El kiosco de Gloria, como se le conoce aunque su autentico nombre es Cristina, es, sin lugar a dudas, el mejor de toda Cuenca y un sencillo viaje por la historia de barrio de España. Compré la Tribuna, el Día lo compran en el bar, y fui a almorzar al Guerra, donde casi empezó esta historia y donde seria justo que casi acabase. Me había retrasado un poco, respecto a mi horario habitual, charlando un rato con Gloria, que tiene más cuerda que el reloj de Paquirrín, y tuve que tomarme mi montado de lomo con tomate, queso y mayonesa, todos los extras, mientras hojeaba el periódico, en la barra, mezclado con la chusma del método intensivo de la San Cristóbal. Si realmente toda esa panda de subnormales y famosos salen de Cuenca con el carné de conducir, deberían beatificar la autoescuela o implantar su método en los colegios e institutos de toda España.
Casi acabando el montado vi en la puerta a Leonor, estaba muy seria, e hizo señas para que saliese. Dejé un billete de mil en la barra, al día siguiente ajustaríamos cuentas, y salí del bar haciendo pasillo entre empentones.
—No la esperaba hasta por la tarde, la verdad.
—Prefiero acabar con esto ya cuanto antes, y pagarle a usted es como cerrar todo.
—¿Trae el dinero encima? ¿Prefiere que vayamos a mi despacho?
—Sí, bueno, pero preferiría en su despacho y ya si tiene que darme alguna factura o algo… aunque poco importa a estas alturas, me parece.
—Sí, claro, la factura —este negocio es como es, y lo de las facturas no es que se estile mucho, lo justo para ser legal con hacienda—. Evelyn, mi secretaria, está con lo que es la memoria y las facturas, ya sabe. Pero la chica es nueva, extranjera y es un poco lenta. Espero que comprenda la situación. Es una buena mujer y esta gente necesita un poco de ayuda de los que hemos sido un poco más afortunados en este mundo.
En ocasiones Cuenca es una gran ciudad, puedes andar por ella sin conocer a nadie, viendo únicamente caras sin rostro: meros extraños. Caminamos hasta mi despacho sin decir ni media en todo el trayecto; yo fumando mi cigarro, ella su porro. Subimos hasta mi oficina respetando el silencio y nos sentamos como siempre en mi despacho: ella con las piernas cruzadas, yo reclinado hacia atrás.
—Siento que el caso haya acabado así, Leonor, pero ya le advertí cuando lo cogí que era realmente complicado que un objeto de esas características apareciese. Creo que quizás debería, y si así lo decide yo puedo hacerle las gestiones, y no lo digo por seguir trabajando, buscarlo en el mercado negro de las antigüedades. Tengo un par de contactos en Madrid que a buen seguro podrían ayudarla.
—Déjelo. Ya no tiene remedio.
—No se quede así, mujer. Puede seguir buscándola. Como le he dicho hay otros caminos y aparecerán otras oportunidades. La vida da un montón de vueltas.
—Usted no lo entiende, sería demasiado tarde.
—¿Por qué? Nunca es tarde si la dicha es buena.
—Supongo que ya da igual y creo que es justo que usted lo sepa.
—El qué tengo que saber.
—¿Nunca se ha preguntado cuál es el poder de la Tulipa?
—Claro, pero como ya le dije, soy un profesional y ante todo uno de mis principios es la discreción. Supongo que cura enfermedades y cosas así.
—La tulipa recarga su energía a través del madero y quien tiene un alma pura puede ver a través de ella el futuro. ¿Qué me dice?
—Joder, tenerla tiene que ser algo fabuloso, te tocaría siempre la lotería, pero no tenerla tampoco es ninguna catástrofe, mujer. Todo el mundo vive sin conocer el futuro.
—¿Usted cree que Dios nos desvelaría el futuro sin un propósito? ¿Solamente para despertar la codicia de los hombres sobre un objeto?
—No, claro, cómo va a hacer eso Dios.
—Claro que no. Mire, el cinco de mayo la tierra se alineará con otros cinco planetas, Venus, Marte, Mercurio, Júpiter y Saturno, abriéndose una ventana cósmica de 14 días con 14 noches. La última vez que ocurrió esto fue en el nacimiento de Jesús. Fue lo que los escritos bíblicos y todos conocemos como la estrella de Belén. Según los astrónomos este fenómeno no volverá a ocurrir hasta el año 2438, pero ellos no saben que no volverá a ocurrir jamás, porque esta alineación planetaria variará las escalas magnéticas de sistema solar y el universo y el cielo se abrirá. ¿Sabe a lo que me refiero?
—Intento seguirla, pero no acabo de cogerlo. Yo estudié en la escuela lo de la osa mayor y la menor, pero de astronomía poco más.
—El juicio final, Señor Mauricio.
—Con el debido respeto, Leonor, creo que se está tomando esto muy a pecho. Una cosa es que haya una alineación planetaria que pasa cada un millón de años, o los que sean, y otra muy distinta que se abra el cielo, incluso, una cosa es que se abra el cielo y otra que baje Dios de él para juzgarnos a todos. Y aun así, si todo eso fuera cierto ¿para qué quiere usted la tulipa si ya sabe lo que va a pasar?
—La tulipa no está en el mundo para algo tan simple como predecir el futuro, sino para indicarnos el lugar del juicio y el camino exacto para estar a la derecha de señor.
—¿La salvación?
—Sí, la salvación directa. Los elegidos por el señor para gobernar y preservar el reino de los cielos.
—Sinceramente, no sé qué decir. Me deja usted sin palabras.
—Comprendo que todo esto es difícil de asumir. Tome, su dinero. Doscientas mil, era eso lo que faltaba ¿Verdad?
—Sí. Si me deja alguna dirección le envío, cuando finalice mi secretaria, la memoria y la facturas. ¿Lo quiere todo con IVA?
—Creo que ya no será necesario. No se preocupe, conozco el camino.