Cuenca es una ciudad de casi cincuenta mil habitantes, según las últimas estadísticas. A veces, en la noche, me revuelvo y me incorporo mirando a través de la ventana esta ciudad en la que hace más de veinticinco años que envejezco, y paso largas horas oyendo gemir a la vecina o siguiendo en el techo las rodadas de las canicas que me desvelaron.
Dicen por ahí, por el mundo, que España es diferente y Cuenca única (aunque parece ser que hay otra por Ecuador pero ¿quién la conoce?), y si hay una cosa española por antonomasia, además de los toros, el flamenco y la Guardia Civil, es la Semana Santa. Hay Semanas Santas muy importantes y bonitas, con pasos espectaculares y dramáticos, a lo largo y ancho de la geografía española, pero ninguna como la de Cuenca, que como la propia ciudad, es única. Y no es sólo por el resoli, que aporta lo suyo, sino por su poder y fervor. Cuál no será su poder que consigue que los mayores ateos y blasfemos de la ciudad, casi cincuenta mil, abandonen los bares para sufrir bajo los banzos.
Digo todo esto porque por aquel entonces nos acercábamos a la Semana Santa. Recuerdo que aún estaban frescas las elecciones del 12 de marzo en las que Aznar, con un equipo de centro, barrió a Almunia y este, después de todo eso de la bicefalia y el amiguismo con Frutitos, tuvo que dimitir en directo. Después lo del Bamby ya fue harina de otro costal, al principio parecía una monjita de la caridad y luego resultó ser un obispo operado de fimosis.
Cuando recibí el primer contacto con este caso estaba trabajando. Por aquellos días tenía alquilado un pequeño zulo exterior en un piso de estudiantes de la Calle Santiago López, en el barrio de La Paz, desde donde investigaba un caso de infidelidad, o celibato conyugal como le gusta llamarlo a mi amigo el padre Ramiro, cuando sonó el teléfono:
—¡Dime!
—¿Señor Mauricio?
—Pues claro Evelyn, si estás llamando a mi número quién voy a ser.
—Ha venido una chica, parece una clienta, quiere verle, está esperando en su despacho.
—Hoy no voy a poder verla, que te deje sus datos que ya la llamaré.
—Ya le dije señor, pero parece que es urgente.
—Dile que si corre mucha prisa que vaya mañana entre las once y las once y media al Guerra y hablamos, que antes no voy a poder. Estoy con un caso muy importante.
—¿Al bar Guerra?
—Pues claro Evelyn, no va a ser a la guerra de Vietnam.
—Sí, yo le digo.
—Y acuérdate de darle un repaso a la taza, que últimamente parece que he perdido tino.
El negocio de la investigación en Cuenca es un sector en permanente crisis, por lo que hay que ingeniárselas para reducir o aunar gastos. Tener una mujer que vaya algunas mañanas a limpiar y que al mismo tiempo haga las veces de secretaria es una pequeña argucia para salir adelante.