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Si la luna tiene cerco, va a llover cierto, así reza el refranero popular. Los caminos de la provincia te pueden llevar al fin del mundo, pero con un traqueteo mayor, incluso, que el del tren de gasoil que une Cuenca con Madrid y con Valencia, y si encima acompaña la lluvia puede pasar cualquier cosa.

—Yo conduciré. Los caminos hay que conocerlos. Vamos con el Range Rover ¿no? Anuncia lluvia y los caminos pueden estar malos.

—Como usted diga. Pero ¿qué vamos a hacer exactamente?

—Como ya le conté el otro día en mi despacho, iremos por los caminos hasta Belmontejo. Atravesaremos los términos municipales de La Parra de las Vegas y Albaladejo del Cuende y entraremos a Valdeganga por el Molino de la Aceña. De este modo evitaremos al kamikaze. También he colocado en dos puntos de control a dos hombres de mi confianza que nos harán señales luminosas para asegurarnos de que los caminos están limpios. Y otros dos hombres estratégicamente situados en los márgenes de la N-420 en el trayecto entre Valdeganga y Belmontejo que tomarán las matrículas de todos los coches que circulen por ese tramo para posteriormente investigarlos.

—Fantástico. Veo que ha pensado en todo.

—Soy un profesional. Como ve, he movilizado a cuatro hombres para garantizar su seguridad. Quizás soy caro, pero no escatimo en recursos.

Era un maldito coche inglés con el volante en el lado derecho, nunca había conducido uno así, aunque los pedales están en el mismo orden que en los españoles, por lo que no ofrece problema de conducción. Eso sí, como los coches modernos el equipo de música no tenía para poner cintas, y no pude poner la cinta de Camarón que taimado había llevado para enseñarle al inglés lo que es música de verdad y no los Beattles. Si la industria de la música sigue eliminando las cintas, al final se va a perder un montón de buena música y tendrá serios problemas, alguien debería decírselo.

Crucé los dedos para que no lloviese, si lo hacía la broma me saldría cara porque no estaba demasiado convencido de que el Jaibo y sus secuaces cumpliesen con su cometido bajo la lluvia. No eran precisamente de ese tipo de personas que anteponen sus responsabilidades a todo lo demás. Tanto la lluvia como los jabalíes nos respetaron durante el trayecto y el kamikaze no hizo atisbo de aparecer en ningún momento.

El viaje de vuelta de Valdeganga a Cuenca fue más divertido y fructífero que el resto de la noche. Estaba rendido, se me cerraban los ojos al volante mientras el Jaibo y sus secuaces, como si estuviesen de excursión, cantaban y tocaban las palmas; el Jaibo se encargaba de alegrías y bulerías y Kevin Eliazar de tarantos y bamberas, cuando a lo lejos vi que esperaba nuestro paso para incorporarse desde un camino un coche. A medida que nos acercábamos, los dos puntos de luz iban tomando forma en la marca y el modelo de coche del que se trataba y las dudas asaltaban mi cabeza. He de admitir que aunque nunca creí que el kamikaze de La Parrilla existiese, en ese justo momento que transcurrió desde que vimos las luces hasta que lo pasamos temí que esperase a que pasásemos justo a su altura para atravesarse y echarnos de la carretera. Aunque, felizmente, no fue así, no me libré de la sorpresa. ¡Era un coche de la Guardia Civil! Pero no un coche cualquiera, estaba casi seguro, podría jugarme la vida, de que lo conducía Alfredo Mercurio. Lo primero que pensé es que habían estado a punto de pillarnos haciendo el canelo por los caminos, pero luego reflexioné: ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Qué hacía ahí Alfredo Mercurio? ¿Y si Alfredo Mercurio era el Kamikaze de la Parrilla? ¿Y si actuaba como agente de la ley y no por su cuenta? ¿Tendrían una amante él y su compañero por la zona? Ahora tendría que investigar también a su compañero. ¿Quién era realmente el señor Silly?