Había quedado con él esa misma mañana. Era otra vez viernes. El día empezó mal. Llovía y discutí con mi ex por teléfono. Se había quedado con el piso, con el coche y ahora no quería darme mi parte de la venta de una parcela en mi pueblo que heredé de mi padre. Noelia pagó los platos rotos, cuando llegó de nuevo con retraso la mandé a freír espárragos a la cola del paro. Luego me enteré de que acumulaba más retrasos y no sabía ni de dónde venían. Pero ya da lo mismo.
—Adelante, está abierto. —Tiré el pitillo por la ventana mientras entraba.
—Buenos días, señor Mauricio.
—Para los agricultores, con la que está cayendo —iba a decirle que su mujer le era fiel por lo que el contexto era permitía ciertas licencias—. Iré al grano. Llevo un mes en esto, y le puedo decir que no hay nada. Creo que el caso está cerrado. No hay caso. Enhorabuena, su mujer le es completamente fiel.
—¿Cómo? Conozco perfectamente a mi mujer, sé que le pasa algo. No me puedo creer que me diga eso sin más y se quede tan ancho. Ni pruebas, ni nada. ¿Qué ha estado haciendo todo este tiempo?
—Mire, hay unas cuantas cosas que no le voy a permitir por muy cliente que sea usted, y una de ellas es dudar de mi trabajo —le dije con tono sosegado y conciliador pero dejándole las cosas bien claritas—. Puedo mostrarle un montón de fotos de su mujer comprando el pan y tomando café, incluso, si me apura, haciendo cucamonas en el gimnasio o robando caramelos en alguna caja o banco. Pero no puedo mostrarle pruebas de algo que no ha sucedido.
—Mire, yo soy su marido y sé que lo que está pasando no es normal ¿Qué clase de detective es usted? ¡Encuentre las pruebas, para algo le pago!
Era la segunda vez que veía a ese tipo y ya me estaba tocando los cojones a dos manos. Si tenía que repetirle otra vez que no dudase de mi trabajo no iba a ser de nuevo con palabras, por lo que intenté mantener otra vez la calma y decirle a todo que sí como a los tontos. Al fin y al cabo, listo lo que se dice listo, no era.
—Está bien, pero no le aseguro nada. Necesito más dinero. Si voy a dedicarle el cien por cien de mi tiempo, le saldrá caro.
—Le daré ciento cincuenta mil pesetas más de momento. Si resuelve el caso como Dios manda, finiquitamos lo convenido. En dos semanas volveremos a reunirnos. Espero que tenga para entonces algo que ofrecerme.
—No entiendo qué interés tiene en que su mujer folle con otro —utilicé la palabra follar, poco apta para utilizar con un cliente, para fastidiar un poco—, pero si sucede, descuide que lo descubriré.
—Quiero mucho a mi mujer, y no me gustaría ser engañado por lo que más quiero, sólo eso. Tengo prisa, y, por lo que veo, no tiene nada más que ofrecerme. Me voy. Hoy tiene el día libre, he quedado a comer con ella y no me iré hasta la noche.
Hay pocas cosas que me jodan más en esta vida que un viernes de lluvia, pero que un enano me levante la voz en mi propio despacho, sólo porque tiene dinero y paga, es un de ellas. Tuvo suerte de que no le partiese la cara. Seguramente fue por pereza, cincuenta años son muchos años, aunque lo que de verdad pesa es la barriga.