gusta referirme cariñosamente a ese grupo de pobres diablos.
—¡Venga! Cada mochuelo a su olivo, que estoy hasta los cojones de oíros esta noche.