El fin de semana fue tranquilo: comí en casa de mi hija un montón de cosas finas, tomé unos cacharros en el Jovi, eché la partida de truque con el Mellao, y ya el domingo, mientras cenaba una exquisita oreja a la plancha y veía al Madrid en el Heidelberg, estuve pensando cuál podría ser la estrategia a seguir con el inglés. No es que estuviese muy preocupado que digamos por la vida del señor Silly pero había que hacer algo para que él pensase que me estaba pagando por algo. Después de darle algunas vueltas me di cuenta de que eso era cajón de madera de chopo, que decimos en Cuenca; es decir, en este caso, si una carretera estaba dominada por el kamikaze, solo teníamos que utilizar otra. El problema estribaba en que el rodeo era muy grande y necesitaba un sitio no demasiado transitado, no fuese que llamásemos la atención de la benemérita. Por fortuna, todo el mundo que ha visitado las fiestas patronales los pueblos de la provincia de Cuenca y se ha rendido a la ingesta desmedida de bebidas espirituosas, sabe que se puede ir a cualquier lugar por los caminos, incluso a Roma donde se dice que llevan todos.
Para darle un poco más de enjundia al asunto fui el lunes a las puertas del instituto Santiago Grisolía para hablar con el Jaibo: uno de esos gitanos de segundo de la ESO que nadie sabe cuántos años tiene pero que todo el mundo sabe que debería haber abandonado el instituto hace tiempo. No sabía a qué hora era el recreo por lo que después de unos pocos minutos fui al bar La Fama y esperé allí, entre el bullicio de los cubiletes agitados a ritmo serrano de la Huerta, ya que sabía que el Jaibo y sus amigos, o secuaces, saltaban todos los recreos la valla del instituto para tomarse allí el desayuno. Para ese grupo de pobres diablos, todo lo que fuese salir de Villarromán era una aventura fascinante, por lo que no tuve problema alguno para hacerme con sus servicios a cambio del desayuno y unos pocos cuartos.
Ese mismo lunes, ya a última hora, cuando me disponía abandonar la oficina sonó el teléfono. Tenía un nuevo caso. Algo rutinario, una posible infidelidad. No me hacía nada de gracia porque el investigado era un guardia civil y con los civiles hay que andarse con mucho ojo, que son todos zorros viejos, pero uno no vive del aire, y los vicios no se pagan solos.