No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, en Cuenca no puedes seguir a la gente por la calle como en las películas, se trabaja de otra manera. Cincuenta mil habitantes; nos conocemos todos: mira ahí va el detective ¿A quién seguirá? Mira, el Málaga de Mahou, alguien por aquí está siendo infiel. Aún así decidí arriesgar un poco, estrechar el cerco, seguirla a algunas horas personalmente, poner a vigilarla a chavales más responsables… Sabía que no llegaría a ningún sitio, pero el calzonazos pagaba y había que darle la razón.
La plaza mayor funciona por temporadas, aunque los de siempre, siempre están. Los fines de semana los jóvenes subían a hincharse a cerveza en las escaleras de San Miguel. Supongo que los litros de la Repo o del mini-mercado de la Mari, con el siempre eterno Miguelito apoyado en la nevera vigilando su litrona, debían ser quíntuple malta para la juventud. Los no tan jóvenes y aquellos que no habían sabido encajar los años también se dejaban caer por plaza, aunque con el trasero demasiado castigado ya como para estar mucho tiempo sentados en un escalón de piedra, alternaban en los distintos bares que daban a San Miguel: el Rothus, el Túnel, el Vaya, o el Nashville, eran un hervidero de juventud y camaleones. Parte de mi trabajo consiste en estar al día. Saber quién corta el bacalao, quién es el tapado, quién juega limpio y quién de farol, y para eso tienes que olisquear en todos culos.
Pasé al Nashville cuando aún no estaba demasiado lleno y me coloqué en los poyos cercanos al servicio. La noche estaba tranquila: el pitillo, el cubata y las horas se consumían armónicamente; eso es fundamental para no tener resaca al día siguiente. Jarni, también conocido como Pablo por sus padres y familiares, servía litros a mansalva entre broma y broma al otro lado de la barra. Es un tipo simpático y con sentido del humor. Seguro que sabe reírse cuando se mira en los espejos y cuando lea esto. Si quieres controlar un garito por completo no tienes que buscar un lugar con una gran visión espacial ni recorrerlo una y otra vez como un maricón en una feria, solo tienes que colocarte en la puerta o cerca de la puerta del servicio. Tarde o temprano todo el mundo pasa por ahí.
A las chicas jóvenes les pierde hablar con los hombres mayores, y a las mujeres mayores con los chicos jóvenes, porque siempre queremos lo que no somos, en cuanto a sexo y edad. Hablan contigo fingiendo que te están tomando el pelo, porque socialmente no está bien visto, pero realmente el chocho les está dando palmas. Una era gorda y cargante, la conocían como la Everest por su tamaño y porque era más difícil escalarla que follarla, pero tenía un buen par de tetas, y la otra era menuda y bastante guapa, los chicos de su edad la conocían como la Mon Chéri porque era un bombón relleno de alcohol. No soy de mucho hablar pero si me lo ponen en bandeja y gratis tampoco digo que no. Y departiendo con ellas estaba cuando, casi sin darme cuenta, vi pasar al servicio a Olga. Debía estar en la parte de arriba, así que sin esperar a que saliese, para no llamar demasiado la atención, invité a mis acompañantes a subir al piso de arriba. Nos colocamos en la cueva, desde donde yo podía vigilar todo el piso superior, aprovechando que aún no habían llegado los habituales del piticlín. Solo había un hombre encorbatado, nunca te fíes de un hombre con corbata porque quiere venderte algo, y un grupo de estudiantes de trabajo social que parecían demasiado jóvenes como para que Olga estuviese allí con ellas, así que debía estar con ese tipo, que además sostenía dos copas en sus manos. Y blanco y en botella: donación de esperma.
Olga subió y todo se confirmó. Ella iba bastante arreglada. La verdad es que estaba muy buena. Han pasado años y aún no comprendo cómo llegó a casarse con ese tipo. Hablaron amistosamente durante tres copazos —Beefeater con limón, por lo que era posible que fuese parrillano— que él bajaba a pedir y pagaba religiosamente en el piso de abajo, hasta que sus manos empezaron a querer conocerla más profundamente, y una pasó de la cintura al culo y la otra del mismo lugar al pecho, mientras intentaba besarla. Ella se zafó del ataque mirando alrededor e intentando disimular, e inmediatamente se marchó recogiendo sus bártulos casi sin mediar palabra. El tipo no hizo por seguirla en ningún momento. Acabó las dos copas, que estaban a medias y se marchó. Yo me marché tras él, dejando a mis musas de la cebada en la estacada. Solo pude seguirlo hasta que cogió su coche, desde ese punto me fue imposible hacer más. No era mucho, pero finalmente parecía que podía haber caso.