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A lo largo de años y años dedicados a la investigación me ha dado tiempo a aprender muchas cosas, una de ellas es que el amor es más que ciego, o cegador; es iluminador. No es que no te permita ver sino al contrario, te hace ver cosas que no existen, esas que te conviene ver para hacer casar la realidad con el sentimiento. Mi amigo Santos siempre me dice que si la palabra sentimiento acaba en «miento» no es por casualidad. Por eso aquel día quedé con Magdalena en el piso de la Calle Santiago López a las diez y media, para que ella pudiese ver, si quería o no le bastaba con las fotos, con sus propios ojos, lo que se cocía.

Llegué al piso temprano con Evelyn, sobre las nueve y media, para limpiar un poco los pasillos y mi habitación. La imagen en este negocio es muy importante. El botellón del jueves noche debió ser de los buenos, y es que en Cuenca la mejor noche para salir es la de los jueves. Mientras Evelyn limpiaba y hasta que llegó Magdalena me dio tiempo a beberme un par de cervezas calientes. No entiendo cómo en aquellos años era capaz de beberme la cerveza así. Será que me estoy haciendo mayor.

Cuando llegó Magdalena sucedió lo de siempre en estos casos. Varía poco, fundamentalmente cambia algo dependiendo de si el infiel es el hombre o la mujer. Le explicas lo que has averiguado con el mayor tacto posible pero con claridad y le enseñas las pruebas, en este caso las fotos. Luego ella no acaba de creerlo, busca excusas, posibles malentendidos o errores en la investigación porque aunque tenía una sospecha cuando acudió a ti y necesitaba saber la verdad, no es capaz de asimilarlo. Una vez que la clienta en cuestión se convence de la realidad, en este caso después de ver con sus propios ojos llegar a su marido subir al piso y correr las cortinas, no le hizo falta ver más, se derrumba, llora en tu hombro, se pregunta cómo va a reaccionar la gente, que hará con sus hijos… y finalmente le perdona después de montar un numerito en casa, si puede ser delante de la familia, o hace la vista gorda sin siquiera comentárselo a él.

Aunque no lo parece, ese tipo de escenas son agotadoras, así que aprovechando que había cerveza me tomé otra lata para descansar un poco después de irse Magdalena. Cuando por fin me iba me crucé con Rosa.

—Buenos días. No sabía que estabas, pensaba que estabas en la universidad —aunque lo que pensaba en realidad era que estaba dormida y no se despertaría hasta más allá de las dos como todos los viernes.

—Pues ya ves que sí.

—Sí —se hizo un gran silencio entre los dos. Ambos, quizás, con la palabra en la boca pero enmudecidos en mitad del pasillo—. Mira, quería decirte que siento lo del otro día. Sé que fue una estupidez, pero compréndeme. Me confundí y reaccioné como se reacciona en una situación de peligro, yo no podía imaginarme lo que pasaba en realidad.

—No te preocupes, no pasa nada. Por mi parte ya esta olvidado —y me dio dos besos en las mejillas.

—Eres un sol niña —le dije mientras se alejaba hacia su habitación gustándose al mover su culito al caminar—. Por cierto…

—Dime.

—¿Pudo hacerte una pregunta, un poco… peculiar?

—A ver, sorpréndeme —respondió ella realmente con cara de intrigada.

—¿Me harías una cubana por diez mil pesetas?

—¡Eres un maldito hijo de puta! ¡Yo no soy ninguna puta! ¡Quién coño te crees que eres! ¡Cabrón! ¡Cabrón! ¡Gordo de mierda! ¡Viejo verde! —gritaba mientras gesticulaba violentamente con los brazos acercándose hasta mí.

—Tranquila, joder, era sólo una broma. Era para conectar un poco después de las tensiones que ha habido por el malentendido del otro día, pero veo que no te tomas bien las bromas. Lo siento, de verdad, no esperaba que te lo tomases así.

—Con eso no se hacen bromas.

—Venga que me voy. Lo siento —y le di dos besos antes de marcharme con la mano sobrepasando la frontera de su culito.