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En el invierno, entre semana, y más por la noche, el casco antiguo de Cuenca es un decorado medieval. Pero cuando se acerca el sol primaveral y durante el día hay cierto trasiego de gente que le devuelve a la ciudad su humanidad. Aún recuerdo la primera vez que vi la catedral: vinimos a Cuenca de excursión con la escuela, todos los chicos de mi pueblo; nos faltaban ojos para ver todo lo que había (semáforos, escaparates, farolas…), entonces don Tomás nos colocó frente a la fachada.

—¿Qué os parece chicos?

—¡Qué bonita! ¡Es maravillosa! —exclamamos todos en coro. Nos había hablado tanto de ella que realmente no podíamos decir otra cosa.

—Pues no, chicos, lo que estáis viendo es una mierda, lo bueno está dentro, la fachada es un invento del tonto del culo de Lampérez, —y es que don Tomás, que en paz descanse, pegaba unos capones que jodía el basto, pero era muy bueno y muy claro hablando— espero que esto no lo olvidéis nunca: lo bueno de la Catedral de Cuenca está dentro —y yo no lo he olvidado aún.

Había quedado en la puerta de la catedral con los dos contactos que me proporcionó Leonor. Si ella siempre llegaba pronto, ellos ya llegaban con retraso. No fue difícil reconocerlos, era evidente que pertenecían a la misma orden, o más bien a la misma tribu, diría yo, que Leonor. Los observé durante cinco minutos, el tiempo justo para acabarme el botellín, desde El Botijo: se sentaron en las escaleras de la catedral, parecían el gordo y el flaco en versión psicotrópica. El delgado tenía como un tic en los músculos faciales, y el gordito se lio un porro en menos que canta un gallo mientras los gitanos, sentados justo a su lado, bebían litros de la Maribel y rascaban una guitarra a la que le faltaba una cuerda.

—¿Quién es Alberto y quién José María?

—Yo soy Alberto Zapato, pero puede llamarme Araña, que es como me llama todo el mundo —dijo con tranquilidad y pasividad sin casi mirarme.

—Yo soy José María Chalar, para servirle a Dios y a usted, pero me llaman el Kandinsky —levantándose en estado de excitación y casi solapando su respuesta a la de su compañero.

—Bien, como supondréis yo soy Mauricio Romero, investigador privado, y vosotros podéis llamarme señor Mauricio. Tenemos trabajo, así que tira la mierda esa que estas fumando y vamos para dentro.

Entramos a la catedral, desde los pies pronto nos encontramos con el coro, también llamado estorbo por los más pragmáticos, y uno de los alzados más originales del primer gótico, donde parecen fundirse el triforio y el claristorio en una doble desmaterialización del muro con pantallas de luz y tracería trilobulada sostenidas por graciosas figuras angelicales… pero vamos, que no estamos aquí para hablar de arte, quien quiera leer sobre arte de Cuenca que se compre un libro de Pedro Miguel Ibáñez. Fuimos rápidos y directos a por trabajo.

—¿Qué obras hay aquí de Jamete? Además del arco de Jamete, claro.

—Pffff, que yo sepa el trascoro y la portada de la capilla de Santa Elena —dijo el gordito con desidia.

—¿Por dónde empezamos? —les dije.

—No sé —replicó el gordito de nuevo.

—Venga por Santa Elena mismo ¿Dónde está? —y antes de que acabase de hablar Kandinsky ya había salido andando con un paso más que ligero que marcaba su cojera a saltos rengos que jugaban entre las sepulturas del suelo.

—¿Y a tu amigo por qué le llaman Kandinsky? —mientras le perseguíamos, a paso ligero, yo como perseguidor directo y, rezagado ya, el gordito arácnido.

—Porque lleva ya seis años en Bellas Artes y sólo sabe pintarse rayas —sin duda me dejó mudo hasta la capilla de Santa Elena.

—Venga, ¿qué podéis decirme de esto?

—Que tanto la portada de piedra como el retablo son obra de Jamete. Las rejas son de Hernando de Arenas —dijo Kandinsky—. Hay que tener mucho cuidado siempre con aquellos que trabajaron con Jamete, porque estaba rodeado de traidores. Siempre se le acusa de duro y violento, de matar incluso, a su primera mujer y maltratar a la segunda, pero lo que pasa es que levantaba mucha envidia. Estaba tocado por la mano de Dios ¿Sabe?

—La iconografía del friso, o las enjutas, pueden ocultar pistas o señales. ¿Qué le parece Señor Mauricio? —inquirió el gordito para mostrar él también algún conocimiento distinto al de fumar porros.

