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Como Leonor me había dicho, el 31 de marzo Nuestro Padre Jesús Nazareo del convento de las carmelitas de Sisante saldría en procesión por Cuenca. Por lo que había que estar bien atentos. Era nuestra gran oportunidad. Durante el triduo, el traslado y demás se ocuparían ellos, los Stultus Imperitus, de vigilar, pero la procesión era cosa mía. Leonor me insistió en que me ayudasen en ello Araña y Kandinsky, pero ni eran suficientes ni de mi confianza, por lo que busque a seis chavalillos de San Antón, de Cuenca de toda la vida, de esos que conocen a todo el mundo y reconocen cualquier movimiento extraño antes de que suceda.

Me documenté bien sobre la procesión, durante varios días, preguntando a todos aquellos de Cuenca que de una u otra manera participaban o estaban implicados en la procesión. Parece ser que a la imagen no le tocaba pisar las calles hasta el año 2011, por lo que fue realmente complicado conseguirlo. No pudieron negarse. La celebración del año jubilar ponía a las monjitas, y su celo de custodiar la imagen, entre la espada y la pared, y al final Cuenca es un lugar de toda la vida y, cuando desde la capital toman cartas en el asunto, poco se puede hacer. No sólo me informé yo, adoctriné a los chavales con celo para que no hubiese posibilidad de error. Unas cervezas en el Panorámico tuvieron la culpa. La imagen saldría acompañada de Nuestra Señora de las Angustias, de El Salvador, bajaría a Diputación, cruzaría el puente de la Trinidad y de ahí a la Catedral. No era un recorrido muy extenso pero había que vigilarlo con detalle. Los banceros vestirían túnica morada, cordón amarillo, rosario, guantes y zapatos negros. Cerraría la procesión la banda de música de Cuenca. Conseguí infiltrar a un chico entre los banceros, parecía un cristo con dos pistolas, y a otro en la banda de música, con la percusión, puesto que él decía que tocaba el cajón flamenco, no es todo lo malo que no se arrancó en mitad de la procesión con el «que no estaba muerto que estaba tomando cañas». Al resto los situé estratégicamente en el recorrido. A Araña y Kandinsky en la salida y la entrada de las imágenes respectivamente, ya que es donde menos posibilidades había de que pasase algo y los otros cuatro chavales en la Puerta de Valencia, los jardines de Diputación, puente de la Trinidad y subida de Alfonso VIII respectivamente. Yo seguiría la procesión. Estaba planeado todo al detalle. Menos una cosa: ¿Cómo íbamos a reconocer la tulipa?

—Le puedo asegurar que la tulipa no ha pisado Cuenca, si no la habríamos visto.

—No es posible Señor Mauricio. Se van agotando las posibilidades poco a poco. Cuenca, Alarcón, ahora la procesión… nos van quedando pocos cartuchos por quemar.

—Agoté completamente las líneas de investigación de Jamete. Jamete no llegó a esconder nunca el grial, usted lo sabe, desde el principio confió poco en esa posibilidad, tienen el testimonio del maestro vidriero ese que me dijo, era más una esperanza que una posibilidad real, Leonor.

—No sé, algo no funciona. Quizás Diego Cosme de Peláez hizo un trabajo mejor de lo que nos pensábamos.

—Si esa tulipa es tan especial ¿Por qué ninguno la hemos visto? Tengo decenas de hombres, los mejores de la ciudad, repartidos por todo el recorrido, y ninguno ha visto nada anormal. Esa tulipa no ha estado hoy en Cuenca. Se lo digo yo.

—Mañana tendremos otra oportunidad en Sisante, allí con la gente de la orden quizás tengamos más suerte.