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El dispositivo preparado para cada una de las procesiones de la Semana Santa era muy similar al que preparé para el treinta y uno de marzo, aunque obviamente adaptando la disposición de las piezas a cada recorrido. Parecía que librarme del Kandinsky y el Araña iba a ser imposible, así que volví a cargar con ellos y con la inestimable ayuda de la «patrulla San Antón».

Se planteaba como una semana realmente dura, y es que la maratón de procesiones en Cuenca es un continuo que podría acabar con cualquiera. Cuesta arriba, cuesta abajo, gentío, aplausos, silencios, resoli… horas y horas. Fue mucho más duro de lo que imaginamos. Fue mucho más duro de lo que soy capaz de recordar.

Suele suceder que cuando uno no sabe lo que busca, encuentra lo que no espera, aunque lo más normal es que no encuentres nada. Los jugadores de póker lo saben bien. Y nosotros no encontramos nada, ni un movimiento en falso, ni una mala sospecha: nada. Lo único reseñable era el nerviosismo creciente de Leonor a medida que pasaban las procesiones y los días. La alegría, la tristeza, los nervios y la calma, después de la gripe a, son las cosas más contagiosas que existen en este mundo. Cuando llegó el domingo 23 de abril y acabó la procesión del reencuentro nadie se atrevía a hablar.

—Si le parece, mañana me pasaré por su despacho y le pagaré el último plazo de su trabajo. Ha sido un placer. —Dijo Leonor con la calma que deja el final de la lucha, aunque sea en la derrota.