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Cuando uno tiene dinero en la cartera y está un poco agobiado lo mejor que puede hacer es tomarse unos días de descanso. Las fotos estuvieron en la mesa de mi despacho desde el lunes a primera hora de la mañana, cuando le di libre a Evelyn toda la semana, hasta más allá del medio día del jueves, que conseguí deshacerme o rehacerme de la resaca. Dicen que el buen whisky nunca deja resaca, el problema es que los perros viejos nunca dejan el mal whisky, y el segoviano a cascoporro hace malas juntas con el agua. Cuando estuve hasta los cojones de ver grutescos y grotescos monigotes recordé que tenía que recoger el traje con los arreglos en Estilo, entonces sonó el teléfono. Me dirigí hacia él. Era Leonor. No lo cogí. Cuando dejó de sonar vi que tenía más de veinte llamadas de ella. Le devolví la llamada.

—¿Señor Mauricio? ¡Dónde diablos estaba metido!

—He estado muy ocupado indagando en la obra de Jamete. Las fotos que hicimos el sábado abren muchas posibles líneas de investigación.

—Dijo que iría a Alarcón y no lo ha pisado —parecía que en esta investigación estaba controlado.

—Ya le he dicho que he estado ocupado. Por cierto ¿Me ha estado siguiendo? El investigador soy yo.

—Mire señor, esto es muy importante y me parece que no se lo está tomando con la seriedad debida. No puede dormirse en los laureles, es imprescindible que consigamos esa tulipa antes del cinco de mayo. La tiene que encontrar sí o sí.

—¿El cinco de mayo? ¿Por qué precisamente el cinco de mayo? ¿Qué pasa ese día? —Corrí un poco las cortinas para ver qué pasaba en la calle: el puto Araña apoyado en mi coche y fumándose un peta. Estaba empezando a cabrearme.

—Encuentre esa tulipa de una vez y no pierda más el tiempo, para algo le estoy pagando.

—Tenemos que quedar, quiero contarle personalmente las novedades, las nuevas líneas de investigación. ¿Le parece bien que pase a recogerle en mi coche por la puerta del Topaba esta noche a las nueve en punto?

—De acuerdo, allí estaré.

El mundo de la investigación privada es muy duro, se camina siempre entre líneas divisorias, por ello, para no volverse loco hay que tener siempre muy claras unas cuantas reglas. Regla n.º 1: el investigador soy yo y nadie me dice cómo tengo que hacer mi trabajo. Regla n.º 2: el que manda soy yo, y nada más que yo. Regla n.º 3: nadie me toca los huevos.

A las nueve en punto recogí a Leonor. Me esperaba en la puerta, pero de casquera con un grupo de gente que en cuanto montó en el coche entró en el local, se notaba que era asidua, como yo suponía. Miraba para atrás y a los lados constantemente y empezó a ponerse algo nerviosa. Fermín Caballero, Ramón y Cajal, las Torres y carretera de Palomera.

—¿Dónde vamos? Señor Mauricio.

—No se preocupe, a un sitio donde podremos hablar tranquilos con total confidencialidad.

Desde el cerro del socorro se tiene una vista privilegiada de Cuenca, que reluciendo, por las farolas, en la noche es un espectáculo difícil de igualar. Los ensanches de la subida son aprovechados habitualmente por los coches de las parejas para estacionar y hacer sus cosas, pero a esas horas no había un alma. Un año, unos estudiantes de Bellas Artes pusieron unos plásticos rojos cubriendo las luces que alumbran al cristo que lo corona, dándole cierto aspecto verbenero. Fue la comidilla de la ciudad, no había otro tema en los cafés y las tertulias de barrio. Bajé del coche, aunque no apetecía por la temperatura, las noches de marzo son más que frescas en Cuenca, y me senté apoyado sobre el maletero. Ella me siguió.

—Bueno dígame algo ya ¿No? —Seguía pareciendo nerviosa.

—Cuenca se ve preciosa desde aquí ¿Verdad?

—Espero que no me haya traído aquí solo disfrutar de bonitas vistas señor Mauricio.

—Cierto. Pero estamos aquí, y nuestro objetivo no le resta belleza a la estampa. Parece que mira mucho a su alrededor, lo he notado desde que la recogí en la puerta del Topaba. ¿Busca algo?

—No ¿Por qué?

—No sé. Deben ser cosas mías —mientras abría el maletero y disfrutaba como hacía mucho que no disfrutaba un pitillo.

—¡Pero qué es esto! —al ver el interior del maletero—. ¿Usted esta tarumba o qué? Y tú ¿Qué haces ahí dentro? —inquiriendo al Araña que comenzaba a abrir los ojos e incorporarse para salir del maletero casi arrastrado por ella de la chaqueta.

—Lo siento Leo, me sorprendió —replicó él— me saludó amablemente como si no pasase nada, luego me pidió que le ayudase a sacar algo del maletero y cuando me asomé me cogió por detrás, de los testículos, y me empujó dentro.

—A eso se le llama coger de los huevos por debajo del arco del triunfo —siempre me ha gustado llamar a las cosas por su nombre.

—¿Qué clase de animal es usted? —cabreada y refrenada por el miedo.

—De tres patas.

—¿Dónde esta Kandinsky? —Le preguntó al Araña temiéndose lo peor.

—Se fue un momento al baño, ya sabes…

—No me gusta que me persigan señores. Pero bueno, eso parece que ya ha quedado claro ¿No? Así que vamos al tema. Estos días me han servido para confirmar una de las tesis de Kandinsky. Efectivamente no parece probable que Jamete escondiese el Grial en ninguna de sus obras de la catedral. Lo más probable, si le dio tiempo, es que lo hiciese en Alarcón.

—Lleva desde el domingo sin salir de su casa ni contestar el teléfono.

—Ya lo sé. Yo estaba conmigo. Como le dije he estado analizando las fotos y haciendo algunas llamadas. Tengo mis métodos y como ve son efectivos, si no pregúntele a su amigo. Un maletero viejo pero amplio, ¿verdad, spiderman? Ya no se hacen coches como antes.

—Está bien, ha ganado, usted manda, pero ahora llévenos a casa, y manténgame informada de todo cuanto pase, por favor, ya tengo suficiente por hoy.