—Bueno —todo eso era algo de locos, no tenía ni pies ni cabeza. Estaba con una panda de chiflados hablando de chifladuras, realmente no tenía ni idea si debía seguirles el juego o mandarles directamente a tomar por culo. Pero ya había cobrado un adelanto, y seguramente para ellos, tomar por culo tendría también su encanto— es posible. Habría que analizarlo con más detenimiento claro. En la expresión de los rostros y la adaptación de la arquitectura al marco, marco sobre marco, se aprecia lo que ha dicho Kandinsky de la psicología del personaje, sí, desde luego. Pero para encontrar indicios del Santo Grial hay que estudiar la obra con mayor detenimiento. Toma la cámara y quédate tú, Araña, sacando unas cuantas fotos generales y en detalle, para luego analizarlo yo en mi despacho, y Kandinsky y yo vamos viendo el trascoro.

Como me temía, entre subir y bajar de la plaza, hacer de japonés por la catedral, unas cosas y otras, iba a perder toda la mañana. No es que tuviese nada que hacer pero hacer para nada es algo que me enerva.

—Dime, Kandinsky, ¿por qué llaman a tu amigo Araña? Porque el viento no se lo lleva y tejer tampoco tiene pinta de tejer muchas bufandas para el invierno.

—Porque está siempre colgado —dijo el fulano frotándose las narices.

—¿Y de esto qué me dices?

—Yo creo que es mejor ver el Arco de Jamete, si Jamete ocultó el grial en alguna obra, sin duda, creo que fue en esa.

—Y por qué no lo has dicho antes. Venga vamos. Cuéntame algo más de Jamete, de camino.

—Es que hay mucho. ¿Por dónde empiezo?

—A ver, por ejemplo: ¿Qué sabes del arco de Jamete? —más que un detective parecía don Tomás preguntándoles la lección a los guachos.

—Es la entrada de acceso al claustro. Una de las obras maestras del Plateresco español.

—Sí, realmente es una obra preciosa —frente al arco de Jamete ya.

—Sí, pero mire señor Mauricio, —sacando una hoja de una carpeta que portaba— Jamete fue perseguido y juzgado por la inquisición en Cuenca, seguro que eso tiene algo que ver, seguro que estaba intentando esconder el grial o contó a alguno de sus colaboradores algo, o vaya usted a saber, y lo confundirían con brujería, porque lo denunció mucha gente. Esta es la ficha 2918 del sistema de catalogación de los denunciados a la Santa Inquisición. Mire.

NOMBRE: Jamete, Esteban

TRIBUNAL: Cuenca

AÑO: 1558

GEO: 1 Francia/ 2 Orleans/ 3 Cuenca/4 Castillo de Garcimuñoz/ 5 Cuenca

PROFESIÓN: Entallador/Cantero

ESTADO: 42 /Casado/ x 2

DENUNCIA: DOGMA / CONFESIÓN / LIBROS / MISA / OSTIA / SANTOS / CRUZ / ORENDA / ALMA / AYUNO

CONTACTO: Compatriotas/Lectura

AMBIENTE: Trabajo / Casa

PERIODO: 1555-1557 / 1548-

DELATOR: Familia / Esposa / Compatriotas / Compa. trabajo / Interes

DELITO: PAPA / PODER / BULA / BLASFEMIA /

ACTITUD: Diminuto 2 / Negativo / Tormento +

DEFENSA: Abonos + / Tachas + / Borracho +

SENTENCIA: Auto / Reconciliado / Carcel 3 / Habito 3 / 100 / Inhabil

—Muy bien. ¿Qué me quieres decir con todo esto?

—Conocía el Santo Grial y su secreto, y seguramente le estaban siguiendo ya y, con la orden lejos y desprotegido, se sentía perseguido, por lo que lo más probable es que lo comentase a alguien buscando ayuda, pero lo único que consiguió es ser acusado como dogmatizador del protestantismo y cuando intentó explicárselo al tribunal de la Santa Inquisición para obtener ayuda, le acusaron además de diferentes blasfemias, y en el tormento lo admitió todo.

—¿Qué me quieres decir?

—El proceso es en 1558 y el arco de Jamete está acabado ya en 1550. Viendo las acusaciones a Jamete y con la teoría que le he expuesto, en 1558 Jamete aún llevaba consigo el Santo Grial, por lo tanto no puede estar en el famoso Arco de Jamete. Si lo escondió en algún sitio tiene que ser en Alarcón, donde estaba trabajando cuando murió, en la iglesia de Santa Maria del Campo.

—Está bien. Mira, que haga más fotos aquí tu amigo Araña, luego las reveláis y me las lleváis lo antes posible a mi despacho.

¿Vale? Si no estoy yo se las dejáis a mi secretaria, yo seguiré la pista de Alarcón y analizaré las fotos con más detenimiento. Salí de allí con la cabeza como un bombo con el único objetivo de tomarme una cerveza bien fría. Ya no tenía nada claro quiénes eran los buenos y los malos, ni en qué consistía exactamente todo eso. Trescientas mil pesetas tenían la culpa de todo, y me estaban empezando a parecer pocas.